Silencios que matan

Alfonso Salmerón 

El pasado 25 de noviembre volvimos a conmemorar una fecha trágica. El Día internacional contra la violencia de género. Contra la violencia machista si lo decimos con propiedad. Sin eufemismos. La violencia ejercida hacia las mujeres a manos de sus compañeros se ha cobrado este año 44 nuevas víctimas. Las mismas muertes que en todo el 2016. 44 víctimas que nunca debieron haberse producido. 44 muertes que nos golpean evidenciando el fracaso de las políticas educativas y de prevención. Nuestro fracaso cotidiano. 44 muertes hasta la fecha que son solamente la punta fatal del terrible iceberg que subyace en muchos, demasiados domicilios de nuestro país. 44 mujeres han sido asesinadas por sus compañeros, pero ¿cuántas otras han sido víctimas de la violencia física o psicológica? ¿cuántas han podido tomar la conciencia necesaria para contarlo? ¿cuántas otras para denunciarla? ¿cuántas muchas otras la sufren en silencio? ¿cuántos niños viven en ese infierno cotidiano de violencia y son, a su vez, víctimas directas e indirectas de malos tratos?Ahí va algún dato. 2016 se cerró con nada más y nada menos que 391 denuncias diarias en España. Un total de 134.462 mujeres denunciaron el año pasado ser víctimas de violencia machista según el Observatorio contra la Violencia Machista y de Género del Consejo General del Poder Judicial. Una cifra espeluznante. Demasiado invisible, sin embargo, en una sociedad que sigue mirando hacia otro lado. Si hablamos de maltrato infantil las cifras son igualmente alarmantes, también en 2016, se detectaron 13.818 casos en toda España.

Me gustaría incidir en lo relevante de estos datos que reflejan que la convivencia con la violencia en el domicilio es lamentablemente mucho más visible de lo que parece. Como demuestran multitud de estudios, los efectos psicológicos de las personas que han padecido violencia familiar están presentes en un gran número de trastornos diagnosticados en los centros de salud. Desde trastornos por estrés traumático a trastornos severos de la personalidad según la intensidad y la frecuencia de la exposición al maltrato, siendo más grave cuanto a más temprana edad se haya producido el abuso, con una prevalencia mucho mayor en mujeres que en hombres.

Y es que en la biografía de un elevado porcentaje de mujeres que acuden a la consulta de un centro de salud mental, existe en mayor o medida una historia de violencia familiar, ya sea en la forma de abuso sexual o maltrato físico o psicológico. Una violencia de la que se ha sido víctima directa o indirectamente.

En la mayoría de los casos en los que como profesional me he encontrado, la exposición a la violencia física o psicológica, incluido el abuso sexual, no ha sido ni mucho menos el motivo de consulta. Habitualmente, se trata de un cuadro ansioso depresivo más o menos grave. Son mujeres que presentan un elevado grado de auto exigencia, culpabilidad, bajísima autoestima y una imagen muy pobre de sí mismas, cuando no, devastada.

Estas mujeres o bien han presenciado escenas de violencia familiar durante su infancia, bien han sufrido agresión física o sexual por parte de sus progenitores o de algún familiar cercano, de manera puntual o reiterada, o bien, han padecido violencia a manos de sus parejas. A menudo, la violencia viene asociada al consumo de alcohol y otras drogas, las dificultades socioeconómicas o la presencia de psicopatología de personalidad grave en alguno de los progenitores. Muchas de esas mujeres han tenido que hacer verdaderos esfuerzos a lo largo de su biografía para mantener a flote su proyecto vital. La ansiedad y la depresión son las graves secuelas del maltrato. Terribles heridas que pueden y deben ser tratadas mediante psicoterapia, con mejor o peor pronóstico, según la gravedad de los hechos y la predisposición y resiliencia de la paciente. En otras ocasiones, estos síntomas pueden ser ahogados con fármacos que no hacen más que silenciar las señales de alarma. El tratamiento farmacológico sólo es eficaz como complemento de un trabajo clínico de escucha empática que pueda contener el sufrimiento emocional y de un trabajo terapéutico que estimule el autoconocimiento y ayude a restaurar la autoestima y la confianza.

Como nos dicen muchos de esos estudios y nos confirma la práctica clínica, la violencia en la familia de origen es un predictor muy fiable de presencia de malos tratos una vez se constituye una familia en la edad adulta. La estructuración de la personalidad de los niños que han convivido con violencia en la familia, acostumbra a colocar a la persona adulta en una situación de mayor vulnerabilidad a la hora de elección de pareja y de posicionarse a sí mismos en sus relaciones afectivas.

Recientemente han salido a la luz pública las denuncias por abuso sexual de estrellas de Hollywood, y también en nuestro país, a mano de algunos productores y directores de cine conocidos, que contaron con el silencio cómplice de parte de la industria. No es nada nuevo. La utilización de la violencia sexual como instrumento de dominación de género ha estado presente a lo largo de toda la historia de la humanidad. Sigue ocurriendo hoy en día. También en nuestras sociedades presuntamente desarrolladas. A pesar de lo mucho que se ha avanzado en la visibilización de esta verdadera lacra, el silencio en torno a la violencia, el maltrato y el abuso sexual presentes en muchos de nuestros hogares es todavía una realidad vergonzante que hay que continuar denunciando. Sirva este artículo a modo de modesta contribución contra los silencios que mata

Un comentario en «Silencios que matan»

  1. No ‘son presuntamente desarrolladas’ , son desarrolladas.
    Mas se aleja España de sus inconvenientes de origen más se asemeja en sus comportamientos a lo homogéneo de Europa.
    No somos diferentes. Spain is not diferent .
    Y somos parecidos en lo peor. Estamos filtrando la herencia recibida.
    Ningún marcaje nacional .

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