Política de bloques y dinámicas de grupo

Senyor_J

Los bloque cobran fuerza en la vida política y esa es una cuestión trascendental, en tanto que propicia una división en grupos difícilmente reconciliables y poco permeables. Las connotaciones negativas que atribuimos a los bloques no son solo explícitas, sino que también se encuentran implícitas en los mensajes que se emiten sobre la política. Se habla de situaciones de bloqueo ante escenarios de confrontación difíciles de resolver, donde los intereses opuestos impiden los acuerdos. También se habla de «desbloquear» como una medida necesaria ante situaciones negativas, pero para desbloquear, como es natural, han de haber primero bloques, que son los que han traído el bloqueo.Un bloque se construye mediante una agregación de personas alrededor de algo. La unidad constituyente de un bloque es el individuo, por lo que la dinámica de un bloque solo puede estar regida por las mismas normas que rigen las relaciones entre individuos. Dichas relaciones se establecen mediante diferentes tipos de vínculos, puesto que si algo es el ser humano, es un potente establecedor de relaciones de una gran heterogeneidad. Lo cierto es que manejamos un enorme número de categorías y subcategorías de relaciones, que implican características diversas. En el terreno de las categorías, es evidente que nada tienen que ver las relaciones que establecemos con nuestros jefes con las que mantenemos con el tendero de la esquina o con nuestros hijos. Pero es que también dentro de una misma categoría, declinamos relaciones heterogéneas: tenemos amigos del colegio, amigos del trabajo, amigos de toda la vida o incluso amigos hallados en entornos digitales, compartiendo cosas distintas con cada uno. Lo relevante del caso no es que podamos ser capaces de identificar tantas subcategorías, sino el hecho de que además son reales, porque cada tipo de relación cobra sentidos diferentes para nosotros y se nutre de elementos distintos. Toda esta constelación de posibilidades representa a la perfección la potente capacidad de los seres humanos de establecer relaciones y formar grupos, la cual es sin duda una de las bases esenciales de la vida social que conocemos.

Cada relación que establecemos con un conjunto de gente nos sitúa en un grupo. Ese grupo no tiene porque ser un partido o una secta, puede ser una clase o una oficina, y como los seres humanos somos lo que somos y tenemos que el cerebro que tenemos, sea cual sea el grupo del que formemos parte, van a afectarnos las dinámicas de grupo, tanto para bien como para mal. En un sentido positivo, un grupo nos puede ofrecer, por ejemplo, cobijo, autoestima o protección de amenazas exteriores, pero sean cuales sean las características del mismo, nuestra individualidad siempre va a pagar un precio.

Uno de los «precios» mejor conocidos son los que se derivan de la presión del grupo. Técnicamente se conoce como influencia social normativa y consiste en aquellos enunciados que asumimos, no porque estemos de acuerdo, sino porque son los que nos encuadran en dicho colectivo: véase el caso de alabar públicamente el papel de tu cabeza de lista, aunque te parezca el peor candidato de la historia. Se trata de una reacción emocional que nos lleva a que nos manifestemos de forma distinta a como pensamos, en favor de la forma que nos parece más armónica con el grupo de pertenencia.

Pero el efecto del grupo no termina ahí: otro fenómeno, el de la influencia social informativa, nos recuerda que las personas también usamos a otras personas como fuente de referencia para interpretar escenarios inciertos. Esa es una práctica usual porque reduce enormemente nuestro trabajo para posicionarnos ante un tema gracias al ahorro de tiempo en buscar y analizar información, pero tiene el elevado coste de que nos formamos una opinión a través de otros, y, por lo tanto, el riesgo de que unos pocos argumentos ajenos nos convenzan de vete a saber qué.

Volviendo sobre la preferencia por los posicionamientos armónicos, también hay que tener claro que su función es muy práctica en un grupo, ya que sin esa armonía, cualquier grupo humano está sometido a tensiones insoportables y acaba por romperse. Lo malo es que en ciertas circunstancias esto acaba derivando en lo que denominamos pensamiento grupal. Son situaciones en las que el bien o la integridad del grupo pueden imponerse sobre la racionalidad y hay una manifestación de ello con claras resonancias políticas, que es el triunfo en un grupo de las posiciones extremas.

Así, se ha demostrado que en grupos amplios (de varias decenas de personas), en los que pueda existir una preferencia inicial muy variada respecto a las medidas políticas a implementar ante una cuestión política polémica (por ejemplo, la legalización de las drogas), si se les pide que adopten una propuesta de consenso, esta acabe decantada hacia una posición extrema en lugar de a medio camino de las distintas posiciones, que sería «lo esperable» dada la diversidad de opiniones. Como resultado, los miembros del grupo acaban expresando puntos de vista más extremos de los que expresarían por si solos. Además, esta es una dinámica que se retroalimenta con suma facilidad, aumentando el extremismo de las posiciones, lo que en escenarios políticos conlleva apartamiento de detractores, simplificación de los debates e impermeabilidad hacia las aportaciones externas. Es la polarización grupal.

La última dinámica de grupo a la que queremos hacer referencia, aunque haya muchas más a tener en cuenta, es la que se deriva de nuestra enorme sensibilidad emocional. Los seres humanos son una máquina de leer emociones, eso es quizás lo que mejor nos distingue de nuestros ancestros y de otros animales. Somos sensibles a su detección y muy permeables a su influjo: ¿cómo explicar, si no, esas lágrimas que se escapan cuando nos emociona un espacio televisivo o un film? La manifestación más dramática de ello es la desindividuación, ese mecanismo por el cual las personas pueden diluirse en el anonimato de un grupo denso o muy cohesionado y en el que empiezan a regir sus acciones, no por las autoconciencia individual, sino por las normas del grupo, lo que puede desembocar en conductas desinhibidas e impulsivas. Ese fenómeno explica las reacciones de la muchedumbre en ciertos contextos de expresión política y la generación de situaciones de violencia o vandalismo urbano en los mismos, pero también alimenta cualquier otra dinámica que fomente un grupo (por ejemplo, de resistencia pacífica), y explica conductas individuales que no se entenderían sin el efecto del grupo sobre la persona.

Por todo ello, cuando los seres humanos nos encuadramos en bloques políticos homogéneos e impermeables, tenemos motivos de sobras para preocuparnos. La disminución de decisiones racionales y la fuerte carga emotiva de las decisiones enmarcadas en contextos grupales de bloques, sumadas a la sustitución del análisis político por el follow the leader ayudan a entender muchas de las cosas que hemos visto en política últimamente. Todo ello, en sociedades con un nivel bastante bajo de politización y conocimiento político, con una baja conciencia de la existencia de estos y otros sesgos y en un contexto de crisis de la representatividad política, añade muchas dificultades al buen funcionamiento democrático.

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