Los sanfermines

Ricardo Parellada

Quince años después, los sanfermines han vuelto a teñirse de sangre. Quiero decir, de muerte, pues todos los años los servicios sanitarios enjuagan la sangre de más de doscientos heridos. Como suele ocurrir en otros ámbitos, con la muerte se avivan un poco la publicidad y las alharacas sobre la fiesta. Se intensifica la elegía y la opinión, al menos durante veinticuatro o veinticinco horas. A pesar de ello, el gobierno nos informa de que no hay debate ni sobre la constitucionalidad ni sobre la solidaridad de los encierros por antonomasia del panorama cultural español.

Mi contribución a este dudoso debate no puede ser más que comentar algunas aportaciones de la ciencia. Me hago cargo de que un fenómeno tan rico y complejo tiene infinidad de dimensiones relevantes (económicas, políticas, culturales, psicológicas), pero yo aquí sólo me propongo traer a colación algunas propuestas de la antropología más reciente. 

Clifford Michelson es uno de los más prestigiosos antropólogos neozelandeses y una autoridad mundial sobre la antropología de los sanfermines. Como saben todos aquellos familiarizados con la esfera pública neozelandesa, sus op-eds en el Wellington Times abarcan una enorme variedad de aspectos de la vida política y social de su país, en el que goza de un gran prestigio como intelectual sólido e independiente. Aunque Michelson dedica ocasionalmente alguno de sus artículos o ensayos periodísticos a la fiesta española, lo que aquí nos interesa son sus contribuciones propiamente científicas.

 Como casi todos los antropólogos de la fiesta de su generación, Clifford Michelson recibió parte de su formación académica en el prestigioso programa australiano de estudios sobre los encierros (Encierro Studies), fundado por Lévi James en la Universidad de Sydney. Es realmente impresionante la nómina de estudiosos de los encierros que, en un momento u otro de su carrera, han pasado por las aulas de grado o de posgrado de esta mítica escuela. En el caso de Michelson, allí cobraron forma sus primeros trabajos de encierrología comparada, que fueron viendo la luz en las más reconocidas revistas de la profesión y constituyen las bases sobre las que se asienta su especialización posterior en antropología sanferminiana. Recordaré solamente títulos emblemáticos como Comparative Encierrology, Gap and Bull o Chupinazo, Blood, and Empire, todos ellos publicados por Sydney University Press.

 La variedad y la profundidad de la información teórica y de los datos empíricos manejados por Michelson es impresionante, pero la tesis de fondo de su antropología sanferminiana es clara e inteligible. Lejos de perderse en meandros especulativos o de abrumar al lector con la complejidad de sus bases de datos, el nervio de la teoría de Michelson se puede recoger de forma articulada y accesible para el público culto, pero no especialista, dispuesto a leer con suficiente humildad y atención. La propuesta de Michelson es simple y compleja a la vez y sortea los peligros y los vicios más frecuentes de la antropología contemporánea: la especulación narrativo-posmoderna y la irrelevancia periodística.

 La tesis de fondo de la antropología sanferminiana de Michelson es que el vértigo y el éxtasis colectivo entre el chupinazo y la sangre (que reverbera en una miríada de encierros por toda la geografía española) suponen una compensación alucinógena por las fallas de la transición española a la modernidad, esto es, por una modernización sin reforma protestante ni contrato social. A primera vista, se trata de una tesis un poco estupefaciente, como diría nuestro Ortega, pero, cuando se examinan en detalle, los análisis de Michelson ofrecen una lógica y una fecundidad explicativa impresionantes.

 A las ocho en punto de la mañana, todo el país se despereza el sopor del verano y aguanta el aliento, y las televisiones y las radios retransmiten en directo esos minutos modernizadores. De acuerdo con la teoría de Michelson, el chupinazo es el remedo español de la reforma protestante porque la reforma hace brotar la ética y la religión colectivas de la singularidad de los individuos, mientras que los corredores de los pañuelos rojos alienan su individualidad en una carrera solidaria y una. La fe y el trabajo individual cimentan el ethos protestante colectivo, mientras que la carrera y el frenesí grupal disuelven al individuo en un magma catolizante. De ahí la generosidad del sur y la mezquindad del norte. Prima facie, la sangre vertida es la sangre de uno, pero en el imaginario colectivo es la sangre de todos.

 En este esquema explicativo encajan otros aspectos de la fiesta menos espectaculares teóricamente, pero de gran relevancia para la singular versión española de la modernidad, como los medios sanitarios y la cobertura periodística. Según nos informan puntualmente los poderes públicos, el trayecto del encierro por antonomasia está medido y cronometrado hasta el mínimo detalle. En función de la peligrosidad de cada curva y cada resbalón, se van distribuyendo las camillas y las ambulancias, de modo que el producto de la peligrosidad esperada y los segundos hasta el quirófano permanezca constante durante todo el recorrido. No se escatiman medios técnicos ni humanos para que el cosido del hígado reventado por el asta inclemente tenga siempre lugar a menos de cincuenta metros y cincuenta segundos de la fatídica incisión, mientras el público se desgarra ante la tragedia matematizada.  

 Por su parte, los medios reproducen con fidelidad benedictina los detalles de las cornadas, las heridas y el borboteo de la sangre. Leemos en papel y contemplamos en la web la redención milimetrada y modernizada. Y en la página de al lado podemos admirar un verano más el espectro de José Tomás renaciendo de sus peculiares volteretas, hasta que un día su sangre se mezcle definitivamente con la de quien cae en Pamplona o sobre los adoquines de cualquier pueblo, que es también la sangre de todos. Y aquí es donde encaja la segunda parte del sesudo análisis de Michelson: mientras que el contrato social es una ficción que permite a los ciudadanos representarse la naturaleza y la legitimidad del poder, en España el contrato vital es la fusión de la sangre de los hombres y de los brutos para que nos dé completamente igual el poder, lo social y la legitimidad.

14 comentarios en “Los sanfermines

  1. Artículo para la posteridad de Parellada. Ya era hora que se diera luz a los trabajos de Michelson, preteridos en la antropología española a causa de envidias y malentendidos culturales. El trabajo de Michelson representa lo mejor de la tercera ola de los estudios sobre tauromaquia desde la perspectiva de la semiótica, la icónica y la criptografía. A pesar de que el embajador español en Weillington haya intentado, con buena voluntad, forzar un encuentro entre estudiosos de la segunda ola, mayoritariamente procedentes de la universidad española, y estudiosos de la tercera (la llamada escuela de Sidney), lo cierto es que no ha habido comunicación entre estas escuelas antagónicas. A pesar del innegable interés de la obra de Michelson, me permito hacerme eco de la principal crítica que a mi juicio cabe hacer a este reputado antropólogo: su fijación obsesiva en la sangre y su olvido del vino y, más concretamente, de esa sustancia parduzca que en Euskadi llaman «kalimotxo», mezcla de nuestro producto más ancestral y del refresco genuino de la cultura yanki, síntesis, en definitiva, entre la tradición ibérica y el capitalismo cosmopolita de nuestra época. Es el kalimotxo, más que la sangre, de tantas resonancias heideggerianas, hoy ya superadas, lo que verdaderamente ejemplifica el espíritu sanfermín, con resonancias que alcanzan incluso la idea de arquetipo jungiano. Pues si es cierto, como Michelson apunta, que los sanfermines cobraron renovada vigencia en nuestra transición democrática, no puede ser casualidad que fuera precisamente en esos años cuando el kalimotoxo alcanzó la categoría de bebida nacional euskalduna. Cabe así completar y perfeccionar la teoría de Michelson sin desvirtualrla del todo, mediante un simple ejercicio de trasposición entre la sangre y el kalimotoxo. Personas con mejor preparación que la mía podrán juzgar si mi modesta aportación en este campo tiene visos de ser cierta.

  2. Buenos dias Ricardo Parellada,hoy tengo el placer inmenso de atreverme a estirarle de las orejas,con cierta retranca propia de los calores de verano.
    Las haches son siempre haches eso esta claro….y hay haches que las pone el Diablo para que nos saquemos los OjOs.

    Tengo ,pues el placer inmenso de rectificarle en su primer parrafo de su tremendo articulo de hoy:

    «Quince años después, los sanfermines han vuelto ha teñirse de sangre»…..¿ha teñirse?…..¡¡no, no!!….»a teñirse» es lo correcto»…¿verdad?.

    Que bonitas son las Haches cuando son hachas clavadas en los corazoncitos de los que destruimos diariamente la ortografia castellana….jeje.

    P.D: otro dia espero hablar de las Bes y las Uves..

    firmado:
    JAJAJA….que nervios.

  3. Tengo la duda si el que se haya comido la cola de toro del astado que mató al joven corredor sabe que es de ese toro. ….. porque comérsela se la han comido, seguro.

  4. Un tema profundo el que aborda hoy el profesor Parellada. Pero echo de menos en su artículo son las críticas recibidas por la escuela francesa, especialmente de Pierre Broudauie. Para los afrancesados estos acontecimientos ancestrales son un reflejo más de la cultura y capital social mediterráneo. De hecho, mientras uno corre, se desarrolla el capital social del corredor. Pero no puede uno correr solo, sino que hay que hacerlo en manada. Sólo así el capital social se reproduce. Diría más, gracias a los San Fermines tenemos hoy democracia. El hecho de correr todos juntos explica que España se haya convertido en una democracia desarrollada. Antes, por puritanismo, la gente corría sola. Pero en el momento que nació el sentimiento de grupo, los encierros son una parte muy importante del origen de nuestra democracia.

  5. Pues no Don Cicuta: el Kalimotxo no es sino una más de las pícaras formas de disfrazar algo adulterado. Ese brebaje nace en unas fiestas de un pequeño puerto getxotarra (Bizkaino) al que llamamos Puerto Viejo o Portu Zaharra. Viendo que el vino jover que estaba preparado para vender en la txozna de los miembros de la comisión de fiestas estaba tocado, a uno de los más avispados componentes de esa comisión se le hizo la luz mezclando el vino con cola. Probaron, sirvieron y…éxito total. Ni C.G. Jung ni Heidegger…

  6. Pues a mi todos esos neozelandeses de Sidney me traen al pairo. Yo estuve una vez en San Fermín, cuatro días, y no la he gozado tanto en mi vida, durmiendo en parques, comiendo tirado en la calle, viendo a Indurain ganar el tour, lavándome los dientes (un par de veces durante los 4 días, no vayan a creer) en lavabos de bar y bebiendo calimocho y yo que sé qué. Al punto de que nunca llegué en condiciones para correr el encierro, de lo cual me alegro mucho, por cierto.
    Que prohiban todos los espectáculos en los que se infringe sufrimiento a los animales, que limiten las corridas para que las banderillas y la pica lleven ventosas y lo que quieran, pero los sanfermines ni tocar! cagüen tó!

  7. Me descubro ante el genial artículo de Parellada, y confieso mi ignorancia supina sobre los estudios de Clifford Michelson y sobre el programa australiano de estudios sobre los encierros (Encierro Studies), fundado por Lévi James en la Universidad de Sydney. Nunca había oído hablar de ellos, pero sus reflexiones y conclusiones me parecen atinadísimas. Jamás se me hubiera ocurrido pensar que el vértigo y el éxtasis colectivo entre el chupinazo y la sangre que reverbera en los encierros suponen una compensación alucinógena por las fallas de la transición española a la modernidad, paro después de leer a Parellada y reflexionar sobre esta tesis de fondo, pienso que no le falta razón. Realmente brillante. Me gustaría conocer la interpretación que daría Michelson a un hecho que a mí el otro día me llamó mucho la atención. El día en que murió el joven de Alcalá en el encierro, por la tarde, en la corrida, cuando salió el toro «asesino», todo el público de la plaza le pitó puesto en pie. No sé que conclusión sacaría Michelson, la que saqué yo es que valiente panda de estúpidos los asistentes a la corrida.

    Yo, la verdad es que de Nueva Zelanda sé poco más que lo que sabemos todos: que el tamaño de la embajada española es minúsculo.

  8. Despues de la II Guerra Mundial la ONU ordenó a todos los paises miembros que retiraran sus embajadores en España como castigo a la supervivencia de Franco por haber sido aliado de Hitler y Musolini. Empezó el largo aislamiento de España conpaginado perfectamente con la censura y nuestra falta de divisas para importar bienes y modas extranjeras. Y miren por donde, Ernest Hemingway, corresponsal de guerra del lado republicano que inmortalizó nuestra guerra civil en «Por Quién Doblan las Campanas», rompió el aislamiento diplomático asistiendo a los encierros de Pamplona. Sus reiteradas venidas, sus artíiculos y su novela «The sun also Rises», consiguieron popularizar nuestra Fiesta Nacional y atraer oleadas de turistas. A él le siguió la esplendorosa Ava Gardner, que asistía a los toros y luego cogía unas melopeas impresionantes en la noches de Madrid. Se enamoró de un torero, claro. A ella le siguió la italiana Lucía Bosé que tambien se enamoró y casó con Dominguín.

    Las fiestas de San Fermín, obviamente, no serían famosas si no hubiese peligro y sangre. Parece como si «las fallas de la transición española a la modernidad», no hubo reforma protestante ni contrato social (¿ se refiere Parellada a la Revolución Francesa?), mantuviesen un sustrato medieval o incluso romano que exige que para que una fiesta sea buena tiene que haber algún derramamiento de sangre. No olvidemos los torneos medievales y que en toda Europa Occidental los nobles tenían que alancear toros. Las fiestas con gladiadores no se suprimieron con el primer Papa Cristiano, tuvo que pasar un tiempo hasta que se prohibieran.

  9. Hola a todos!!

    Hombre! San Fermín! Mi padre estuvo yendo durante más de 20 años y corría delante y todo!! …jajaja Ahora lo ve desde la tele. En una ocasión cuando yo era pequeñaja nos llevó cuando ya no había fiestas y le fiché en afotos expuestas en una de esas tiendas que tienen los escaparates llenos de fotos, corrían todos los de su equipo de rugby… qué yuyu.. pero qué chulo!!

    La única vez que he estado en fiestas fue cuando mataron a Miguel Angel Blanco.

    Lezo, tengo que reconocer que mi bebida es el kalimotxo, cuando en la pandi empezamos a beber alcojol a mí era a la única que no le gustaba la cerveza así que todos con sus minis de cerveza y yo con mi mini de calimocho… así estoy! jajaja Ahora bebo cerve, pero una poca sola…jeje y es sobre todo social…jeje

    Saludos!

  10. Dicen que España es el pais que mas bares tiene por metro cuadrado…un pais de borrachos….no es de extrañar que Pamplona sea el bar mas grande de todos ,donde los cuernos son el tema del dia.

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