Los economistas frente a su responsabilidad

José D. Roselló

Fue en julio de 2007 cuando el colapso del mercado sub-prime norteamericano dio el pistoletazo de salida a la ya más larga crisis económica que ha vivido la economía moderna. Nos acercamos al sexto año y aún se observan más razones para pensar que todo va a continuar así a medio plazo que para apuntar un cambio de tendencia. No es pesimismo, es una conclusión generalmente compartida.

Es hora de asumir responsabilidades. Para variar en este caso dejemos un rato a los políticos, y miremos un poco más de cerca a la profesión sin duda más influyente en gran parte de lo que se ha hecho, se hace y se propone hacer con el futuro de millones de personas: los economistas.

No debe olvidarse que a la situación de estallido mundial se llegó con los parabienes de nosotros, los expertos. Apenas meses antes de que el sistema colapsara, todavía abogábamos, de forma escasísimamente cuestionada, por la desregulación a ultranza y por el retroceso de la presencia del gobierno en cuántos más ámbitos mejor.

Debemos tener presente que desde que las cosas empezaron a ir de mal en peor, todas las decisiones de las llamadas “duras” se han hecho apelando a que éramos nosotros, y nadie más, los que sabíamos lo que había que hacer. Nos hemos impuesto a los programas de gobierno, hemos dictado medidas, hemos respaldado inyectar riadas de dinero en los sistemas financieros, hemos empujado hacia el recorte de los servicios e inversión públicos, hemos abogado por reducir, desproteger y competir hacia abajo. Hemos defendido la idea de que cuánto peor vivan nuestros conciudadanos, menos mal -ni siquiera mejor-, estarán en el futuro.

Y el hecho es que no sabemos tanto. Como demuestran los hechos. Los considerados mejores entre nosotros han cometido errores de calado descomunal. Recuérdese el célebre artículo de Reinhart y Rogoff que defendía la existencia de un umbral de endeudamiento a partir del cual era imposible crecer, y que luego se descubrió que estaba basado en unos cálculos erróneos (que podría haber sido meramente anecdótico si no se hubiera esgrimido como respaldo a las políticas de austeridad extrema). O la  reciente asunción pública del error del FMI al dictar el plan de recortes en Grecia, donde erró su impacto negativo, subestimándolo en más de la mitad.

Y el hecho es que nos ha sobrado soberbia y nos ha faltado coraje, intelectual, si se quiere llamar así. Sobra soberbia cuando pretendemos mandar desde detrás de los gobernantes sin tener luego que enfrentarnos y dar cuenta de las consecuencias de nuestras recomendaciones. Sobra soberbia cuando despreciamos las opiniones minoritarias discrepantes de compañeros de profesión, no ya de otras profesiones a las cuales directamente se las considera indignas de estar sentadas a la misma mesa. Falta coraje a la hora de asumir que nos podemos equivocar, porque las herramientas que manejamos son imperfectas y los problemas que atacamos son extraordinariamente complejos, cambiantes o directamente no poseen solución sin hacer antes grandes cantidades de  hipótesis. Falta coraje a la hora de salir de la comodidad del rebaño para no quedarnos aullando fuera solos, helados de frío y tildados de heterodoxos, extravagantes o poco serios (y esto solo si son benévolos).

En el mundo de hoy, Norteamérica no despega, Europa se hunde y escarba, Asia comienza a dar síntomas de agotamiento y América Latina está en riesgo de tener un complicado despertar del sueño de una demanda sostenida de materias primas. El discurso económico imperante, en cambio, es cada vez más ensimismado y se escora llamativamente a lo autojustifcativo, con la frase “es que si no llegamos a hacer lo que hicimos, a saber cómo estaríamos”. Lo cual, como expertos en la materia, ante una situación tan desfavorable como la presente, dista de satisfacernos.

En estos seis años se ha sugerido revisar muchas cosas, y eso está bien: nos plateamos el modelo competencial, reflexionamos sobre el sistema electoral, cuestionamos la representación de los partidos políticos, cambiamos sistemas impositivos, modificamos regulaciones laborales y de pensiones. Incluso elucubramos si monarquía o república, o en algunos sitios, si son España o no.

Los economistas deben, debemos, hacer frente a la realidad. Seis años son demasiados.  Empecemos por asumir que de las muchas cosas que se han hecho, esperábamos futuros beneficios, pero conocíamos los inmediatos costes, y las recomendamos. Sigamos reconociendo que muchas de esas cosas no estaban ni tan incuestionable ni tan unánimemente aceptadas, y que sofocamos o pusimos en sordina los debates. Finalicemos por asumir nuestra responsabilidad en la toma de decisiones. Basta de interponer siempre a “los políticos” como parapeto entre lo que les decimos y el impacto dramático de lo dicho.  No estaría mal que si lo que se ha recomendado en Grecia ha mandado a millones de griegos al paro, y ha empujado a la desesperación a cientos de miles, dicha asunción de responsabilidades venga acompañada de un cambio de postura, y a ser posible, de un abandono de su puesto por parte de los responsables, por ejemplo. Como pediríamos a cualquier gestor empresarial o a cualquier gobernante que -en democracia, al menos- se presente a elecciones.

Porque no hemos sabido, o no hemos podido, hacerlo mejor. Porque, aun con las mejores intenciones, la realidad demuestra que no hemos acertado. Porque no podemos lavarnos  las manos cuando hay niños en los colegios con síntomas claros de desnutrición  Asumamos errores, pidamos disculpas, aceptemos responsabilidades y cambiemos de rumbo en una dirección en la que tengamos como propósito conseguir el máximo bienestar posible para todos nuestros conciudadanos, que al fin y al cabo, es de lo que se supone que trata esto.

5 comentarios en “Los economistas frente a su responsabilidad

  1. Extraordinario artículo. Entre otras cosas, por lo excepcional que resulta. La reacción habitual de los economistas consiste en decir que los políticos son cortoplacistas y no les hicieron todo el caso que debían, que si se hubiese aumentado la dosis de ajuste las cosas habrían ido mejor. Se trata de una salida inverificable, que blinda a los economistas ante sus fracasos.

    Recomiendo el libro desmitificador de Steve Keen, Debunking Economics. Es riguroso pero sencillo. Desmonta la economía neoclásica paso a paso. Y muestra alternativas. Es, junto con Shiller y Roubini, el tipo que con más exactitud describió la crisis que venía y las razones por las que se iba a proceder.

    Keen, entre los economistas, es un apestado y nadie le presta atención. Se ha desviado de la ortodoxia. Uno de los problemas de la economía en estos días es lo cerrada que se ha vuelto: quien no publique en no sé qué lugares, no debe ser escuchado. Ya no es que no escuchen a quien no es economista, sino que no escuchan tampoco a sus colegas más críticos. Puro dogmatismo intelectual.

  2. Es curiosa la afirmación del FMI. Para empezar, refleja la opinión de sus economistas, pero la Dirección no la asume como oficial. Pero, para mi lo curioso es que hablan del pasado, en absoluto están hablando del presente Diktat de la troica. Como dice Roselló:» No estaría mal que si lo que se ha recomendado en Grecia ha mandado a millones de griegos al paro, y ha empujado a la desesperación a cientos de miles, dicha asunción de responsabilidades venga acompañada de un cambio de postura, y a ser posible, de un abandono de su puesto por parte de los responsables, por ejemplo.»
    La acusación de Roselló va dirigida a todos los economistas excepto algunos pocos a los que no se han tenido en cuenta sus advertencias. Pero yo creo que habría que distinguir también entre la responsabilidad de los economistas de derechas y la de los economistas de izquierda. Los dos tienen sus pecados. Me explico: cuando una familia o institución corporativa tiene un déficit que empieza a oler a crónico, lo primero que hay que hacer es detectar gastos excesivos e intentar corregirlos. Ello siempre es incómodo, ya que hay que vigilar quién es el que se esta pasando, que gastos son puramente de manías de grandeza, etc.. Después, hay que buscar una nueva fuente de ingresos si con las correcciones impuestas no se cura el déficit y si no se encuentra hay que reducir las aspiraciones o comodidades de la institución o famila. Hasta aquí, no hacen falta economistas, basta con padres o madres o jefes vigilantes y contables que indiquen cuanto se puede ahorrar con alguna corrección. Pero cuando salimos del ámbito microeconómico y pasamos a un gobierno de una comunidad o país, hay que consultar a economistas ya que, como puso de manifiesto Keynes, hay reducciones de gasto que pueden alimentar una espiral en que disminuyen futuros ingresos. Bueno, pues es aqui donde salen los economistas de derechas que ven la necesidad de «poner en orden la casa», es decir, reducir gastos en general y los economistas de izquierda que exponen la paradoja del ahorrro de Keynes o señalan que reducir subvenciones a los mas desfavorecidos acabará también en menos ingresos impositivos.
    Lo cierto es que ambas cosas son necesarias, pero el mix ya es cosas de políticos. No se puede negar que las Cajas de Ahorro eran «una cueva de ladrones» de alto standing. No se puede negar que los EREs eran «otra cueva de ladrones». Tristemente para que estas cosas salgan a la,luz hace falta que una troika que seque el flujo crediticio exterior si no se hacen reformas. Ahora bien, hay que calibrar hasta donde se reducen gastos superfluos para no caer en la espiral recesiva que provoca los recortes. A su vez, hay que racionalizar el gasto público para evitar choriceos mortales pero también veniales.

  3. Gracias por los comentarios.
    Lo escrito intenta ser una critica a, lo que yo entiendo, es una actitud demasiado autocomplaciente y defensiva por parte de los economistas ante la actual situación.Esta vez no es tanto a aspectos sobre la mejor manera de haber hecho tal o cual cosa, sino al enfoque general.
    Primero porque a la crisis se llegó con los parabienes masivos y generalizados de la profesión. Que en 2006 e incluso 2007 no habia ni mucho menos un estado de alarma, o siquiera de recelo ante la situación que se fraguaba. Se ponía como ejemplo a Islandia y a Irlanda sin e más mínimo problema, y en las normas de solvencia de Basilea II, entonces en elaboración pero ya muy avanzada, no había el menor rastro de otra cosa que no fuera «autorregulación», por citar algún ejemplo.
    Segundo, porque la recaida en la recesión y que esta se prolongue hasta batir records, se ha debido en exclusiva a la adopción de un enfoque excesivamente restrictivo, sobre el cual, esta vez, si esta habiendo voces de alarma al respecto de su conveniencia y de como instrumentarlo.
    Y tercero, por la actitud que yo tildo de soberbia, de querer «mandar» pero sin dar la cara y sin someterse a otro examen que no sea el de un colectivo ante si mismo, segun las reglas que este mismo marque. Mientras, a la vez, no se escatiman recomendaciones sobre, por ejemplo la gobernanza, transparencia y control de los demás. Es que se ha llegado a decir que el control presupuestario y la politica economica deben estar en manos de «expertos» que no tengan que responder ante los débiles y venales gobiernos .
    Tengo la completa impresión de que se ha sobrepasado la linea de comportarse como un abusón.
    Entretanto los hechos demuestran lo que demuestran. Que ha habido errores, que los visos de mejora (fuera de la pura semantica) son practicamente nulos, y que el paro, la pobreza y el deterioro de las condiciones de vida de amplias capas de la sociedad no solo es que no deje de crecer, sino que se prevé que aumente…y esto se ventila con un «a mi que me registren, que yo soy un experto».

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