La política de la mentira

Ignacio Sánchez-Cuenca

Las revelaciones de altos mandos de la policía en el juicio del 11M demuestran algo que la mayoría de los españoles sospechábamos desde los días posteriores al atentado: que el PP mintió y manipuló descaradamente entre el 11M y el 14M. La cúpula del PP estaba convencida de que si los españoles se enteraban de la autoría islámica, castigarían al Gobierno por haber participado de forma activa en las decisiones que llevaron a la guerra de Iraq. Tan mala conciencia tenía Aznar por haber actuado contra el parecer de más del 80 por ciento de los españoles con relación a esa desastrosa guerra, que prefirió jugárselo todo en el último momento con una mentira que comprometía su gestión de los ocho años anteriores. Algunos ciudadanos, alarmados por la operación de ocultamiento y tergiversación que puso en práctica esos días el Gobierno, salieron a la calle en la víspera de las elecciones, exigiendo al PP que reconociera de una vez  la verdad.

El PP nunca ha admitido que actuara mal durante aquellos días cruciales. Según algunas personas especialmente sagaces, como Edurne Uriarte, el Gobierno de Aznar no sólo no mintió, sino que actuó con una transparencia extrema capturando a los autores en menos de una semana. Según la catedrática, lo insólito de todo aquel episodio fue que la ciudadanía pidiera saber la verdad. A su juicio, exigir la verdad fue consecuencia de la cobardía e inmadurez del pueblo español (así, como suena). Cuanto más inverosímiles e increíbles son las respuestas de los acusados, mayor la magnitud de la mentira. Ayer Acebes se quitaba de encima cualquier responsabilidad aduciendo que él, sí, él, Angel Acebes, era quien había abierto la vía de investigación islamista. Una salida tan desesperada recuerda demasiado a aquel Felipe González acorralado que decía que era su Gobierno el que había acabado con el GAL.

La mentira del Gobierno de Aznar reúne características especiales que la hacen de una extrema gravedad. La mentira se urdió para intentar ganar unas elecciones de forma fraudulenta. Fue profundamente ofensiva para las víctimas del 11M. Y puso de manifiesto que la lucha contra ETA y el discurso de defensa de las víctimas valían menos que unas elecciones generales. Por último, la mentira intentaba tapar las culpas por una decisión equivocada como la de la guerra de Iraq.

Por supuesto, el PP no es el único partido que ha mentido. Las mentiras de la Administración republicana sobre las armas de destrucción masiva y la conexión de Sadam Husein con Al Qaeda son todavía más tremendas. Mirando al pasado, es verdad que el Gobierno de Felipe González mintió también a cuenta de los GAL. Un ministro de interior y un secretario de estado acabaron en la cárcel por su participación en el secuestro de un ciudadano. Ni Felipe González ni nadie de su gobierno han dado nunca una explicación mínimamente satisfactoria sobre lo que sucedió durante aquellos años de su primera legislatura. Barrionuevo y Vera han escrito sus memorias, pero no han querido tocar el asunto de los GAL (lo mismo ha hecho Rodríguez Galindo a propósito de la desaparición de Lasa y Zabala). La incapacidad para asumir los hechos supuso un desgaste enorme al Gobierno. Permitió que Pedro J. montara su primera gran campaña contra los socialistas, e hizo posible que cobraran un protagonismo máximo personas profundamente inquietantes como el juez Garzón. La última legislatura de Felipe González fue una agonía. La ciudadanía les castigó ocho años en la oposición y el PSOE sólo pudo empezar a recuperarse tras una renovación generacional bastante traumática en el año 2000.

Lo lógico sería que el PP pasara por un proceso similar. Que Acebes, Astarloa y Díaz de Mera desaparezcan de la política. Que Mariano Rajoy, el tapado de Aznar, el candidato que declaró en una entrevista al diario El Mundo el sábado 13 de marzo que “tenía la convicción moral de que había sido ETA�, se retire de una vez de la política activa.

La realidad, sin embargo, no siempre se amolda a lo que establece la lógica. No puede descartarse que el PP vuelva a ganar las elecciones con este equipo dirigente. Ya se ha ocupado la derecha política y mediática de crispar lo suficiente como para que ese desenlace no sea del todo imposible. Pero no es sólo un asunto de crispación. Quizá la mentira funcione de manera distinta en la derecha y en la izquierda.

Los partidos de izquierda se presentan ante la sociedad con un programa de cambio del statu quo. Por ejemplo, históricamente han apostado por aumentar el gasto público para tratar de corregir desigualdades sociales importantes. O para extender ciertos derechos sociales. Su programa es ambicioso y piden permiso a la ciudadanía para realizarlo. Los ciudadanos sólo les prestan su confianza para una tarea tan arriesgada si creen que sus dirigentes son capaces y cumplidores. De ahí que una mentira grave pueda servir a los electores para cuestionar el apoyo a un partido que se presenta con altos ideales pero no está preparado para ponerlos en práctica. Volviendo a nuestra historia reciente: el efecto de desgaste por la corrupción y las divisiones internas en el PSOE fue tan enorme que en 2000 sólo la mitad de los electores más próximos ideológicamente al PSOE que a cualquier otro partido votó por los socialistas. La otra mitad se refugió en la abstención, en el PP o en el voto a partidos pequeños.

La derecha siempre ha sido menos ambiciosa. Busca conservar ciertos privilegios para las clases más acomodadas y no interferir demasiado en el funcionamiento del mercado. Normalmente no se atreve a reducir mucho el Estado del Bienestar (resulta demasiado impopular, incluso para Margaret Thatcher), aunque tampoco lo desarrolla. Para esa tarea, importa menos la mendacidad o la capacidad de los dirigentes. Se corren menos riesgos.

Por decirlo brevemente: es más arriesgado equivocarse cuando se vota a un partido de izquierdas que cuando se vota a un partido de derechas. Los partidos de izquierdas quieren embarcarse en proyectos de cambio. Para obtener un mandato en ese sentido, los ciudadanos han de estar razonablemente seguros de las capacidades de sus responsables. Con la derecha no se plantea ese problema. Por eso, quizá los actuales dirigentes del PP (ojalá me equivoque) no paguen  por la gran mentira posterior al 11M.

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