La historia y sus desusos (o cuándo se descubrió América)

Frans van den Broek

La semana pasada, sin haberlo planeado en absoluto, conduje un pequeño experimento entre mis alumnos. En aras de enseñarles (sin éxito, huelga decirlo) las sutilezas del pretérito perfecto o el indefinido escribía la frase: Colón descubrió América en… Y dejaba que ellos terminaran la frase. De unos 60 alumnos a los que planteé la pregunta solapadamente solo 3 o 4 supieron la respuesta. El resto dijo de todo (con o sin indefinido): 1780, 1650, o lo que fuera. Para mi alivio, nadie sugirió el siglo veinte o diecinueve, y hasta hubo algún listillo que me indicó que en realidad Colón no había descubierto América, sino los vikingos, que habrían llegado mucho tiempo antes. Esperar que además pusieran en entredicho el concepto mismo de descubrimiento ya era demasiado, por lo que no proseguí con el asunto, pero me hizo darme una idea del conocimiento histórico de la juventud de hoy en día por estos lares. Cabe decir que mis alumnos no son estudiantes de humanidades, sino de dirección de empresas hoteleras. No deja de ser perturbador, sin embargo, que quienes conocen muy bien la Plaza Colón de Madrid o la estatua de Barcelona, donde es probable que hayan hecho sus prácticas, no tengan una idea muy clara de cuándo ocurrió uno de los eventos más importantes en la historia de la humanidad. Me hizo sonreír, empero, la perspectiva de que algún día cambiemos a Colón por algún vikingo desconocido y barbudo señalando América con su hacha. O que los pongamos lado a lado.

¿Importa esto, me pregunto, que la mayoría de la gente no sepa mucho de historia? En otra clase, y esta vez con total premeditación y alevosía, pues hasta forma parte del temario, toqué el tema de las cruzadas y su rememoración en los países islámicos. Una de las teorías que maneja la psicología social para explicar el origen y mantenimiento de prejuicios se llama Teoría de la Representación Histórica (se entiende que se trata de una representación social, no individual, de la historia), y ha de ser familiar a todo interesado en las ciencias sociales o la política. La palabra clave en este caso es “representación” más que historia, en la medida que importa menos la exactitud de los elementos históricos que forman parte de nuestra representación del pasado, que la representación misma, por ficticia o fantástica que sea: si es creída por un grupo como tal, opera en la mentalidad del grupo y guía sus acciones de una forma u otra. Dichas representaciones son a menudo fuente de prejuicios y estereotipos, tema de mi clase, y para ilustrarlo mencioné el caso de las cruzadas, a manera de enfatizar también la persistencia en la memoria grupal de hechos que pueden ser centenarios y hasta milenarios. La mayoría de los alumnos me miró como si hubiera perdido la razón, cosa que es muy saludable hacer para con los profesores, de otra parte, dado el nivel en que nos encontramos ahora y que denota un vigorizante escepticismo, pero el problema es que no solo muchos ignoraban a qué me estaba refiriendo, sino que les era imposible creer que hubiera gente tan estúpida que se anduviera fijando en lo que pasó hace ya casi mil años para decidir en el presente. Como quien no quiere la cosa mencioné el nombre del finado Osama Bin Laden, y les sorprendió que lo hiciera. Les recordé (o más bien, oyeron por primera vez, al parecer) que el mentado se refería a los occidentales como cruzados y quería reinstaurar el califato que se extendía desde Asia Central hasta España. Y le dije que dichas ideas, por absurdas que parecieran, habían influido en su visión del mundo y en sus fatales decisiones ulteriores, hasta el momento de su muerte por cruzados del Gran Satán Americano. De modo que la historia, aunque torcida y manipulada, tenía relevancia en nuestras relaciones interpersonales, por lo que valía la pena saber algo de ella.

¿Pero, repito, importa conocer la historia en estos días? Tiendo a pensar que un conocimiento mínimo de historia es necesario para navegar las agitadas aguas del mundo globalizado de hoy en día, pero en otros momentos me asalta la duda y recuerdo aquel famoso ensayo del atrabiliario Nietzsche sobre las ventajas y desventajas de la historia para la vida. En éste se postulaba la necesidad de subordinar la historia a los imperativos de una vida plena y total, por lo que era necesario liberarse de aquellos elementos del pasado que impidieran el desenvolvimiento de una actitud vital saludable, cosa que debiera hacernos repensar la educación histórica en su totalidad. No sé si entendí nunca bien las intenciones de Nietzsche, pero no puedo sino evitar pensar que esto es lo que hicieron precisamente los nazis al crearse una historia a su medida que privilegiara a la así llamada raza aria y los mitos germánicos en criminal detrimento del resto. El vitalismo de algunos siempre puede significar la mortandad de otros. Pero, de otro lado, ¿no es necesario repensar la historia siempre y, en verdad, liberarse de aquellas partes que más constriñe que liberan? ¿Y hasta qué punto podemos privilegiar unos elementos para desdeñar otros?

Si veo la feliz ignorancia de mis alumnos con respecto a la historia, y su rozagante inocencia, me inclino por la primacía del presente y el disfrute del instante como normas de vida. No obstante, ayer mismo un grupo de rebeldes que se proclaman islámicos han masacrado a decenas de inocentes en un centro comercial de Nairobi, y estoy seguro que no faltará entre aquellos quien conozca de las cruzadas y del califato y lo invoque quizá para justificar sus acciones. La historia no desaparece por el solo hecho de que no queramos aprenderla o darle atención, si bien puede disminuir en importancia y hasta olvidarse en buena medida. La historia está involucrada en muchas de las decisiones que tomamos como naciones a nivel político e ignorarla solo puede venir en nuestro detrimento. América, por ejemplo, se ve a sí misma como defensora del mundo civilizado, dada su interpretación de la historia reciente, y actúa en consecuencia, equivocadamente o no. Alemania, por el contrario, tiene todavía que encontrar una imagen confortable de la historia que elimine la representación que se tiene de ella como una amenaza para la paz mundial. Quizá sea más adecuado decir que lo que interesa no es exactamente la representación histórica en sí misma, sino la representación en su totalidad, con historia o sin ella, que tenemos de otros grupos y de nosotros mismos. Pero de que la historia juega un rol, no cabe duda. España es impensable e incomprensible sin tomar en cuenta la guerra civil y los años de franquismo, aunque a muchos chavales de ahora ni les vaya ni les venga ni lo uno ni lo otro. Qué partes de la historia se decida divulgar a través de la educación y de los medios es una decisión política que conviene someter a debate público y a escrutinio científico, por supuesto, pero no deja de ser algo perturbador, como dije, incluso triste, que ciudadanos de algunas de las democracias más avanzadas del mundo, a los que no falta nada y mucho sobra, yerren con el descubrimiento de América por unos doscientos añitos. Nadie se va a morir en consecuencia, pero habrá algún vikingo que se queje, y no sin razón.

3 comentarios en “La historia y sus desusos (o cuándo se descubrió América)

  1. Hola Frans, cuánto tiempo!! Gracias por el artículo!! La verdad es que sí parece que la Historia depende de quien la escriba, yo he llegado a oir que América fue descubierta por un vasco, fíjate…….

  2. Con permiso……………… 🙂

    UPyD o el españolismo taurófilo (Ruth Toledano):

    «Varios simpatizantes y políticos de UPyD me han criticado esta semana por mi artículo titulado PP, PSOE y UPyD, a favor del linchamiento de Vulcano, publicado en esta Zona Crítica con motivo de la celebración anual en Tordesillas del Toro de la Vega. En el artículo me hacía eco del Manifiesto a favor del Toro de la Vega impulsado por un profesor llamado Miguel Ángel Quintana, que es miembro del Consejo Político Nacional de UPyD y en 2011 fue el candidato nº 1 de esta formación a las Cortes de Castilla y León por Salamanca. A pesar de ostentar tales responsabilidades en UPyD, esos simpatizantes y políticos de UPyD me reprochaban que yo identificara la postura de UPyD al respecto del Toro de la Vega con lo que ellos insistían en calificar como mera postura personal del tal Quintana, el de UPyD. Me acusaron de manipuladora, de mentirosa, de demagoga. Me instaron incluso a retirar el titular de mi artículo.

    Pues bien, aquí tenemos hoy la postura de UPyD sobre la tauromaquia y los festejos taurinos. El grupo de Rosa Díez ha presentado esta misma semana una enmienda a la totalidad de la ILP taurina, debatida el pasado julio en el Congreso, con un texto alternativo que va mucho más allá de lo que pretende la propia ILP. Si la ILP taurina es una «Proposición de Ley para la regulación de la fiesta de los toros como Bien de Interés Cultural (BIC)» a nivel nacional, la enmienda a la totalidad de UPyD es una » Proposición de Ley para el reconocimiento de la fiesta de los toros, de los festejos taurinos populares y la tauromaquia en general como Patrimonio Cultural Inmaterial Español». Es decir, frente a los problemas competenciales con los que se encontró la ILP taurina, dado que las competencias sobre la materia están transferidas a las Comunidades Autónomas, UPyD propone que la tauromaquia sea protegida a través de competencias estatales, dado que, según la Constitución, la defensa del Patrimonio Cultural Inmaterial es competencia exclusiva del Estado.»

    http://www.eldiario.es/zonacritica/UPyD-espanolismo-taurofilo_6_178192187.html

  3. Interesante post, que ayer leí con atención y que aunque con ganas de replicarlo con bastante profundidad, he sido víctima de la falta de tiempo y apenas puedo dejar cuatro líneas ahora.

    La historia es importante, muy importante. Tanto me lo pareció en su día, que hasta opté por estudiarla y no paré hasta que obtuve el título de doctor en ídem. En ese largo periodo me di cuenta que era importante, pero no tanto, y que su perspectiva debía ser completada por disciplinas de las ciencias sociales para obtener una visión cabal de como son y funcionan las sociedades presentes y futuras. Del mismo modo me di cuenta que esas disciplinas no tienen ningún interés en la historia, excepto para instrumentalizarla, preocupadas como están por sus onanismos teóricos. Y comprendí que aunque entre los historiadores se cuentan los investigadores más rigurosos en su objetividad (no tanto en su praxis metodológica), a medida que nos acercamos al presente esta se ve seriamente comprometida.

    Lo cierto es que casi todo lo importante en materia histórica puede aprenderse en las primeras etapas educativas, comprendidas estas hasta el bachillerato, y que en ellas deberían quedar grabados en fuego hechos como que el Descubrimiento es aquello que tiene lugar en 1492, que le llamamos descubrimiento pero no lo es (porque ya habían habido visitantes anteriormente, porque los supuestos descubridores no son conscientes de estar descubriendo un nuevo continente y porque el verdadero descubrimiento lo hicieron los pueblos precolombinos: descubrieron que les acababa de caer un buen marrón). También es fundamental saber de los vikingos, para bajar las ínfulas nacionales y rebajar los orgullos patrios, y ser capaz de darse cuenta que pretender que los primeros en llegar fueron los chinos es una sandez que no tiene ni pies ni cabeza y que se enmarca en lo que podríamos llamar pseudohistoria o simplemente fabulación ( http://sociedad.elpais.com/sociedad/2006/01/16/actualidad/1137366002_850215.html ). Ser capaces de identificar momentos clave de la historia, relativizarlos y rechazar falacias son requerimientos fundamentales para una sociedad que pretende ser avanzada y una competencia básica para cualquier persona a la que se le supone un determinado nivel cultural.

    Porque lo cierto es que a mí la historia me parece un pilar fundamental de la cultura individual. Una historia con detalles, no con generalidades, en la que no priman las unidades de destino en lo universal, sino en la que se representan por ejemplo la historia de España como una historia de conflictos que marca por los siglos de los siglos el devenir histórico de la península. En la que no existe una lejana nación forjada al calor visigodo, sino que por el contrario la etapa visigoda es una etapa de conflictividad permanente, en la que jamás existe un poder central ibérico, sino que por el contrario a la división de la península en distintas jurisdicciones (visigodos, suevos, bizantinos, pueblos vascos/cantabros/gallegos, ciudades independientes como presuntamente Córdoba) le sucede en aproximadamente los últimos cien años de existencia un estado visigodo hegemónico en la penísula, pero permanentemente insurreccionado hasta el punto de propiciar la ocupación musulmana. Que ello es el origen de un proceso de multiplicación de centros de poder ibéricos que se van a mantener a lo largo de unos ocho siglos, tras los cuales, la unión dinástica de los Reyes Católicos va a dejar paso a realidades jurisdiccionales heterogéneas y en conflicto, que desembocarán en ocupaciones y desocupaciones portuguesas, en la cacacereada guerra de sucesión… Y que tras todo esto no faltarán siglos de largos conflictos internacionales (guerras napoleónicas) pero sobre todo civiles, de cuestionamiento permanente del poder vigente y que tendrán su guinda en la fantasbulosa guerra civil perpetrada por militares insurrectos. Nos quedan menos de cien años de historia de España (y hemos empezado 15 siglos atrás) y aun nos falta la larga noche franquista y ya muy al final, por fin, 30 años de democracia, eso sí, con unas herencias del Franquismo tales, que se puede decir «soy del PSOE y republicano, pero quiero seguir con la monarquía» sin que se abra el mundo ni se le caiga la cara de vergüenza a todos aquellos insignes políticos que lo han pronunciado.

    Pues bien, ¿son todos estos elementos baladíes? ¿No son fundamentales para situarse muy por encima de las pugnas del momento y generar una visión crítica y ciudadana de cómo hemos llegado hasta aquí y del poco sentido que cobran tantas payasadas que oímos a diario en boca de plumíferos, tertulianos y profesionales de la política?

    La historia no es que sea necesaria, sino que es imprescindible. Lo malo es que en este país el que intenta ejercer de historiador se pudre en la ruina y los más inútiles calentadores de asiento y abonados al aprobados justillo sin estudiar son los que por lo general se han colocado como profes en la educación pública. Y luego así nos luce el pelo.

    (Pues sí que han salido líneas al final)

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