El trío calavera: Bannon, Anton y Miller

FYDT

Escribo estas líneas antes de que tenga lugar la ceremonia de los Oscar en la que, sin duda, Trump será denunciado y repudiado por la práctica totalidad del show business norteamericano. Como no puede ser de otra manera y para deleite de la prensa, a la que Trump está atacando con cada vez más virulencia: la ha acusado de falsear las noticias y ha empezado a vetar la presencia de los principales medios, a los que su principal asesor, Steve Bannon, ha considerado como “la oposición”. La situación es sin duda grave incluso a vuelo de pájaro – proliferan los indicios de que Trump no está en su sano juicio – pero todavía más si estudiamos con un poco de profundidad a Steve Bannon, su Director de Estrategia, que ya empieza a ser conocido por el gran público, y a otros personajes todavía desconocidos pero igualmente perturbadores, como Michael Anton, consejero senior de comunicación en el Consejo de Seguridad Nacional o Stephen Miller, consejero senior del Presidente y al que muchos consideran el principal urdidor de la – por ahora frustrada – prohibición de visados para siete países musulmanes y que no dudó en “advertir” al poder judicial por limitar el poder del Presidente.

El más peligroso es sin duda Bannon, pero de los tres cabe decir que están poseídos por la verdad intrínseca y suprema de sus creencias, económicas y morales. Dios no les susurra a la oreja como a Bush Jr pero no parece hacerles falta.

En su artículo The Fligh 93 election, publicado bajo pseudónimo, Michael Anton argumenta que EE.UU. está al borde del colapso y que los republicanos, todos blandengues menos Trump, son incapaces de defender la importancia de: la virtud, la moral, la fe, la estabilidad y el carácter individuales, de la moral sexual y los valores familiares tradicionales, de la educación como inculcadora del carácter que ha definido el conocimiento occidental durante milenios, de las normas sociales y el órden público, y de la centralidad del emprendimiento empresarial individual para una economía saneada y una sociedad sana. El ensayo (en inglés) es bastante largo y proceloso pero viene a decir que la sociedad americana se enfrenta al dilema al que se enfrentaron los pasajeros del vuelo 93 el 11-S: si actúan contra los secuestradores, pueden morir, pero si no actúan, morirán seguro. Por ello, el electorado norteamericano debía votar a Trump, que es el único que tiene las cosas claras en las tres cuestiones claves para que EE.UU. pueda evitar el desastre: No más libre comercio, no más guerras “extranjeras” y no más inmigración.

El libre comercio está empobreciendo a la clase media, la implicación de EE.UU. en guerras no estratégicas es cara y no le reporta beneficios. Y la inmigración devalúa la moralidad cristiana norteamericana y, muy importante, escora el electorado hacia la izquierda permanentemente. En el tramo final del artículo reconoce que Trump es vulgar – aunque lo admite como condición indispensable porque ningún candidato que no lo fuera tendría el valor de oponerse al establishment en las tres grandes cuestiones – y que no está claro que el programa de Trump – fronteras seguras para parar el separatismo étnico (sic), nacionalismo económico y la política de América primero – vaya a funcionar.

Considera que detener la importación de “crimen, pobreza y culturas ajenas” será tan difícil como, por ejemplo, imponer la democracia en Rusia, porque la izquierda impone su puño de hierro en los colegios y centros culturales. Y también considera que el nacionalismo económico puede resultar en una reducción del PIB pero añade que será mejor un reparto más equitativo de una tarta más pequeña que su crecimiento, que es esteril porque en 8/9 partes resulta en enriquecimiento del gobierno, cuatro empresas y 200 familias.

No explica por qué la riqueza será repartida más equitativamente pero solo porque lo da por hecho. Las grandes corporaciones multinacionales – por cierto, Anton trabajó con Murdoch, Citigroup y el super fondo de inversiones Blackrock – ganan a costa del libre comercio internacional mientras la clase media americana pierde sus empleos. Ergo, cortando el libre comercio, los últimos serán los primeros. ¿Sencillo, no?

Pero volvamos al gurú, al pater, a Bannon (video), que admite sin ambajes (texto, ambos en inglés) que los nombramientos “ministeriales” se han hecho pensando precisamente en deconstruir la administración, para contrarestar lo que han venido haciendo los liberales durante décadas: cuando no son capaces de aprobar algo, montan una agencia regulatoria que regula sin control. Y hace gala de la orden presidencial por la que cada ministro, cuando proponga una ley para aprobación, debe identificar otras dos ya existentes para ser anuladas.

Querer desmontar el Estado desde el Estado es grave pero no es lo más peligroso. En 2014, Bannon intervino a distancia en un evento organizado por el ala dura del Vaticano. Su discurso es bastante aterrador. Todo iba sobre ruedas hasta que empezó la primera guerra mundial, explica. Y de ahí vino la segunda y luego la guerra fría, en la que Occidente, con la fuerza de los valores judeo-cristianos y el capitalismo, derrotó a los ateos. Pero ahora, el capitalismo se ha desviado de los valores judeo-cristianos y la gente de fe debe unirse para luchar en un combate despiadado contra quienes quieren cargarse todo lo logrado durante los últimos dos o dos mil quinientos años. Así, quinientos años arriba o abajo. ¿Quién es el enemigo? Para empezar, dos versiones desviadas del capitalismo: el capitalismo estatal chino o ruso y el capitalismo que cosifica a la gente como el marxismo. Y para continuar, la tendencia secularizadora de nuestra sociedad que, así sin más, tiene una relación de causa-efecto con el ISIS y la yihad islamista, que es un cancer que amenaza metástasis. Así que – no me lo invento: está todo conectado – tenemos que declarar la guerra urgente contra el fascismo islamista y el capitalismo de Wall Street que cosifica a la gente porque no comparten los valores judeo-cristianos, como sí hacían todos los grandes líderes cuando todo iba bien.

Y sigue. Hay un movimiento internacional creciente de rebelión en el que, algunos son un poco extremistas ideológicamente y hasta racistas pero no es grave porque pasará. Lo verdaderamente importante es el movimiento de centro-derecha populista que lucha contra el Partido de Davos. Una de sus afirmaciones más futiles pero más aterradoras al mismo tiempo es la justificación de la maldad intrínseca de las élites de Davos. Dice conocerlas bien por haber trabajado en Goldman Sachs y nos “revela” como algunos elitistas norteamericanos se sienten más cercanos a otros elitistas de otros países antes que a otros ciudadanos norteamericanos. Mientras que los ciudadanos saben bien que sus aliados y afinidades son sus compatriotas y luchan contra sus gobiernos centralizadores, hartos de ver como su situación empeora mientras la de las élites mejora a lomos de un déficit público gigantesco generado por el capitalismo de ladrones y amiguetes que el establishment ha implantado. Sin que haya habido ninguna sanción contra los responsables de la gran recesión de 2008.

Su discurso está jalonado por referencias constantes a los valores judeo-cristianos, también cuando se refiere a la economía. Los rescates bancarios no debían haberse hecho porque las élites y los accionistas sabían lo que hacían y eran responsables del desmadre – culpa, pecado. Y como quien no quiere la cosa, deja caer su apoyo a los que luchan contra el aborto y por los valores familiares tradicionales. Sabe que suena a bicho raro y explica que solo suena raro por la nociva influencia del secularismo, que ha mermado la fuerza del judeo-cristianismo para defender sus valores. Y vuelve a cargar contra el fascismo islamista contra el que hay que actuar masivamente, sin aclarar – era la pregunta – quién de los dos – securalización o islamismo – es el mayor enemigo.

En cambio, cuando le preguntan sobre el racismo y los lazos de Le Pen y similares con Putin, desdeña la confluencia con los herederos del fascismo y deja caer que son extremistas marginales enfadados con la situación que irán perdiendo fuerza. Y sobre Putin, admite que dirige una cleptocracia con ambiciones imperialistas pero declara su respeto por su lucha por defender los valores tradicionales y la soberanía nacional, que es tamibén la base del pensamiento de los padres fundadores de los Estados Unidos. Por lo que concluye que, ante el desafío del islamo-fascismo, Rusia es antes aliado que amenaza.

A continuación, cuando le preguntan sobre cómo luchar contra el Islam radica, la lucha contra el islamo-fascismo pasa a ser simplemente la lucha contra el Islam, al que el Occidente judeo-cristiano ha mantenido en jaque siempre, como también los padres fundadores y, aterradoramente, pregunta como será recordado él dentro de quinientos años, añadiendo que no precisamente por cómo se comportará durante los primeros momentos de esa lucha, sin por supuesto caer en nuestros más bajos instintos pero sin dudar en defender vigorosamente nuestra civilización occidental que es la “flor de la Humanidad”.

Quien me haya leído en este foro sabe de mi discurso radical contra la gran estafa del capitalismo reciente que ha quebrado el contrato social por el que cada generación sabía que viviría mejor que la anterior, al menos desde la segunda guerra mundial al albur del capitalismo social impuesto por Roosevelt en EE.UU. y la democracia cristiana en Europa. Aquí publiqué un artículo titulado Doble timo criminal en el que denunciaba como el libre comercio había sido utilizado desde Reagan y Thatcher para someter los “excesos” social-demócratas, dejando de lado la posibilidad de condicionarlo a unos estándares mínimos de protección social y medio-ambientales que habrían protegido tanto a los trabajadores occidentales como a los de los países en desarrollo. Y el lector sabrá también de mi preocupación por y mi virulencia contra el islamo-fascismo, ya sea el del Daesh o el de su fuente madre, el wahabismo saudí que tanto mal ha causado principalmente en los países musulmanes. Lo que no me habrá leido o escuchado nadie nunca es abogar por el nacionalismo, siquiera económico, denunciar a una religión en particular como intrínsecamente nociva – todas son virtuosas y nocivas cuando en exceso – o aceptar que quepa apartarse de los valores republicanos precisamente para defenderlos.

Hay una diferencia esencial entre este trio de locos y cualquier demócrata de bien y sensato: los valores judeo-cristianos sin duda animan nuestra civilización y lo mucho que ha conseguido pero los padres fundadores de EE.UU. no lo hicieron sobre la base del Viejo Testamento sino sobre los ideales de la Revolución Francesa. Se puede estar a favor o en contra del aborto, ser más o menos regulador y creer en la educación más progresista o en la más tradicional. Pero lo que no cabe es ser primitivo. Y este trío lo es, con Bannon a la cabeza. No se me ocurre nada mejor que dejar que sea el “Presidente Bartlet” (con subtítulos) el que demuestre que la interpretación literal de la Biblia es tan atávica como la de Al Bagdadi, al que esperó que Alá saque rápido del sótano de Mosul o Raqqa en el que se esconda y le acoja en su gloria.

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