El ‘Procés’ y el Poder

drodrialbert 

Aquellos que gustan de símiles deportivos han podido exhibir todo su repertorio con la investidura de Puigdemont como nuevo presidente de la Generalitat. Han podido hablar, por ejemplo, de negociaciones ‘de infarto’ o de acuerdo ‘en la recta final’. Los más reacios al acuerdo pueden decir que ha sido ‘de penalti injusto y en el último minuto’, y los partidarios del mismo destacan la salvación ‘heroica e in extremis del Procés’.

Pero no nos equivoquemos demasiado. El partido que algunos han disputado en Catalunya no ha sido el del ‘Procés’, sino más bien el del Poder. Porque los frenéticos movimientos que hemos vivido durante los últimos días obedecen al pánico que el establishment catalán ha mostrado ante unas nuevas elecciones que podían propiciar un giro a la izquierda contrario a sus intereses más pecuniarios. Si a esto añadimos el papel de CDC como fuerza política adscrita de manera irrenunciable al ejercicio del Poder, tenemos todos los ingredientes para explicar las convulsiones de la semana precedente.

Para estos actores decisivos del mapa político catalán, el ‘Procés’ no es sino el envoltorio místico del que se dotan para mantener el Poder. Nótese que además hablan del ‘Procés’, en mayúsculas y en singular, dando a entender que es Uno, como toda buena deidad. Tildan de hereje a todo aquel que se atreve a dudar de Él, a quién pretende insinuar que existen alternativas a su singularidad. Da igual que no se halle dotado de demasiado contenido concreto y material, pues se trata en última instancia de una cuestión de fe.

El Poder no puede nunca mostrar su verdadero rostro. Se lo deben haber explicado muy bien a Muriel Casals, expresidenta de Òmnium y diputada de Junts pel Sí, que hace unos días declaró que “El Presidente Mas representa esta clase media que ha hecho mucho y mucho por nuestro país. Y por otro lado también representa la aspiración de las clases populares de convertirse en esta clase media culta, libre, despierta y feliz.» Error. El Poder no debe exhibir su carácter clasista, y es por ello que susodicha diputada ha permanecido más bien en un segundo plano desde que pronunció esas desafortunadas palabras.

Da igual que CDC haya pactado en Catalunya y en España con el Partido Popular para mantenerse en el poder. Es indiferente que hayan apoyado todas las leyes y medidas que asfixian económicamente a Catalunya. No pasa nada si se sustentan en una corrupción más bien estructural. La oligarquía mediática relega estos detalles al baúl de los olvidos y vuelve a fijar las miradas hacia el divino ‘Procés’, que lava todos los pecados de sus sumos sacerdotes. 

En cambio, no es para nada baladí que las CUP hayan desafiado al principal Mesías del ‘Procés’. Los apologetas de Artur Mas han caído en tromba sobre esta formación y le han impuesto una dura penitencia, hasta el punto de que han reconocido públicamente y por escrito su gran culpa. No pretendo con esto atenuar la crítica que creo que merece el apoyo de la CUP a Junts pel Sí, tan sólo pretendo explicar el contexto casi religioso que ha condicionado sus últimas y desafortunadas decisiones. 

Ahora comienza una nueva legislatura en torno al ínclito ‘Procés’, que lleva camino de imitar la obra de Kafka del mismo nombre (que por cierto y para mayor inri dejó inconclusa). Sin embargo, CDC no lo tendrá fácil para seguir defendiendo las políticas que provocan el mantenimiento de las graves injusticias sociales que padece Catalunya, que pretende enmascarar detrás de las banderas. Primero, porque no todos aquellos que defienden la independencia pretenden mantener el status quo. Segundo, porque cada vez hay más gente que apuesta por el derecho a decidirlo todo, desde una perspectiva nacional pero también social. Finalmente, porque la dinámica de cambio social está llevando a reclamar cada vez con más fuerza la apertura de un proceso constituyente que sirva para cuestionarlo todo de arriba abajo. Esta esperanza de discutir sobre lo concreto, sobre el conjunto de problemas de la sociedad, es la que debe derribar el ídolo del ‘Procés’ como concepción divina y vinculada al Poder de unos pocos.

6 comentarios en “El ‘Procés’ y el Poder

  1. Gracias al senyor Drodri por su aportación, en la que se vislumbra claramente que el Procés va a acabar con nosotros o al menos con nuestra paciencia. La divinidad del mismo aun necesitará unas cuantas sacudidas más para desprenderse, pero vamos por el buen camino, aunque también parece que deberemos esperar un poco para formar esa mayoría social que plantee procesos constituyentes amplios y cuestionadores. Pero paciencia…

  2. El Mundo de Tubo Katodico.
    Historias cortas plagiadas de otros mundos escritos.

    Tubo Katodico fue en pedetaxi hasta Las Ramblas, Se sentó en un banco al sol. Unas palomas caminaban en busca de comida. En otros bancos unos hombres mal trazados leían el periódico o cabeceaban. Otros estaban tendidos en el césped aquí y allá, casi durmiendo. Sacando del bolsillo el saquito de papel donde se leía el nombre de la tienda de Amistad Civica, Tubokatodico lo sostuvo entre las dos manos, como calentándose al fuego. Luego abrió el saquito para mirar a solas aquella nueva adquisición, allí en aquel jardincito para ancianos, de hierba y senderos. Sostuvo a la luz el triángulo de plata que reflejaba la luz del mediodía como una de esas chucherías que se obtienen cambiándolas por tapas de cajas de cereales, el cristal de aumento de Jack Armstrong. O también… miró dentro de la pieza. Om, como decían los brahmines. Un punto concentrado que es reflejo de todo. Las dos cosas, por lo menos insinuadas. El tamaño, la forma. Tubo katodico siguió mirando debidamente la pieza. ¿Llegaría la nueva visión, como Amistad Civica le había profetizado? Cinco minutos. Diez minutos. Se quedaría allí todo el tiempo posible. El tiempo, ay, daba prisa a los hombres. ¿Qué era aquello que tenía en la mano, mientras todavía había tiempo? Perdóname, pensó Tubo Katodico mirando el triángulo. Las presiones externas lo obligaban a ponerse en marcha y actuar. Lamentándolo, empezó a poner el objeto de vuelta en el saco de papel. Una última mirada esperanzada, una mirada absorta, como la de un niño. Había que imitar la inocencia y la fe. En la costa uno se lleva un caracol al oído y se oye un rumor que es la sabiduría del mar. Aquí el ojo reemplazaba al oído. Tubo Katodico esperaba que el triángulo entrara al fin en él y le informara qué había ocurrido, qué significaba eso, y por qué. La comprensión y el entendimiento en un pequeño triángulo finito. Pedía mucho, y quizá por eso no obtenía nada. —Escucha —le dijo sotto voce al triángulo—. Te vendieron prometiéndome mucho. Quizá si lo sacudía con violencia, como un viejo reloj recalcitrante. Así lo hizo, hacia arriba y abajo. O como un par de dados en un momento crítico de la partida, para despertar a la deidad interior. Era muy posible que estuviese durmiendo, o de viaje. La titilante y pesada ironía del profeta Elías. O quizá estaba persiguiendo a alguien. Tubo katodico sacudió violentamente el triángulo de plata en el puño cerrado. Le habló en voz alta, lo miró de nuevo. Triángulo, estás vacío, pensó. Maldícelo, se dijo, asústalo. —Estoy perdiendo la paciencia —añadió en voz baja. ¿Qué le quedaba por hacer? ¿Arrojar la pieza a una alcantarilla? Echarle el aliento encima, sacudirla, echarle otra vez el aliento. Ganarle la partida. Se rió. Una situación estúpida, allí a la luz cálida del sol. Un espectáculo para cualquiera que pasara. Espió alrededor, avergonzado. Nadie miraba. Unos viejos dormitaban cabeceando. Se sintió más tranquilo. Lo había intentado todo, comprendió. Había rogado, contemplado, amenazado, filosofado. ¿Qué otra cosa podía hacerse? No podía quedarse allí, no le era posible. Quizá se le presentara luego una nueva oportunidad. Y, sin embargo, como decía Fernando, una oportunidad semejante no se presentaría otra vez. ¿Era así? Sentía que sí. Había sido niño y había tenido pensamientos de niño, pero ahora había que investigar nuevas áreas, examinar este objeto de nuevos modos. Tenía que ser científico, agotar toda posibilidad mediante el análisis lógico, sistemáticamente, como una investigación en un laboratorio, clásica, aristotélica. Se llevó un dedo a la oreja derecha para no oír el tránsito o cualquier otro ruido que pudiese distraerlo. Luego apretó el triángulo de plata, como un caracol, contra la oreja izquierda.

    Ningún sonido. Ningún rumor de un fingido océano, en realidad los sonidos del movimiento de la sangre. Ni siquiera eso. ¿De qué otro sentido podía ayudarse para entender el misterio? el oído no servía, era evidente. Tubo katodico cerró los ojos y pasó la punta de los dedos por toda la superficie de la pieza. Los dedos no le dijeron nada. El olfato. Se llevó la plata a la nariz y olió. Un débil olor metálico, pero sin significado especial. El gusto. Se metió en la boca el triángulo, como una galletita, pero no trató de morderlo. Ningún significado, sólo una cosa dura, fría y amarga. Sostuvo otra vez el triángulo en la palma de la mano. De vuelta a los ojos, el más elevado de los sentidos, de acuerdo con la escala de prioridad de los griegos. Miró el triángulo de plata de un lado y de otro, lo observó desde todo punto de vista extra rem. ¿Qué veía? se preguntó. Un largo, paciente y doloroso estudio lo estaba ayudando quizá a vislumbrar la verdad. Cede, le decía el triángulo de plata, mostrando un arcano secreto. Como una rana que sale de las profundidades, pensó Tubo Katodico. Apretada aquí en mi mano, venida a hablar de lo que yace bajo las aguas abisales. Pero esta rana ni siquiera se burla; se va endureciendo en silencio, convirtiéndose en piedra, o arcilla, o mineral. Inerte, desaparece volviendo a la rígida sustancia familiar en un mundo de tumbas. El metal procede de la tierra, se dijo Tubo Katodico, de abajo, del reino interior, el más denso. El país de los gnomos y las cavernas, húmedo, siempre oscuro. El mundo yin, en su aspecto más melancólico. Un mundo de cadáveres, podredumbre y colapso. Un mundo de heces. Todo lo que ha muerto y vuelve atrás desintegrándose capa por capa. El mundo demoníaco de lo inmutable; el tiempo-que-fue. Y sin embargo, a la luz del sol, el triángulo de plata resplandecía. Reflejaba la luz, el fuego, pensó Tubo Katodico. No era de ningún modo un objeto oscuro, húmedo, ni tampoco pesado, fatigado; palpitaba de vida. El reino elevado, el yang, el empíreo, lo etéreo, como correspondía a una obra de arte. Sí, esa era la tarea del artista: tomar el mineral de la tierra silenciosa y oscura, y transformarlo en una forma celeste, que refleja la luz. El triángulo traía vida a los muertos; los cadáveres se encendían animándose; el pasado había cedido ante el futuro. ¿Quién eres? le preguntó Tubo Katodico al triángulo de plata. ¿El oscuro yin muerto o el brillante yang vivo? El triángulo de plata le bailó en la palma, encegueciéndolo.Tubo Katodico entornó los ojos y miró el movimiento de las llamas. Cuerpo de yin, alma de yang, el metal y el fuego unidos, lo interior y lo exterior; el microcosmo en la palma de la mano. ¿Y de qué espacio se hablaba aquí? el ascenso vertical, al cielo. ¿De qué tiempo? El mundo luminoso de lo mutable. El espíritu del objeto era ahora visible: la luz. Y Tubo Katodico clavaba los ojos en la luz, no podía mirar a otro lado, hechizado por una brillante superficie magnética. Háblame ahora, le dijo al triángulo, ahora que te has adueñado de mí. Quería oír la voz, esa voz que vendría de la cegadora luz blanca, semejante a la que esperamos ver sólo en la existencia de más allá de la vida, en el Bardo Thodol. Pero él no tendría que esperar a la muerte, a la descomposición del animus en busca de un nuevo útero. No se le presentaría ninguna deidad, ni terrorífica ni benéfica, ni vería tampoco las luces humosas, ni las parejas en coito. Lo evitaría todo, excepto esta luz. Estaba preparado para enfrentarla, sin temor, y nada lo haría retroceder. Sentía que los cálidos vientos del karma lo empujaban más y más, y, sin embargo, no se movía. El entrenamiento había sido correcto. No tenía que acobardarse ante la clara luz blanca. Si se acobardaba entraría de nuevo en el ciclo de nacimientos y muertes, y nunca conocería la libertad, nunca obtendría la liberación. El velo de maya se extendería una vez más si… La luz desapareció. La mano de Tubo Katodico sólo sostenía un triángulo opaco. Una sombra había borrado el sol.
    Tubo Katodico alzó los ojos. Un policía alto, de uniforme blau-grana, estaba de pie junto al banco, sonriendo. —¿Eh? —dijo Tubo Katodico sobresaltado. —Sólo miraba cómo trabajaba usted en ese rompecabezas —dijo el policía volviéndose al sendero. —Rompecabezas —repitió Tubo Katodico—. No es ningún rompecabezas. —¿No es uno de esos pequeños rompecabezas que uno tiene que separar y juntar? Mi chico tiene muchos. Algunos son difíciles. —El policía se alejó.

    Arruinada, se dijo Tubo Katodico, mi posibilidad de alcanzar el Nirvana. Había desaparecido interrumpida por aquel yank de Neanderthal, bárbaro y blanco. Una criatura subhumana había supuesto que Tubo Katodico se entretenía con un juguete infantil. Tubo Katodico se puso de pie y dio unos pocos pasos, trastabillando. Tenía que calmarse. No podía permitirse esas terribles invectivas, racistas y de clase baja, esas irredimibles y contradictorias pasiones. Cruzó el parque diciéndose: No te pares; la catarsis del movimiento. Al fin llegó a la periferia del parque, . El tránsito era apretado y ruidoso. Tubo Katodico se detuvo al borde de la acera. No había pedetaxis a la vista. Caminó por la acera, uniéndose a la multitud. Nunca se conseguía un pedetaxi cuando uno lo necesitaba. Dios, ¿qué era aquello? Tubo Katodico se detuvo mirando boquiabierto algo espantosamente deforme que cerraba el horizonte. Una nave de pesadilla, suspendida en el cielo; una enorme construcción de metal y cemento que ocultaba el paisaje. Tubo Katodico se volvió a un transeúnte, un hombre flaco de traje arrugado. —¿Qué es eso? —le preguntó apuntando con el dedo. El hombre sonrió mostrando los dientes. —¿Horrible, eh? Es la carretera elevada del embarcadero. Mucha gente piensa que arruina el panorama. —Nunca la había visto antes —dijo Tubo Katodico. —Hombre afortunado —dijo el otro y se fue. Una pesadilla, pensó Tubo Katodico; tengo que despertarme. ¿Dónde están hoy los pedetaxis? Echó a caminar más aprisa. En toda esa zona había como una sombra pesada, humosa y mortuoria, y que olía a cosas quemadas. Los edificios y las aceras eran de un color gris opaco, y la gente iba de un lado a otro en un tempo peculiar, convulsivo. Y todavía ningún pedecoche a la vista. —¡Taxi! —gritó apresurándose. Era inútil, sólo se veían coches privados y ómnibus. Coches que parecían trituradoras brutales y enormes, de formas desconocidas. Apartó los ojos, mirando adelante. Algo le estaba distorsionando la percepción óptica, de un modo particularmente siniestro. Una perturbación que le afectaba el sentido del espacio. La línea del horizonte parecía quebrada y retorcida, como en un astigmatismo repentino y letal. Tenía que tranquilizarse, tomar un respiro. Enfrente, un mísero mostrador-restaurante. Sólo blancos adentro, todos almorzando. Tubo Katodico empujó las puertas de vaivén. El cuarto olía a café, y en un rincón un grotesco aparato automático aullaba una música.Tubo Katodico parpadeó y fue hacia el mostrador. Todos los taburetes ocupados por blancos. Tubo Katodico habló y algunos de los blancos alzaron los ojos. Pero nadie se movió. Nadie le dejó el sitio. Todos se volvieron de nuevo hacia sus platos. —¡Insisto! —le dijo Tubo Katodico en voz alta al blanco más cercano, gritándole casi en el oído. El hombre dejó su taza de café y dijo: —Cuidado, Negrata.
    Tubo Katodico miró a los otros blancos; todos lo miraban con expresiones hostiles. Y nadie se movía. La existencia del Bardo Thodol, se dijo Tubo Katodico.
    Unos vientos cálidos que lo llevaban quién sabe a dónde. La visión de… ¿qué? ¿Era posible que el animus la resistiera? Sí, el Libro de los Muertos preparaba para esto: luego de la muerte creemos ver a otros hombres, pero todos nos parecerán hostiles. Uno está solo entonces, y no encuentra ayuda en ninguna parte. El viaje es terrible, y ahí están siempre los reinos del sufrimiento, el renacimiento, preparados para recibir el espíritu flaco y sin ánimo. Apariciones ilusorias.
    Tubo Katodico escapó del mostrador-restaurante. Las puertas oscilaron juntas detrás de él; una vez más se encontró en la acera. ¿Dónde estaba? Fuera del mundo cotidiano, el espacio y el tiempo de costumbre. El triángulo de plata lo había desorientado. Había soltado amarras, y desde entonces no encontraba punto de apoyo, sometido a terribles pruebas. Una lección para siempre. ¿Por qué trataba uno de contravenir las propias percepciones? ¿Para ir extraviado de un lado a otro, sin señales ni guía?

    Una condición hipnagógica. La facultad de la atención disminuida, permitiendo así que sobrevenga un estado crepuscular: el mundo visto sólo en un aspecto meramente simbólico y arquetípico, del todo confundido con material inconsciente. Un caso típico de sonambulismo inducido por hipnosis. Había que parar ese terrible deslizarse entre sombras: reenfocar la concentración y restaurar así el centro del ego. Buscó en los bolsillos el triángulo de plata. No estaba. Lo había dejado en el banco dentro del portafolios. Una catástrofe.Tubo Katodico inclinó el cuerpo y echó a correr calle arriba hacia el parque. Unos vagabundos somnolientos lo miraron sorprendidos mientras Tubo Katodico corría. Allí estaba el banco. Y apoyado contra el banco, el portafolios. No había señales del triángulo. Tubo Katodico buscó, y lo vio al fin medio oculto entre la hierba. Él mismo, seguramente, lo había arrojado allí, furioso. Se sentó en el banco tratando de serenarse, sin aliento. Tenía que mirar otra vez el triángulo de plata, se dijo, cuando pudo respirar. Tenía que examinarlo muy atentamente, contar hasta diez y emitir entonces un sonido sobrecogedor. Erwache, por ejemplo. Ensoñaciones idiotas que evadían la realidad, emulando los más nocivos aspectos de su adolescencia. Nada había allí de la inocencia prístina de la verdadera infancia. De cualquier modo, era lo que merecía ahora. No había otros responsables, y no podía culpar a Amistad Civica o a los artesanos, sino sólo a su propia codicia. Él entendimiento no se conseguía por la fuerza. Tubo Katodico contó lentamente, y de pronto se incorporó de un salto. —Maldita estupidez —dijo en voz alta. ¿Se le habían aclarado las nieblas? Espió alrededor. Aquella difusión de la luz había desaparecido, probablemente. Ahora entendía de veras la incisiva elección de las palabras en San Pablo… Visto a través de un vidrio oscuro no era una metáfora sino una astuta referencia a la distorsión óptica. En realidad toda visión del mundo era astigmática, en un sentido fundamental. El espacio y el tiempo eran creaciones de la propia psique, y cuando faltaban estos factores… Lo mismo que en las perturbaciones agudas del oído medio. De cuando en cuando uno escoraba excéntricamente, perdido todo sentido del equilibrio. Tubo Katodico volvió a sentarse, se guardó el triángulo de plata en un bolsillo de la chaqueta, y se quedó allí con el portafolios sobre las piernas. Lo que tenía que hacer ahora, se dijo, era ir y mirar de nuevo aquella maligna construcción. ¿Cómo la había llamado el hombre? La carretera del Embarcadero, si aún estaba allí. Pero tenía miedo. Y, sin embargo, pensó, no podía quedarse allí sentado. Tenía muchas cargas que llevar, como decía la vieja expresión popular norteamericana. Trabajos que hacer. Un dilema. Dos muchachitos negros pasaron corriendo ruidosamente por el sendero. Una bandada de palomas se elevó en el aire; los niños hicieron una pausa.Tubo Katodico llamó: —Eh, muchachos. —Buscó en los bolsillos—. Vengan aquí. Los niños se acercaron cautelosamente. —Aquí tienen una moneda —dijo Tubo Katodico tirándoles una moneda; los niños lucharon disputándosela—. Vayan a la calle y vean si hay pedetaxis. Vuelvan y díganme. —¿Nos dará otra moneda? —dijo uno de los niños—. ¿Cuándo volvamos? —Sí —dijo Tubo Katodico—, pero díganme la verdad. Los niños corrieron por el sendero. Si no hay pedetaxis, se dijo Tubo Katodico, será señal de que debo retirarme a un lugar solitario y suicidarme. Apretó el portafolios. Todavía tenía el arma. No sería difícil. Los niños volvieron atropellándose. —¡Seis! —gritó uno de ellos—. Conté seis. —Yo conté cinco —jadeó el otro. Tubo Katodico dijo: —¿Están seguros que hay pedetaxis? ¿Vieron claramente a los conductores pedaleando?

    —Sí señor —dijeron los dos niños.
    Tubo Katodico les dio una moneda a cada uno. Los niños se fueron corriendo. De vuelta a la oficina y al trabajo, pensó Tubo Katodico. Se puso de pie, aferrando la manija del portafolios. Las obligaciones llamaban, en un día como otros. Una vez más fue por el sendero hasta la calle. —¡Taxi! —llamó. Un pedetaxi apareció en medio del tránsito. El conductor se detuvo junto al cordón de la acera, volviendo una cara oscura y brillante, el pecho agotado. —Sí señor. —Lléveme al edificio del Corte Ingles —ordenó Tubo Katodico. Se subió al asiento y se puso cómodo. Pedaleando furiosamente, el conductor del pedetaxi se movió entre los otros taxis y coches.

    (El hombre en el castillo-Philip K.Dick)

  3. drodrialbert ,gracias por el articulo y perdona que no me haya resistido a publicar mi escrito anteriorque segun los canones terricolas españoles deberia considerarsse como un escrito entre Pinto y Valdemoro.
    Y es que en el asunto catalán ,veo que viven en un mundo paralelo.
    Veo «la acidez lisergica» que envuelve el Llamado Pocres del Proces.

    En fin….fluyan las lagrimas -dijo el policia.

  4. Coincido con el articulista en que el ”proces» es místico , pero para todos.
    La gente , insisto ( palabra de moda ) , no es ninguna categoría política. El desprecio hacia la CUP de Más y Cía es muy superior al que experimenta un buen número de ciudadanos ( la gente , pero nuestra gente ) porque conviven como el Dr. Zhivago en unos pocos metros cuadrados que sienten como expoliados.
    Afloran los resentimientos. Pueden ser de clase, de género y de generación. Un mal humus para que nazca algo bueno. Ayer fue el momento de los personajes.

  5. Lo que cuenta en EL MUNDO Luis María Anson , que el plan B de Sánchez ofrezca una minoría con Cs para dejar en manos de la abstención de los demás la convocatoria de nuevas elecciones. Triste programa
    A todo esto los militantes socialistas no hemos dicho ni mú , o sea , no saben no contestan.

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