El oficinista: de Londres a Sants. (2/3)

Él. El Oficinista.

El Oficinista se atreve a reconocerle a su mujer e incluso a otros padres amigos que intenta evitar la Estación de Sants, no ya este primer viernes después de lo de Londres, sino en los últimos largos meses, que ya deben ser quizás años, en los que hay policía a lado y lado de la estación. No sabría concretar desde cuando se le ha hecho normal ver a los destacamentos de Mossos d’Esquadra, ni cuando empezaron a estar ahí. No sabe si es por la edad o por ser padre pero también es capaz de reconocer que antes de ayer pude haber sido realmente hace 3 meses y 3 meses pueden ser más de un año.

Tener cerca la Estación de Sants era una gran ventaja, estaba a unas 2 horas del centro de Madrid,más cerca seguro que algunos barrios de Madrid. Le gustaba la broma y la repetía. Como que aquello no era una estación sino un gran centro comercial del que salían trenes. ¿Y ahora qué? Con mayor o menor presencia no dejaba de haber policía siempre, y los posibles motivos no dejaban de ser inquietantes. A veces como hasta hace una semanas, una furgoneta en cada uno de las explanadas de salida, otras incluso con patrullas de 3 andando en triángulo en el aparcamiento como se veía en alguna películas o en la noticias sobre Iraq. Patrullas dentro de la estación de uniforme o de paisano con ese aire de ropa urbana de Decathlon y riñonera que les delata casi tanto como hablar con otra patrulla uniformada.

Recuerda que antes acortaba los trayectos pasando por dentro de la estación, ahora si puede coge el metro en Plaça de Sants o Tarragona, por lo menos algunos días hasta que se olvida o sólo quedan las furgonetas de policía en cada lado o ni él sabe por qué. A veces se dice que es por disfrutar del sol, o ver el Dragón del parque y el bullicio que le rodea.

Aprovecha los viernes para ir a recoger a los niños, es la única tarde que puede. No quiere que se diga que él no hace por la familia por lo menos lo mismo que hace en la oficina. En su casa hombre y mujer son iguales, aquí somos así se dicen los dos. No queda claro hasta donde llega el aquí, si sólo a su casa o a un espacio más amplio hasta hacer un verdadero país. Pero este viernes es diferente, como si el escenógrafo recurriese a los tópicos llueve en Barcelona después de lo de Londres. Más bien chispea haciéndolo todo tontamente incómodo.

Su mujer, los niños y él, evitan pasar por la estación desde el colegio. Casa y colegio, justo en medio la estación, que hace extraño los pasos de cebras y los caminos, más pensando en los viajeros que en los residentes. Lo mejor es recorrer la decrépita estación de autobuses para alejarse de la de trenes en otro guiño en el guión o del escenógrafo que puso allí aquel apeadero de autocares. Pero esta vez también bajo aquel techo hay mossos con metralletas o el armamento que sea, con sus armaduras modernas. Les dan respeto y quizás incluso miedo. ¿Cómo ha podido alguna vez ver gentes preguntándoles por la dirección o lo que sea a algunos de los retenes al lado de la estación? Tiene respeto por la ley, por la policía, por el deber de ciudadano que le permite vivir como vive: bien, pero si los ve así de armados prefiere otras alternativas.

Sí, respeto y si no miedo, algo que se le acerque y que quizás debe buscar en aquel diccionario de los sentimientos de Marina que se regaló así mismo y también a Cruz para que se aclarasen mutuamente. Cada uno el suyo y que una vez más no sirvió de nada, aún en aquellos años finales de la universidad las emociones y el deseo valían más que las letras. En el fondo somos más emociones que letras y normas.

El miedo también es un sentimiento como otros desastres del amor, y aquel hombre maduro, con barba y aspecto norteafricano lo tiene. O El Oficinista lo tendría en su pellejo, un policía registra su maleta, 2 más armados vigilan, y aún hay alguno más detrás. Su mujer también mira, los 2 tienen miedo y eso que no va con ellos. Sus mochilas no corren riesgo, su intimidad tampoco ni sus derechos. Está convencido de que aquel hombre lo registran por su aspecto de moderado seguidor del islam, pero igual la policía tiene más motivos, ¿cómo saberlo? ¿Cuántas situaciones como esas puede aguantar una persona?

Aligeran el paso, procuran que los niños no se den cuenta, y les parece a los dos que mirando la postal policial todo va más lento. Se miran, se dan cuenta que los dos necesitan huir de allí de aquel momento, ella bromea con los niños, él intenta retener lo que ve, pensar si es justo o no, en el despliegue y en qué dirá Cruz, porque todavía no sabe que todo es una broma.

Sólo piensa en no hacer caso de los mensajes de otras madres de la escuela con alertas sin confirmar, confía en la policía, ya otra veces han cerrado la estación cuando lo han creído conveniente, y si se trata de fomentar el terror entre nosotros no va caer en eso. Miedo tiene, quiere poner a salvo a su familia que no se mete con nadie y quiere hacerlo ya. ¿Por qué va esto contra nosotros que no nos metemos con nadie? De casa al trabajo, algo de amor, alguna fiesta y los amigos.

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