El miedo de los autores

Lobisón 

En 1978 Kaka de Luxe, el grupo seminal de la movida madrileña, cantaba con entusiasmo: ‘Pero qué público tan tonto tengo, pero qué público tan anormal’. Independientemente de lo acertado o no del diagnóstico, aquello sonaba como una provocación. Cuarenta y pico años después, se ha formado en España un coro de autores y creadores, movidos no por el afán de provocar, sino por una profunda convicción moral, que repiten a cada paso: ‘Pero qué público tan ladrón tenemos, pero qué público tan ilegal’.

No sólo eso, sino que olvidando la pose expresiva del ethos creador, a menudo se calientan y dejan claro que ellos sólo están en esto por el dinero. No parece un buen ejercicio de relaciones públicas, y en la mayor parte de los casos probablemente no se ajusta a la verdad. ¿Cómo hemos llegado a esto? Por el miedo, claro, por ese miedo obsesivo que percibió Amador F. Savater en su cena en el Ministerio de Cultura. El problema podría ser que los autores han sido secuestrados por los editores y distribuidores y son víctimas del famoso síndrome de Estocolmo.

¿Por qué temen los editores y distribuidores a las descargas? Se supone que no pueden competir con la gratuidad, y por ello su gran enemigo es la ideología del ‘gratis total’. Es innecesario decir que la retórica de los ‘internautas’, ente un poco impreciso pero militante y apasionado, favorece su paranoia. Pero cabría pensar que el verdadero problema para los vendedores de contenidos, frente a la competencia de la red, es la insuficiencia de la oferta. Como es bien sabido, Amazon o iTunes son negocios rentables pese a la existencia de las descargas gratuitas.

En buena medida la gente se molesta en digitalizar CDs, DVDs o libros y subirlos a la red porque esos contenidos no son accesibles de otra forma: Javier Marías escribía el domingo 16 una vez más contra la piratería, pero en las tiendas españolas sólo se encuentran en este momento tres de sus libros en formato digital. Y cuando los libros existen, su precio suele ser disparatado, teniendo en cuenta que cada venta no implica un coste de reposición. Esto sucede incluso en la en tantos sentidos admirable Amazon: la edición digital (original) del libro de Anthony Pagden Mundos en guerra: 2.500 años de conflictos entre Oriente y Occidente cuesta 13,68 dólares, frente a los 12,82 de la edición (rebajada) en papel.

Un representante de la coalición de creadores decía hace poco en El País que la oferta comercial crecería cuando la ley la protegiera. Eso es poner la carreta delante de los bueyes, porque es difícil imaginar ninguna protección legal que sea más efectiva que una oferta suficientemente amplia y a precios razonables. Es indudable que existen serios problemas de coordinación para lograr que los editores y distribuidores acuerden crear plataformas serias de comercialización, pero los autores no deberían dejarse arrastrar a una pelea imposible con sus propios admiradores y seguidores por las inercias y los miedos de unas empresas que no son capaces de cambiar sus fórmulas de negocio y retrasan con falsos argumentos lo que deberían ser inversiones inaplazables.

12 comentarios en “El miedo de los autores

  1. Si la pirateria de internet consigue arruinar a Javier marías, Pérez Reverte y Francisco Rico, yo me hago pirata desde ahora mismo. Dadas mis limitaciones tecnológicas, espero que tras el verano aparezca una colección en fascículos sobre cómo piratear.

    Más en serio: con el tiempo he ido cambiando de opinión: tras leer los argumentos de unos y otros, poco a poco he comenzado a entender mejor a los «internautas». De sus argumentos, me gusta lo de que «no se pueden poner puertas al campo». Me convence menos la tesis de Lobisón de «poner el carro delante de los bueyes» en estos tiempos de coches eléctricos. En definitiva, a ver quién coge ahora la «patata caliente» de esta problemática. Me explico mejor: (1) es evidente que el problema es de oferta, como sugiere Lobisón. Cuando hay servicio bueno y razonable (itunes, spotify, etc.), la cosa funciona; (2) es evidente que el futuro tiene que ir por desarrollar esa oferta; (3) mientras la oferta no se desarrolla, los autores sufren y dicen «Â¿qué hay de lo mío?», adoptando a veces posiciones luditas, corporativas o reaccionarias; (4) el desarrollo de la oferta entiendo que no corresponde a los poderes públicos, sino a «las empresas de contenidos». Conclusión: los autores tienen razón para quejarse, pero deberían elevar sus quejas contra las editoriales, discográficas, estudios de cine, etc., que no ponen remedio a la situación creada por los cambios tecnológicos, y dejar en paz a los internautas. Cuanto más critiquen a esos señores internautas, más odiados y vilipendiados serán.

  2. Buen artículo, pero que sólo recoge una pequeña parte del problema. También resulta que los que esperábamos una «ciudadanía ilustrada 2.0» dialogando en un espacio de libertad, hemos encontrado una turba furiosa con palos y antorchas digitales. La libertad que dicen defender los «gurús» opuestos a la mal llamada «Ley Sinde», no es sino anarquía. Anarquía feudal, donde los primeros llegados a la Red se arrogan el derecho de decidir por los demás lo bueno, justo y razonable, disfrazándolo de prestaciones técnicas y nombres de marcas.
    Es cierto que la Ministra y su entorno han demostrado una sorprendente ceguera (y terquedad), pero no es menos cierto que lo que hay enfrente son el grupito de señores feudales de la Red, ansiosos por ocupar su nicho de poder sin que nadie les vote.

    Os dejo un magnífico texto para la reflexión: Internet como ideología

    http://lafragua.blogspot.com/2010/12/el-digitalismo-va-llegar-o-no-internet.html

    ¡Saludos!

  3. P.D: Tomar como ciertas las impresiones de Amador acerca de esa reunion, puede ser tan peligroso como hacerlo con los papeles de Wikileaks. Cuando los «internautas» se reunieron con la Ministra, «tuitearon» furiosamente sus impresiones de la reunión; excepto que solían decir tras presentarse: «Busco trabajo».

  4. Creo que muchos confunden la distribucion de un producto y su comercializacion mediante los sistemas informaticos y los recursos que aportan la Red ,con el disfrute de los mismos.
    Es evidente que la gente siempre se ha devanado los sesos para no pagar,pero ¿donde está la linea divisoria que nos hace ser delincuentes?.
    ¿Es lo mismo leer un libro que nos apetece,pidiendoselo a un amigo o robarlo de la estanteria de una libreria mientras la dependienta se fuma un cigarrillo en la puerta?.

  5. Yo me confieso incapaz de opinar sobre el tema objeto del artículo hoy. Por desconocimiento puro y duro. No sé lo que es «bajarse» algo de la red, en mi vida lo he hecho. Sólo tengo ideas generales. Creo que los autores tienen derecho a cobrar por su trabajo, como todo hijo de vecino. También creo que no se le pueden poner puertas al campo, como bien dice don Cicuta y que hay que adaptarse a las nuevas tecnologías. Una vez me escandalicé mucho cuando un artista, cantante para más señas, argumentaba enfurecido, en presencia mía, contra el aumento de velocidad del ADSL en España. Decía no sé qué bobadas sobre el potencial aumento de la pornografía infantil como si no se le viera el plumero perfectamente.

  6. Gracias a todos, incluso a las intervenciones off topic.

    Me gustaría apuntar que en mi opinión el verdadero problema de la ley Sinde no fue la torpeza de su gestión, sino el infinito oportunismo de la oposición en Cogreso. Por cierto, Javier Marías generalizaba, como si los pobres diputados socialistas que pusieron la cara fueran también culpables de que la ley no se hubiera aprobado.

    En otro sentido, el problema es que ninguna ley puede acabar completamente con las descargas sin causar daños mayores en Internet y en las libertades individuales, por lo que me parece crucial el aumento de la oferta para desincentivar a quienes ‘suben’ los productos y lo hacen sin ánimo de lucro.

    Don Cicuta, lamentable el chiste de la carreta, los bueyes y el coche eléctrico. Lo siento, había olvidado su aborrecimiento de las frases hechas.

  7. Gracias, Lobisón.

    A mí me pasa un poco como a PMQNQ: ya me va justo, muy justo, lo de participar en DC. Meto la pata con frecuencia, borrando con mi torpeza enjundiosos comentarios que, ¡ay!, se pierden para generaciones futuras.

    Así que no tengo las ideas muy formadas sobre esta cuestión. Tengo más bien dudas. Y lo que escribes no me las aclara.

    De tu planteamiento parece deducirse lo siguiente: el avance de la tecnología ha hecho irremisiblemente obsoleto el modelo de negocio en el que hasta ahora se desenvolvían las industrias culturales (según parece, los malos de la película), así que o los autores se desvinculan de editores y distribuidores o que se chinguen.

    Creo que el argumento debería perfilarse mejor. Los avances tecnológicos posibilitan en general muchas cosas, buenas y malas, y la sociedad decide colectivamente aquellas que va a permitir y aquellas que no. Dicho de otra manera; no porque la tecnología haga posible cualquier cosa ello es intrínsecamente bueno y digno de respaldo.

    Yo tengo un prejuicio favorable al creador. No creo que el proceso necesario de adaptación al nuevo escenario tecnológico tenga que pasar necesariamente por hacer ruinosa la escritura y difusión de novelas, la producción de películas o la composición de canciones. Ya sé que no será así, sino que lo que cambiará será la manera de hacerlo. Pero, frente a la pulsión irrefrenable de la satisfacción inmediata, unas dosis de ludismo me parecen comprensibles y saludables.

    Me choca que, en un sistema económico tan lleno de ineficiencias y monopolios u oligopolios de facto, en el que seguimos premiando con salarios de escándalo a gestores de fortunas, petroleros y otros delincuentes, la bandera de la libertad se esgrima como arma para dejar en pelotas a los creadores de contenidos. Hay quien tilda de injusto el derecho transitorio de propiedad intelectual (el derecho a cobrar por algo que uno ha creado «de la nada», gracias a su talento y a veces tras años de esfuerzo), mientras que acepta con total normalidad el derecho permanente de propiedad inmobiliaria derivado, por ejemplo, de la herencia.

    En fin; yo querría una sociedad en que los buenos poetas, novelistas y músicos estuvieran bien retribuidos. Ojalá eso pueda funcionar en el entorno internet. No es éste hoy el tema, pero también hay mucho que discutir sobre internet como ámbito ideal de libertad. ¿Seguimos dependiendo de la empresa privada ICANN, de los trece root-servers que controlan los estadounidenses?

    Abrazos para todos.

  8. Después de darle vueltas al asunto, llego a la conclusión de que el problema es de aquellos que intentan equiparar la propiedad intelectual a otro tipo de propiedades. En mi cama quepo yo y alguna persona más, físicamente no cabe nadie más. Pero si subo un libro, película, etc… al ciberespacio lo puede consultar un montón de gente gratis. Hasta ahora había un tipo de negocio vinculado a la copia física, y ese negocio está muerto. Es duro, porqué habrá mucha gente que pierda su oficio, como pasa con muchas otras innovaciones. Pero es absurdo intentar defender lo que está muriendo con leyes.

    Quizá con internet muera algunas artes como las conocemos, eso también ha pasado ya. La ópera en la época de mozart podía ser parte de la cultura popular, pero ¿cúantas operas escritas en los últimos años son estrenadas? Quizá pase lo mismo con el cine que lo que ha sucedido con el teatro o la ópera, que pasen a ser formas culturales secundarias. Con la música o la literatua no creo, hace falta muy poco para producirlas, y quienes se dedican a ellas ya encontrarán formas de vivir, como los conciertos, asistir a actividades culturales cobrando, promocionando productos, etc.

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