El futuro más allá de agosto

LBNL

Agosto se presenta movidito. Es la tónica estos últimos años. Por varias razones. Para empezar, los que mandan están de vacaciones. Y los que invierten también, con lo que la liquidez de los mercados encoge y cualquier movimiento especulativo tiene mucho más impacto. Y encima, los que mandan, al menos los que pretenden hacerlo en esta país, no gozan de mucho crédito allende nuestras fronteras. Con lo cual tenemos todos los ingredientes para que los titulares nos acongojen según entremos o salgamos del mar; eso los afortunados que tengan el privilegio de haberse tomado vacaciones como dios manda.

Mientras nos solazamos en el agua salina y volvemos a la arena despotricando contra quienes deberían proveer soluciones para los grandes males que nos aquejan, nuestro presente y futuro estará en manos de grises funcionarios que bien en Frankfurt bien en Bruselas, tratarán de que el euro y Europa misma no implosione a manos de la incapacidad de los líderes políticos de la eurozona. Ojalá acierten.

Seguro que lo harán. La soga a nuestro cuello seguirá estando prieta, en agosto y en los meses venideros, en parte por nuestras propias torpezas y en parte por la cortedad de miras de los gobernantes del norte de Europa. Pero cuando apriete de verdad y amenace con dar al traste con el mejor proyecto político de la Historia de la Humanidad cual es la Unión Europea, harán lo necesario para que la sangre no llegue al rio. Porque es lo correcto, porque es lo sensato y porque les va la vida en ello.

Los economistas, en general, analizan nuestra dramática situación económica desde un punto de vista exclusivamente economicista. Números y academia sin más. Se olvidan, desdeñan o ignoran que el proyecto de integración europea viene de mucho más lejos y va mucho más allá que los simples números y la ortodoxia económica.

Sin ponernos excesivamente dramáticos, desconocen el significado de la histórica misa de reconciliación a la que asistieron De Gaulle y Adenauer en la catedral de Reims hace 50 años y que sentó las bases de lo que hoy es la Unión Europea. Tras la guerra franco alemana de 1870 y las dos guerras mundiales (más bien europeas), Francia y Alemania decidieron, con ayuda de otros, no repetir los errores del pasado y dejar de suicidar nuestro continente.

Afortunadamente, hoy nadie piensa en la posibilidad de una nueva guerra en Europa. Sin embargo, la viabilidad del euro, el paso integrador más importante hasta la fecha, y de la Unión misma, está sometida a dudas crecientes también inimaginables hasta el estallido de la crisis en 2008.

Merkel y Hollande son muy distintos a sus predecesores pero las posiciones de Alemania y Francia respecto a Europa no han variado completamente. Simplificando, Francia siempre ha privilegiado una Europa de Naciones o intergubernamental para mantener su capacidad de influencia y de veto. Ya en 1965 De Gaulle practicó durante 6 meses la política de silla vacía en el Consejo hasta conseguir diluir las propuestas de mayor supranacionalidad del alemán Walter Hallstein, primer presidente de la Comisión Europea. La unificación alemana, aceptada con grandes reticencias por el Presidente Miterrand, intensificó el tradicional miedo francés a la dilución de su rol preponderante en el entramado institucional comunitario. En gran medida, fue Francia la que impidió que los tratados de Amsterdam  y de Niza adaptaran eficazmente unas instituciones pensadas para los seis Estados fundadores a los 27 resultantes de la ampliación al Este de Europa.

Por su parte, Alemania se ha mostrado tradicionalmente mucho más dispuesta a federalizar el proyecto europeo, en gran parte por su voluntad de enmienda respecto al pasado y, más recientemente, por la confianza que implica ser el Estado más poblado y la primera economía europea.

En 1965 De Gaulle finalmente accedió a un compromiso en parte por el impacto negativo que su política de bloqueo institucional estaba teniendo sobre la economía francesa. En este sentido, la delicada situación económica de Francia podría contribuir a diluir sus reticencias frente a las propuestas de resolver la crisis europea con un salto de gigante en los ámbitos económico, institucional y político. Otro factor no desdeñable es la gran influencia política y personal de Jacques Delors, el añorado presidente de la Comisión que sentó las bases del mercado único y de la unión monetaria, sobre François Hollande que, sin embargo, tiene que lidiar con los sectores del Partido Socialista francés más «patrióticos» y con los críticos de la política económica liberal preconizada desde Bruselas.

Del lado alemán, Merkel viene repitiendo en las últimas semanas que no se opone a una «mutualización» de la deuda europea en la medida en la que venga al menos acompañada, si no precedida, de una «mutualización» de la soberanía económica. De ser sincera, su posición es perfectamente legítima: si todos debemos ser solidarios económicamente, debemos poder participar en las decisiones de aquéllos a quienes se nos va a exigir ayudar. Lejos de plantear una Europa gobernada desde Berlín, y desde la sede del Banco Central Europeo en Francfort, Alemania propone ceder mucha más soberanía económica a las instituciones de la Unión, Comisión y Parlamento incluidas y no sólo al Eurogrupo del Consejo de Ministros como desea Francia.

Sin embargo, las propuestas «federalizantes» de Berlín cuentan con un obstáculo interno: el todopoderoso Tribunal Constitucional alemán, con sede en Karlsruhe, que no ha tenido empacho en retrasar hasta septiembre su decisión sobre la constitucionalidad del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), una de las piedras angulares del «Compacto Fiscal Europeo» que Merkel consiguió imponer a sus socios (excepto Reino Unido y la República Checa) el pasado mes de marzo y que, dado el retraso, no ha podido entrar en vigor el 1º de julio como estaba previsto.

Ya en 2009, con motivo de la ratificación del Tratado de Lisboa la Corte advirtió que ulteriores pasos hacia la integración europea podrían requerir una consulta a la ciudadanía al haberse prácticamente agotado el margen de cesión de soberanía permitido por la Constitución.

La posición del Tribunal y, en concreto, de su presidente Andreas Vosskuhle, está siendo objeto de críticas crecientes en Berlín en las últimas semanas, con acusaciones veladas a que quizás los magistrados estén tratando de impedir que, en paralelo a más transferencias de soberanía hacia la Unión, su influencia se traslade a los tribunales comunitarios de Estrasburgo. Y en lo que ha sido interpretado como una amenaza al Tribunal, el Ministro de Finanzas Wolfgang Schauble ha advertido públicamente que no descarta un referendum para reformar la Constitución introduciendo un artículo que permita la cesión de soberanía sin condiciones.

Ajenos a la Historia y al presente de otras latitudes europeas, son cada vez más numerosas las voces españolas que abogan por «salir del euro», como si ello fuera a permitirnos campear las dificultades generadas domésticamente o vengarnos del «castigo» injusto impuesto desde fuera.

No. La opción de salir del euro es una falacia. La única manera de hacerlo es montar un «corralito» un viernes, limitando las retiradas de dinero de los bancos, pasar todo el fin de semana sellando los euros depositados en el banco con la efigie de nuestro monarca y salir el lunes a negociar un nuevo tipo de cambio para las «nuevas pesetas», que probablemente implicaría una devaluación del 50% de nuestro poder adquisitivo. Es decir, que cada uno de los euros «pesetarios» pasaría a valer la mitad de lo que valían el viernes anterior.

La lógica indica que a partir de entonces podríamos exportar más. Pero también que tendríamos que ingresar al menos el doble para poder pagar nuestra deuda, pública y privada, denominada en euros, con lo que ingresáramos en las devaluadas «nuevas pesetas».

Es un sinsentido económico. Salir del euro implica un «corralito» y necesariamente, además un «default», es decir, negarse a pagar una gran parte de la deuda, como hizo Argentina cuando decidió poner fin a la paridad peso-dólar. A juzgar por cómo están, no les fue mal del todo. Claro que fueron miles o decenas de miles los argentinos que emigraron y el coste social afrontado por los que se quedaron en casa fue brutal. Pero peor negocio aún sería salirse del euro y no hacer «default». El coste social de duplicar de golpe y plumazo lo que tenemos que pagar a nuestros acreedores sería todavía peor.

Por añadidura, la salida de España del euro implicaría la muerte de la divisa común europea porque inmediatamente la presión sobre Italia se haría insostenible y sería prácticamente imposible que Grecia, Portugal e Irlanda no siguieran el mismo camino. En otras palabras, si España decidiera un viernes cualquiera salirse el euro, el euro moriría. Y las consecuencias económicas europeas y globales serían terribles por la cantidad de créditos que pasarían de golpe y porrazo a ser incobrables.

Dejémonos de idioteces. España no puede salir del euro sin hacer «default» y nuestra situación económica no nos obliga a declarar la quiebra. Pero más allá de los argumentos económicos, España no puede permitirse el lujo de «matar» el proyecto de integración europea al que fuimos «invitados» en 1986. Llevábamos casi un siglo aislados del mundo y no tendría sentido volver al aislamiento. Afortunadamente, no contamos con un Gobierno capaz de tomar una decisión de tal calado. Y todavía más afortunadamente, incluso en tal caso, no nos permitirían hacerlo.

Así que acostumbrémonos más bien a sobrellevar la soga al cuello, tirante pero no ahogante del todo, porque cuando nuestra situación bordee lo insostenible, los poderes fácticos de Europa harán lo necesario para que podamos seguir sobre llevándola, con grandes dificultades pero sin perder el aliento.

Y traslademos la batalla a Bruselas para conseguir que la política económica europea y la «condicionalidad» que nos viene impuesta sea más eficaz que hasta la fecha para reactivar nuestro crecimiento económico, sin el cual no hay futuro ni fuera ni dentro del euro.

Que disfruten de la playa!

2 comentarios en “El futuro más allá de agosto

  1. «El obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, ha pedido este miércoles a los ciudadanos que hagan un «esfuerzo solidario» y donen una paga extra en favor de los más desfavorecidos por la crisis económica que, en su opinión, es consecuencia de un «pecado» del que «todos» somos «cómplices».» (NO TE JODE!!!!)

    http://www.20minutos.es/noticia/1554861/0/obispo-san-sebastian/paga-extra/desfavorecidos/

    Si sumamos todos los ‘trabajadores’ de la Iglesia Católica (siendo menos de 100 obispos y menos de 20.000 sacerdotes (y cada vez menos…) y reciben 159 millones de euros el año 2012 y sólo el 2% va a Cáritas, ¿A dónde va el resto de la pasta?? ¿Por qué no la donan ellos? 🙂

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