El desasosiego moral (3): ¿Sic semper tyrannis?*

Permafrost

Sadam Husein fue ejecutado el 30 de diciembre de 2006, tras un proceso en el que se juzgó su culpabilidad por diversas matanzas organizadas durante su mandato. Tenían dónde elegir. Que Sadam había cometido actos genocidas contra su propio pueblo, algo innegable, es una circunstancia que, desde los cuarteles de la claridad moral, se ha esgrimido con cierta frecuencia tanto para justificar la invasión de Irak como para afear la conducta de quienes se han opuesto a ésta y sus derivados:

1) «[A] Llamazares y Zapatero les daba exactamente igual que el tipo que había gaseado kurdos al por mayor amenazara a medio mundo, despreciara a la ONU y machacara a su propio pueblo. Lo que deben hacer PSOE e IU es explicar por qué defendían que había que dejar al tirano en paz; pedir disculpas a los iraquíes por mirar hacia otro lado cuando el sátrapa de Tikrit los asesinaba en masa» (GEES, LD, 9.2.07). «A quien están juzgando los iraquíes no es al cuarteto de las Azores […], sino a los auténticos genocidas que durante años sembraron el horror y la destrucción en aquel país. […] La elección […] debe ser […] entre Zapatero, quien deja que los iraquíes inocentes salten por los aires sin mover un músculo, y quienes luchan por una esperanza para Irak. Elija entre la rendición y luchar contra el terrorismo» (R.L. Bardají, ABC, 23.3.07). Tales observaciones, unidas a estas otras del ideario que sopla de estribor, me sumen en la perplejidad:

2) «Lo que diferencia a los neoconservadores de sus compañeros de viaje es el rechazo al utilitarismo, al pragmatismo y al simple ocasionalismo. La defensa de la democracia, del Estado de Derecho o la lucha contra la tiranía no dependen ni de encuestas ni de intereses» (GEES, LD, 12.1.07). «A la hora de la verdad, el bien y el mal son opciones incompatibles. Un dilema moral no admite posibilismos, argucias utilitaristas ni cálculo de beneficios hipotéticos» (Benigno Pendás, ABC, 7.3.07).

3) «Fueron personas que en su momento fueron ferozmente criticadas, como el presidente Reagan […], las que supieron transmitir la fe en la libertad y la dignidad de todos» (Aznar, LD, 16.3.07).

4) «No vale cerrar los ojos. […] No es lo mismo pensar que lo mejor es apaciguar a quienes quieren destruir la libertad o pensar que es mejor defenderla. […] El apaciguamiento no funciona con los terroristas.» (Aznar, LD, 16.3.07).

¿Y qué relación guardan entre sí estos puntos? Permítanme que les cuente una historia sobre genocidios en Irak, la moralidad neocon que no entiende de oportunismos, Reagan y el pusilánime apaciguamiento.

En marzo de 1988, el ejército irakí, a las órdenes de Sadam, atacó con gas letal la ciudad de Halabja, causando en pocas horas la muerte de unos cinco mil civiles indefensos. No era la primera vez que el dictador usaba armas químicas contra la población kurda. Peter Galbraith, hijo del conocido economista, trabajaba en ese momento en el Comité del Senado de Relaciones Exteriores y tuvo ocasión de viajar a la zona afectada para documentar la tragedia. Por aquel entonces, Estados Unidos acababa de adherirse, finalmente, a la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, adoptada por la Asamblea General de la ONU en 1948. Horrorizado por la masacre, Galbraith, a su regreso a Washington, volcó todo su empeño en redactar y conseguir la aprobación de la «Prevention of Genocide Act», que habría impuesto las sanciones económicas americanas más severas contra país alguno en veinte años. El proyecto de ley fue aprobado por el Senado en apenas 24 horas, algo extraordinario, pero no llegó más lejos. El congresista republicano Bill Frenzell se pronunció con meridiana claridad (¿moral?): «Es muy difícil apoyar el genocidio, o estar en contra de quien se opone al genocidio, pero no veía nada en esa resolución que pudiera evitar el derramamiento de una sola gota de sangre. Todo lo que veía era que perjudicaba a los Estados Unidos y no a los perpetradores del supuesto genocidio». En los pasillos del Congreso se corrió la voz de que la proyectada ley castigaría a los americanos que hicieran negocios con Irak y Galbraith se vio enfrentado a banqueros, exportadores y magnates del petróleo. En la misma línea, la Casa Blaca consideró que las sanciones eran «prematuras». El Ejecutivo de Reagan no negaba que Irak hubiese gaseado a los kurdos, pero se oponía empecinadamente a las sanciones, o incluso a la interrupción de las ayudas económicas. Tenían sus propios planes sobre hipotéticas alianzas con Irak, para los que la zanahoria parecía mejor que el palo. Colin Powell, entonces asesor de Seguridad Nacional, coordinó la postura negativa de la Administración Reagan y, con el término de la legislatura, el paralizado proyecto de ley se desvaneció. De hecho, en 1989, la Administración de George Bush padre llegó a duplicar la cuantía de los créditos financieros en favor de Irak.

Así planteado el panorama, dos frases de Peter Galbraith en una entrevista radiofónica de 22.8.06 condensan la esencia de mi genuino desasosiego moral:

«Una de las ironías de la situación es que, en el año 2003, el Presidente Bush utilizó el hecho de que Irak había gaseado a su propia población como una de las razones para la guerra, pero en el momento en que el gaseo estaba teniendo realmente lugar, la Administración Reagan, en la que su padre era el Vicepresidente, se opuso incluso a la imposición de sanciones económicas. […] No obstante, la circunstancia de que los Estados Unidos fueran cómplices y se comportaran de una manera vergonzosa, en mi opinión, no hace en modo alguno inocente a Sadam Husein, ni disminuye de ninguna manera su responsabilidad por sus horribles crímenes».

Ciertamente, no hace falta ser amigo de Sadam para plantear reparos ante el despropósito Iraquí de los neocon. El mismo Galbraith concluía una columna en el Boston Globe (31.8.06), muy apropiadamente titulada «The true Iraq appeasers» (Los verdaderos apaciguadores de Irak») con las siguientes palabras: «Los arquitectos de la anterior política de apaciguamiento mantienen ahora el espejismo de que tienen un camino hacia la victoria y que sus críticos harían bien en callarse».

En definitiva, ¿estamos realmente hablando de valores y principios morales irrenunciables, sin argucias utilitarias ni posibilismos, o se trata, una vez más, de los pretextos que utilizan los fariseos apóstoles del blanco y negro como arma arrojadiza contra la caricatura de la izquierda que habita su férvida imaginación?

(*) Nota: Quisiera aclarar el significado de mi críptico subtítulo. «Sic semper tyrannis» (que podría traducirse como «Así sea siempre con los tiranos») es el lema del Estado de Virginia (EE.UU.) contenido en su escudo oficial, donde aparece una representación de la virtud en forma de mujer que, espada en mano, pisa el cuerpo yaciente de un déspota derrocado. Según la Wikipedia, la frase se atribuye a Bruto, con ocasión del asesinato de César. Siguiendo en tono anecdótico, parece ser que fue también lo que exclamó el asesino de Lincoln tras disparar a éste. Más recientemente, Timothy McVeigh portaba una camiseta con esta frase y una imagen de Lincoln cuando fue detenido, el 19 de abril de 1995, por su implicación en el atentado de Oklahoma City.

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