El adios de Maragall

Jelloun

En esta última semana han sido noticia las declaraciones del ex presidente de la Generalitat, Pascual Maragall, crítico respecto al fruto final de la batalla por el Estatut –cuestionándose si, visto el resultado y las amenazas de recorte que se ciernen sobre el mismo, ha merecido la pena el esfuerzo desplegado-, y decepcionado con la postura finalmente adoptada por el presidente Rodríguez Zapatero en la que ve una renuncia a su apuesta inicial por la “España plural�, entendida como una decidida opción por el federalismo, impulsado muy especialmente desde Cataluña.

Aunque creo que es pertinente la discusión sobre el alcance o recorrido de ese concepto  enarbolado por Zapatero y me parece muy digno de consideración el punto de vista crítico de Maragall, no comparto la decepción que parece mostrar ante un Estatut que el mismo calificó -en otra entrevista con el Director de La Vanguardia-, como el instrumento que le hacía falta a Cataluña  “para convertirse en una nación europea, en el marco del Estado español, puntera en todos los terrenos�. Se mostraba entonces convencido de que “los políticos catalanes habrán podido demostrar, después de un año y medio de trabajo, que el esfuerzo valía la pena y que pasamos a ser un país regido por una ley moderna, socialmente avanzada y políticamente solvente�. Por eso, me da la impresión de que la amargura –más que acidez-,  mostrada por Maragall tiene que ver más con la forma en que desde su partido y el PSOE se ofició su “sacrificio� que con el contenido del Estatut.

Al margen de las reacciones previsibles –como “obligadas por el guión�-, de los partidos catalanes de la oposición, la serenidad y distanciamiento con que tales pronunciamientos han sido acogidos por los gobernantes actuales –empezando por su sucesor el Presidente Montilla-, y en el seno de su (todavía) partido, el PSC, contrastan con la catarata de comentarios críticos con el personaje en los medios de comunicación, muy en la línea de esta propensión nuestra al ajuste de cuentas. Estaríamos ante otra “maragallada�, viene a decirse, otra extravagancia, ya se sabe, propia del personaje. Y leña al mono.

Seguramente, y por desgracia,  buena parte del “establishment� político y mediático de la capital de España se reconozca en descalificaciones y disparates como las que firmaba ayer mismo el conocido comentarista Carlos Carnicero en “El Plural� (para qué molestarse en bucear en la prensa ultra, si basta con este botón de muestra propio de determinado sector del  progresismo):

“…Dice ahora (Maragall) que el Estatuto no mereció la pena y pronuncia esas palabras frente a todos sus compañeros socialistas del PSC y el PSOE que le dejaron manejar el juguete que le era indispensable, conscientes todos del desgaste político que … acompasaría el camino emprendido de la reforma territorial de España que era el sueño de este político inestable que ahora se manifiesta insatisfecho (…)Tiene razones para no estar orgulloso de las condiciones de la jubilación que (…) está apuntalada de récords de dudoso prestigio. Fue efímero presidente para la fabricación de un estatuto que era su capricho y…finalmente, perdidas las elecciones por su partido, tuvo que entregar el bastón de mando y control a ERC para que administrara la puesta en escena de ese estatuto suyo que fue capricho y ahora es insatisfacción�.

A saber que entenderá este comentarista por “prestigio� en el ejercicio de la actividad política y cuantas docenas de políticos contabilizará con una ejecutoria similar o superior a la de Maragall. No tiene importancia eso. Me llama más la atención que una persona de talante y convicciones progresistas reproduzca con desparpajo lo que ha sido la falsedad básica del discurso reaccionario en torno a la política catalana y a la batalla del Estatut. Ni el Estatut o la reforma territorial fueron “caprichos� sino objetivos largamente perseguidos por la izquierda catalana ni el Gobierno que auspició la reforma fue derrotado –la única derrota ha sido la de CiU que sigue en la oposición, mal que pese a quienes, como Carnicero, tal vez suspiraban por un pacto CiU-PSOE -, ni el pacto tripartito actual  ha supuesto dar “el bastón de mando y control a ERC�.

En realidad, la defensa del nuevo Estatut, objetivo clave del programa con el que el PSC y sus socios alcanzaron la victoria sobre CiU, no era una novedad ni un invento de Maragall. La reivindicación del poder político propio reflejado en el Estatut y la pasión por el reconocimiento nacional de su comunidad han sido constantes en la trayectoria del Partido de los Socialistas de Catalunya (PSC) y elementos primordiales de sus propuestas políticas. Así lo expresaban ya en las elecciones de 1999 –las primeras a las que concurrió, sin éxito, Maragall-, con la declaración con la que abrían su oferta programática: “Tras la ambigüedad calculada de la Constitución de 1978,….Veinte años después, es justo esperar un reconocimiento explícito como naciónâ€?. Se reivindicaba el federalismo como “la oferta política de Cataluña a Españaâ€? y la necesidad de “ampliar el Estatutoâ€?. Y antes aún, en 1993 –no era Maragall el candidato entonces-, ya reivindicaba el PSC la necesidad de dar “un paso hacia adelante en la profundización del autogobierno de Cataluña,…un nuevo impulso al Estado de las autonomías, reafirmando el pacto constitucional y el compromiso de la democracia española de proporcionar el nivel de autogobierno adecuado a las naciones históricasâ€?.

El PSC ha venido representando la versión progresista e ilustrada del catalanismo, que sólo desde el desconocimiento de la historia y realidad de Cataluña puede confundirse con el nacionalismo –surgido históricamente con posterioridad a aquel-, encarnado en las últimas décadas por el pujolismo. Por eso, el Estatut no sólo no es un elemento extraño al socialismo catalán o imposición caprichosa de una personalidad concreta sino que no puede entenderse sin el PSC. Por eso, alguien tan  poco sospechosa de veleidad nacionalista alguna como Manuela De Madre al hacer balance orgulloso de lo conseguido para los ciudadanos en la anterior legislatura “con instrumentos precarios� proclamaba: “¡Qué no seremos capaces de hacer con el nuevo Estatuto! Ya sabéis que el Estatuto no es de ningún partido. Como debe ser. Pero los socialistas somos, como nadie, el partido del Estatuto�. Ese es el “capricho� que desdeñosamente tantos comentaristas achacan  a una supuesta fijación obsesiva de Maragall.

Fascina el personaje. Dejemos al margen ese adjetivo, tan tópico, de “inestable� al que significativamente se recurre para liquidar al adversario con la descalificación `ad hominem` en vez de discutir  las discrepancias (también suele etiquetársele de “ciclotímico� aunque la derecha haya sido habitualmente mas brutal a la hora de buscar en rasgos de la personalidad de este político singular explicaciones a su comportamiento político). Es muy típico de cierta mentalidad sacar a relucir aspectos del discrepante que nunca se han aireado mientras ha sido “de los nuestros�. Es la mentalidad propia de una forma de entender la actividad política en la que sólo caben adhesiones más o menos inquebrantables, discreción en el cumplimiento de las instrucciones –las que toque en cada momento-,  y ausencia de opinión propia. Sobre todo eso. Pasar desapercibido para sobrevivir (“el que se mueve, no sale en la foto�) sin que llegue a escucharse jamás una idea política relevante, una reflexión original, ni un destello siquiera que vaya más allá de la reiteración de las consignas del momento establecidas en el argumentario oficial de la organización. Este es el lamentable panorama característico de la vida política de nuestro país. Es un contexto en el que personajes como Pascual Maragall, tan dado a la reflexión autónoma y en voz alta,  se revelan como un auténtico lujo, más allá del acuerdo o desacuerdo puntual con sus propuestas.

En un reportaje reciente del periódico La Vanguardia se destacaba de entre los objetos personales que decoran el despacho actual de Pascual Maragall un dibujo que le regaló el humorista Forges. Es una caricatura del propio Maragall con la leyenda: “Pienso, luego estorbo�.

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