Egipto y sus mil caras

Frans van den Broek 

Suele decirse que una de las mejores maneras de acercarse al conocimiento de un pueblo es a través de su literatura. Como toda generalización de esta naturaleza, no siempre será cierta, pero, como quería Balzac y se afana en repetir buena parte de la crítica literaria y hasta de la sociología, las novelas representan ventanas en la vida privada de una nación, instancias de lo que Unamuno quiso llamar intrahistoria, y de lo que el olvidado Lukacz llamaba el reino de la particularidad (por contraste con el de la universalidad, propio de la ciencia, y de la singularidad, propio de los individuos de carne y hueso). La novela que comento aquí representa un buen ejemplo de lo antedicho, pues en el microcosmos que crea se reflejan la historia de Egipto de los últimos cincuenta años y las contradicciones que tensan las cuerdas vitales del Egipto actual. Me refiero a la famosa novela del escritor Alaa al-Aswany The Yacoubian building (existe traducción española, El Edificio Yacoubiano, que no he consultado), que ha sido traducida a muchas lenguas occidentales desde el árabe original y de la que se han hecho una película y una serie de televisión (que no he visto tampoco). 

Antes que demorarme en una crítica de sus valores literarios, prefiero aprovechar la ocasión que brinda para reflexionar sobre la situación de Egipto y de tantos otros países en lo que respecta a su relación con el mundo occidental y de paso mencionar algunos temas anejos que han suscitado mi interés personal. No es que la novela no tenga mérito literario, todo lo contrario. Está escrita con impecable pulso narrativo y estructurada de manera eficiente, además de ser un estupendo estudio de caracteres que se devanen en situaciones dramáticas y hasta cómicas. El edificio mencionado en el título, que existe en la realidad, pero al que el autor, con legítima licencia poética, ha modificado a su antojo, sirve de punto de aglutinamiento de las historias entrelazadas de varios personajes que representan un amplio espectro de la sociedad egipcia de los últimos años. Todos los personajes viven o trabajan en el mentado edificio, construido en su tiempo por un armenio de apellido Yacoubian. El personaje que más dedicación y quizá simpatía merece del autor es Zaki Bey el Dessouki, una especie de sibarita egipcio, de familia patricia venida a menos, que aún trabaja o pretende trabajar en el edificio, cuya principal obsesión son las mujeres, a las que conoce con asiduidad, pero a las que le es cada vez más difícil conseguir debido a su edad, que pasa de los sesenta. Zaki gusta del alcohol también y hasta del opio, aunque no es un adicto. Es más bien un extraviado, una reliquia de un mundo que se ha desvanecido, el del Egipto previo a la revolución de 1952, en medio de un mundo que cada vez comprende menos. Dada su situación hasta cierto punto frágil lo engaña una mujer para sacarle dinero y robarle un diamante que pertenecía a su hermana, quien se ha convertido en una amargada viuda que ya sólo piensa en la herencia que tiene que asegurar para sus hijos y ella misma. La hermana le declara la guerra y lo echa de su casa, y hasta pretende quitarle su oficina en el edificio yacoubiano, pero Zaki se defiende con nobleza. Entretanto es víctima de otro intento de engaño de una mujer joven y hermosa, Busayna el Sayed, otro de los personajes principales de la novela, que, sin embargo, no prospera, por la sencilla razón de que ésta, para su propia sorpresa y gozo, acaba enamorándose de Zaki, de sus maneras dulces y refinadas, de su honestidad, de su propia vejez. Esta relación será una de las partes más hermosas de la novela.

 Busayna ha seguido un camino no menos duro que el de Zaki, no obstante, pues es una mujer hermosa y joven que debe comenzar a trabajar (su padre ha muerto y la madre no se da abasto, conformándose todos con tener que vivir en la azotea del edificio yacoubiano en condiciones humildes), sólo para encontrarse en el trabajo con hombres que abusan de ella. Ha tenido hasta entonces un amor de adolescencia, Taha el Shazli, pero la vida los separa emocionalmente y decide dejarlo, para consternación de Taha. Éste último había querido ser policía, pero su baja condición se lo impide (su padre trabaja en el mismo edificio de portero). Decide irse a la universidad, donde no tarda en caer bajo la férula del islamismo radical, con trágicas consecuencias.

 Otros personajes importantes son Hagg Muhammad Azzam, un comerciante muy adinerado, quien se ha hecho rico de modos misteriosos, y quien logra, con ayuda de la corrupción política habitual en Egipto, un sitio en el parlamento y una segunda esposa joven, si bien ambos se verán afectados por la misma corrupción institucional y moral que impera en el país. Luego está Hatim Rasheed, uno de los personajes que más controversia causaron cuando apareció la novela, pues se trata de un homosexual que no se cuida demasiado de ocultar sus preferencias, editor de un periódico en lengua francesa, occidentalizado y hedonista, quien se enamora de un soldado cristiano que responde a sus avances, pero a quien corroe la culpa, por la homosexualidad y por ser hombre casado, y quien sufre la devastadora experiencia de la pérdida de su hijo, tras lo cual huye de Hatim, pero es encontrado al final por él, y recuperado sólo por una noche que vendrá a ser la última para ambos de manera dramática.

 Aún más personajes se pasean por esta arrebatadora novela, que, sobre todo, refleja el estado de decadencia en que se encuentra la sociedad egipcia actual, democrática en principio, pero corroída hasta la médula por la corrupción. No falta alegría en ella, por supuesto, ni esperanza, pero al-Aswany sugiere que las mismas son sofocadas por la falta de perspectivas honestas y recompensas justas de la sociedad egipcia actual. Lo primero que salta a la vista a un lector crítico de novelas es que la misma está escrita desde un autor omnisciente cuyas intervenciones no disminuyen la intimidad de los personajes ni el interés de la historia. Uno de los dogmas más enraizados de la modernidad literaria fue la autoimpuesta necesidad de eliminar al autor omnisciente por cuanto medio fuera posible. Creo que este impulso ha rendido obras literarias de innegable altura y potencia narrativa, pero, como el intento de una novela total, o de la eliminación de la anécdota, o como la experimentación formal por sí misma, no constituye sino un prejuicio más y una moda, que ha llevado también a la creación de obras absurdas o inentendibles, como las novelas de Robbe-Grillet o los algoritmos retóricos del Joyce del Finnegans Wake. El ser humano, por la razón que fuera –y las teorías al respecto van desde la metafísica hasta la neurología-, anhela inmergirse en historias, ser partícipe ficticio de aventuras y meditaciones que tal vez no podría vivir o tener por sí mismo, y no le importa demasiado de qué modo se las cuenten, mientras sigan siendo historias reconocibles y estimulando su imaginación. Un autor omnisciente, por tanto, no tiene por qué ser un obstáculo para el lector, todo lo contrario, aunque sea una decepción para los estetas y una tesis menos para los académicos. Historias se han contado desde que el hombre es hombre y la mujer, mujer, y las estrategias retóricas deben servir a este propósito, no al revés, como quieren los posmodernos. La novela de Al-Aswany es prueba clara de lo mismo. Los acontecimientos se suceden de modo fluido y con un ritmo variado, y el autor omnisciente, con sus comentarios históricos o sus aclaraciones de motivaciones y desarrollos internos, sólo contribuyen al placer de su lectura. Siempre hay artificio en la creación de una obra narrativa, y Al-Aswany sabe limitar la presencia del narrador externo a lo necesario, de tal modo que casi no notamos su presencia. Pero no parece haberle preocupado la necesidad de tu total disimulación, sin desmedro de la historia.

 Otra de las cosas que me llamaron la atención de su lectura –y que no dejan de llamarme la atención siempre que me ocurre algo análogo-, es cuán similares son los destinos de los países que antes se solía llamar tercermundistas, allende sus diferencias de trasfondo cultural o religioso más específicas. Mientras leía la novela me vino a la memoria la experiencia de mi primer y único viaje a un país de religión musulmana, Marruecos, allá por los finales de los ochenta. Antes que sentirme transportado a un reino exótico reminiscente de las mil y una noches –lo que también ocurrió, sin duda, en ciertos momentos- lo que más me sorprendió fue una aplastante sensación de dejá vu. Mientras caminaba por la calles de Tetuán o de Fez, o mientras hablaba con quienes nos encontramos en el camino, no pude evitar sentirme como si estuviera en Lima o en Trujillo, o en cualquier ciudad de ciertas dimensiones de mi lejano país. Es cierto que muchas cosas eran distintas, como es natural, pero allí estaban las mismas casas modernas con los mismos diseños en los mismos tipos de barrios nuevos, el mismo caos automovilístico, los mismos destartalados medios de transporte público, los mismos contrastes de riqueza y miseria, hasta ropas similares y formas de hablarse que me parecieron propias no de un Abdul o un Mohammed, sino de mi primo Héctor o mi compadre Alfonso, y, no exagero, hasta pude vislumbrar parecidas formas de sonreír o de palmearse la espalda, y de sentirse arrojados en un mundo en el que el individuo tendría que sobrevivir por sus propios medios y no por obra y gracia de un estado lejano e indiferente. Escuché chistes similares, y asistí a fiestecillas de amigos en las que el héroe no era Saladino, sino Bob Marley, igual que en mi patria se escuchaba entre mi generación más a Santana que a Quilapayún. Colores, sabores, sentimientos no me fueron novedades, sino anamnesias sublunares que imponían a mi conciencia no la excitación de un viaje turístico y estudiantil, sino la constatación de una hermandad más profunda que las circunstancias que hacían cantar a los muezzines en Fez y tañer las campanas en Lima. Una hermandad asentada en la economía, sin duda, pero también en la relación de una cultura tradicional religiosa y aún algo medieval con una cultura occidental en proceso de continua expansión desde los tiempos de la colonia.

 Pues bien, El edificio Yacoubiano suscitó una experiencia similar, como lo hacen tantas novelas de países en proceso de desarrollo, si bien las particularidades de cada país no son desdeñables. Pero allí estaba el egipcio occidentalizado, Zaki, con estudios en Francia y amor y respeto por su cultura, tratando de ejecutar en su vida y su destino el malabarismo espiritual de combinar ambas tradiciones, la propia y la de occidente, sin partirse por la mitad, o degenerar en esquizofrenia, no siempre con éxito, y menos aún al momento de los acontecimientos de la novela, cuando Egipto ha sido atrapado por la corrupción y el avance ineluctable del integrismo islámico. De igual modo hemos tenido muchos peruanos que armonizar de cualquier manera –casi siempre, diríase, de mala manera- la influencia de nuestra herencia indígena con la prevalencia social de la cultura europea y americana, tarea que ha llevado a algunos hasta la locura o el suicidio, como al famoso escritor indigenista José María Arguedas quien acabó pegándose un tiro no sin antes dejar el estremecedor documento de este drama en su última e incompleta novela El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo. Allí estaban también la extendida inmoralidad de las instituciones que se supone vehiculan los intereses populares y protegen al ciudadano, pero que son temidas y despreciadas por todos, y allí también las costumbres del negociado ilegal, el amiguismo y el nepotismo, como barreras infranqueables que empujan al individuo desamparado a la desesperación. La novela expone también los peligros de una sociedad compuesta en su mayoría de jóvenes sin mayores perspectivas, pero con energía y ansias de superación, a los que una ideología deletérea en el momento adecuado puede llevar a las acciones terroristas o la criminalidad. He visto a tantos compañeros de clase, amigos, conocidos, hasta familiares en dicha situación, torciendo sus esperanzas hacia caminos violentos o delusorios –como Sendero Luminoso o los Niños de Dios-, que la figura de Tahal me pareció una encarnación más y bien diseñada por el autor de un tipo social que no desaparecerá mientras no desaparezcan las raíces de la frustración y los resortes de la desigualdad interna y externa de nuestros países, y el contraste con la riqueza y facilidades de oportunidad de la contraparte juvenil de los países ricos, la que es cada vez más fácil de comprobar y, por tanto, de anhelar o envidiar. Allí estaba también la ambigua actitud sexual que experimenté en mi adolescencia y juventud, la propia de un país que de un lado está todavía –y lo estará todavía por un tiempo- bajo la égida de una educación sexual, en casa o en el colegio, restrictiva y desinformada, y de otro lado, siendo objeto de la influencia inevitable de un occidente liberal y hasta decadente que hace del sexo un acto con derechos propios de satisfacción y de exclusiva propiedad del individuo. Allí estaba también la hipócrita actitud para con la homosexualidad, a la que se tolera mientras se oculta, pero se castiga si quiere expresarse con libertad, y allí estaban también el machismo y el abuso de la mujer, alimentado tantas veces por la mujer misma, transmisora de valores familiares a los que no se quiere renunciar. Pero allí estaban también la alegría de vivir y la redención del amor, el humor liberador y la creatividad del individuo, hechos universales que en países donde nada se da por descontado adquieren un valor extremo y casi sagrado que quizá en occidente hemos empezado a olvidar.

 En resumen, la novela no sólo me reveló un Egipto complejo y preñado de contradicciones, mucho más rico que las imágenes preconcebidas que se tiene de los países musulmanes, sino también un Egipto, como el Marruecos que conocí hace años, mucho más cercano de Perú en aspectos esenciales que lo que hubiera imaginado antes de leerla. Ya sólo por eso debo estar agradecido por su lectura.

11 comentarios en “Egipto y sus mil caras

  1. Frans, le perdono lo de las ‘anamnesias sublunares’ porque la descripción del libro y los caracteres es muy sugestiva, el ataque a la crítica ortodoxa contra el autor ‘omnisciente’ merece toda mi simpatía, y la idea de que las sociedades de modernidad desigual tienen rasgos comunes en el Magreb, en Egipto o en el Perú, me parece a la vez obvia y brillante. O sea, que me ha gustado mucho el artículo.

  2. No sé Egipto, pero desde luego Perú merecería más de un homenaje. Lima, tiene un poder de evocación y unas resonancias nostálgicas aún para los que no la conocemos (o conocimos en su esplendor, cuando Lima era Lima) que muy pocos sitios en el mundo poseen.

    http://www.youtube.com/watch?v=4ibW2kIHd-4&feature=related

    Resonancias de antiguos veleros anclados en el Callao, comercio de especias, oro y seda… sombras espesas de ficus, aleteo de guacamayos enjaulados en estancias húmedas de techos muy altos y luz tamizada por las celosías… patios exuberantes con frescor de helechos y palmas, de siesta y abanico…

  3. Estimados amigos y amigas, buenas tardes. Mi más cordial enhorabuna a Franz por su artículo, uno de esos de que me atrevo a calificar como de «servicio público». Nuestros amigos Franz y Lobisón tienen la virtud de traernos por aquí de vez en cuando una completa reseña de obras literarias que nos abren nuevos horizontes. Creo que esta novela ha causado en el autor del artículo una sensación similar a la que me provocó el «Estambul …» de Pamuk; como creo que os he comentado en otras ocasiones, mi visión de Turquía cambió al apreciar aspectos que la alejan de los estereotipos que del gran país de Asia Menor tenía con anterioridad.

    He tenido ocasión de «rastrear» esta novela en castellano, aunque ya había leido alguna referencia muy breve en el diario «Sur» de Málaga, no tan completa como esta exégesis de hoy. La he encontrado en Maeva, editorial recientemente célebre en España por haber traido al castellano la obra de la novelista del género «negro» Camila Läckberg, sueca, al rebufo del éxito de la trilogía «Millenium» de la que hemos hablado (y se ha hablado) largo y tendido. Pues bien, como digo, Maeva editó en castellano esta novela bajo el título «El Edificio Yacobián», y está en el mercado, en rústica, al módico precio de 10 «leuros de vellón». Una buena propuesta para quienes estos días, por ejemplo, disfruten de más tiempo de asueto y un buen medio para mantener al personal en unos niveles razonables de colesterol e ingesta de espumosos y demás (es broma).

    Buen resto de jornada a todos.

  4. Muy interesante el artículo de Broek. Yo ví la película del «Edificio Yacobían» y me pareció muy buena. Este edificio fue construido en la época semi colonial en que Inglaterra construyó toda una ciudad occidental tanto en el Cairo como en Alejandria. Mandaba aparentemente el Rey Farrouk. Todo se desmoronó cuando mandó un ejercito deficientemente equipado a luchar contra el naciente Israel en 1948. Los coroneles dieron un golpe de estado y Naser se propuso acabar con la influencia europea. Ello fue ocurriendo poco a poco con la expulsión de judíos y la huida de europeos y quedaron solo los edificios, las calles y el alcantarillado. Como muestra la película, en la azotea se instalaron en chabolas muchas familias y hoy en día hasta el cementerio es la vivienda de mucha gente. El alcantarillado no se renovó y con el fuerte aumento de población se forman lagos llenos de aguas fétidas.

    Muy valientemente Broek renuncia a ese orgullo nacional tan frecuente y señala que encuentra un gran parecido entre Perú y Marruecos (símil de Egipto), a pesar de la distinta religión y ser Perú de cultura occidental y Marruecos de cultura oriental. Sin duda, esa «hermandad» se debe al mismo grado de subdesarrollo, «pero también en la relación de una cultura tradicional religiosa y aún algo medieval con una cultura occidental en proceso de continua expansión desde los tiempos de la colonia.» Además, así como en Egipto están los hermanos musulmanes tratando de conquistar el poder, en Perú están los guerrilleros del lucero del carajo y otros grupos extremistas marxistas que tienen la misma intención. En ambos casos, como señala Broek, se nutren de infinidad de jóvenes que no encuentran un empleo. Los más listos y menos agresivos se escapan a EEUU o Europa, pero eso empobrece más a estos países que pierden un capital humano valioso (ejemplo: Van den Broek), con lo que se refuerza «el muro» que separa a los países avanzados de los subdesarrollados. Pero no es posible la democracia en países muy pobres y acaban en regímenes semi dictatoriales cuya fuente de riqueza son los recursos naturales y grupos guerrilleros que quieren apoderarse de la misma fuente de riqueza. Es una triste realidad totalmente comparable al recalentamiento de la tierra, al cuál se atribuye también el creciente desequilibrio y que tampoco parece que se vaya a atajar en Copenhague.

  5. Hoy es un gran dia.
    El Gobierno ha sacado adelante sus propuestas de ley en el congreso,ha demostrado su decision en la politica internacional a base de teson y dialogo.
    Hoy es un gran dia y El partido popular no ha conseguido nada,se ha vuelto a quedar solo.
    Y todo porque:

    » Zapatero es un hombre bueno «.

  6. Aminetu Haidar sale de España camino de El Aaiún.
    Los marineros del Alakrana fueron liberados.

    En el caso del barco, los marineros liberados dijeron que el Gobierno español que los había liberado era asqueroso. Y el Partido Popular no dejó de lanzar todo tipo de insultos hacia el Gobierno y su gestión.

    ¿Cómo reaccionará a partir de mañana el PP ante este nuevo éxito del Gobierno? Yo pronostico que como siempre: de modo miserable.

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