Dichos y ocurrencias imprecisas

Senyor_J

«¿Por qué tanta violencia, si hay tan poca fuerza para repartir?». Acudió a mi mente esta frase durante una mañana cualquiera. La fuerza, en este caso, representaba el poder Era una abstracción del poder. El poder es sobre todo la capacidad de forzar que algo se haga según se desea, consiste en ir más allá de imaginar deseos, consiste en hacerlos efectivos. La violencia en este caso también era una abstracción, se refería a un resultado del conflicto que determina cuál es la fuerza dominante. Hombres o mujeres luchan por tener esa fuerza y la frase cuestiona si realmente vale la pena: ¿Es tan importante el poder como para dedicarle tantos esfuerzos? ¿Es tan grande como para invertir en él tantas energías? El uso de la interrogación y la cuantificación que se hace de la fuerza («tan poca») hacen pensar que tal vez no, aunque haya quien opine justamente lo contrario.

«Debemos ensanchar la base social» es una frase que puede referirse a mil cosas pero siempre se expresa en un contexto de escasez, cuando se considera que de lo que se dispone no basta, porque es insuficiente. Se ha reiterado, por ejemplo, en contextos secesionistas: ensanchar la base del soberanismo. La insuficiencia genera la necesidad de aumentar y una buena manera de retratarlo es aludiendo a algo que debe ensancharse. Pero es importante tener también en cuenta el punto de referencia: los que hablan de ensanchar bases sociales, ¿lo dicen desde esa misma base o desde un vértice situado en la parte superior? ¿Es, pues, ese ensanchamiento, también una forma de aumentar el poder? No obstante es verdad que no siempre las bases son la zona ancha de una estructura. Si pensamos en la demografía, la estructura se asemeja cada vez más a una pirámide invertida, lo que obliga a estimular con urgencia un ensanchamiento para procurar que toda la estructura se derrumbe por falta de soportes en la mitad inferior. De ahí la preocupación por incrementar la natalidad, mientras que con la emigración y la mejora de la ocupación se juega al despiste.

«El fin justifica los medios» es una expresión de origen impreciso pero de resonancias maquiavelistas y jesuíticas. Tomada en su sentido habitual, defiende que las finalidades pueden hacer buenos los medios utilizados para alcanzarlas. Pero la finalidad solo es una manifestación posible del fin, el fin también puede ser el final y no una mera finalidad. Tomado desde ese punto de vista, se evita mucha ambigüedad y mucho debate. Si el objetivo es llegar al final, si el objetivo es acabar con algo, los medios utilizados se vuelven menos importantes porque tal vez ya no haya nada más detrás de eso, puesto que se avanzaría hacia el fin. Si uno persigue el fin de la vida en la Tierra, cualquier medio será bueno, por drástico que sea, porque tras eso no hay nada más ni tampoco hay margen para efectos inesperados. La extinción de la raza humana elimina los incómodos efectos imprevistos, porque nadie más ha de preocuparse de ellos, que es justamente lo que más preocupa cuando utilizamos la palabra «fin» en el sentido de «finalidad». Ante la consideración de que el fin justifica los medios, hay mucho menos sufrimiento moral que miedo a las consecuencias imprevistas o indeseables. Denle una vuelta a todo esto tomando como ejemplo la lucha (o ausencia de) contra el cambio climático.

«Vísteme despacio que tengo prisa» es una expresión algo extemporánea hoy en día. Hay que vestir a los niños, pero estos no suelen tener mucha prisa. Las personas adultas se visten en general solas, aunque hay excepciones, las personas dependientes y las personas que prefieren demostrar su poder económico haciendo que alguien les ayude a vestirse. Ello implica desde tener servicio doméstico hasta acudir a lugares donde ser prepare ropa a medida del usuario, de modo que su vestimenta sea lo más adecuada posible a sus medidas corporales. Se cree erróneamente que, contrariamente a la capacidad de ser vestido, la de vestir es una expresión de dependencia y servidumbre hacia un superior, pero lo cierto es que a menudo la capacidad de vestir ha sido también un signo de estatus. Este era el caso del Sumiller de Corps durante la dinastía de los Austrias, una figura que tras funciones serviles como vestir al rey, escondía un gran poder en la corte y por ello fue ostentada por validos como el Duque de Lerma o el Conde-Duque de Olivares. Ayudar al rey a ponerse su camisa era una manera de ayudarse a sí mismo a ser la máxima figura del reino y a acumular un considerable poder.

Un último dicho impreciso: «Querer es poder». Aparentemente se establece una consecuencia entre dos situaciones pero todo es más falso y ambiguo. Es evidente que la voluntad no es la única fuente del poder, aunque es un componente importante. En todos los comentarios anteriores se han apuntado ideas que cuestionan la simplificación del papel de la fuerza de la voluntad, a menudo confundida por cierto con la simple fuerza. Pero la frase también puede leerse a la inversa, ya que si querer es poder, el uso de la la lógica más elemental nos ha de evidenciar que poder es también querer. Y sí que es cierto que queremos en buena medida lo que podemos, del mismo modo que queremos cosas que nunca podremos tener. O quizás poder simplemente sea querer, tal vez sea incluso querernos, querernos en el sentido afectivo o querernos unos a otros en el sentido posesivo. La fuerza aparece una vez más…

 

2 comentarios en “Dichos y ocurrencias imprecisas

  1. Estos dichos que nos trae el Senyor _ J son un florilegio de frases hechas que requieren un contexto para volcar toda su eficacia , porque sin contexto actúan en la frase como el Este y el Oeste en ausencia de un Norte redentor , al igual que la pirámide a la que faltándole el vértice se vuelve un triste tronco.
    En realidad , estos ejemplos lejos de mostrar ambigüedad actúan como perfectas elipsis que ahorrando el resto de palabras traen a la imaginación su completa significación.

    Tal vez por su marcado sentido político y por haber sido denunciado en su momento como quintaesencia de la ruda astucia tramposa que lleva al crimen , la obra de Maquiavelo ( que tanto influyó en el jesuita Gracián ) debe disociarse de la vulgaridad de una expresión expeditiva y banalmente inmoral como la de que “ el fin justifica los medios “ algo que nunca pronunció el gran florentino ; antes bien , para nuestro autor la cuestión del bien y del mal es algo esencialmente adverbial : el príncipe ( léase el estado, la instituciòn o el gobierno ) hace bien o mal aquello que debe de hacer.
    De otro modo , el principe debe ser capaz de ponerse siempre en la peor de las hipótesis , suponer que lo peor pueda surgir de entre aquellos a los que gobierna. Esto último lo saben muy bien los legisladores de hoy y de siempre porque no esperan que se cumplan las leyes de manera virtuosa y desinteresada, como tuvimos ocasión de verificar en los sucesos del pasado otoño en Barcelona.

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