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Con la Revolución Francesa, la izquierda – de ahí viene el término, al sentarse los representantes jacobinos en la bancada de la izquierda – consiguió la separación Iglesia-Estado, cuyo corolario es la libertad de culto. La religión abandonó los despachos oficiales y pasó a ser un asunto privado, si bien es cierto que ese desiderátum se cumple solo parcialmente en según qué países, incluida España donde es todavía posible ver crucifijos en salones oficiales y juramentos de cargos sobre la Biblia, por no hablar de colegios concertados católicos, es decir colegios religiosos subvencionados por el Estado. Una vez le pregunté a un experto en educación de izquierdas por qué el PSOE no acababa con la educación concertada y me explicó que saldría carísimo. Ignoro si hay algún colegio concertado judío, musulmán o protestante en España pero asumo – espero – que sería posible que lo hubiera y que si no lo hay es por falta de demanda. Tampoco me parece grave el Concordato Vaticano por el que, por ejemplo, las bodas católicas tienen validez civil: cada vez se casa menos gente y los casados por el rito católico pueden divorciarse en iguales condiciones a los demás. Podemos permitirnos estas concesiones a la iglesia católica porque hace tiempo que hemos derrotado – sí, derrotado – sus impulsos totalitaristas y además, está a la defensiva por su largo historial de abusos sexuales a menores o incluso robo de hijos de madres solteras. Ni siquiera parece tener ninguna capacidad real de incidir en el debate socio-político sobre el aborto, cuestión peliaguda para todos, en el que hemos ido llegando a consensos, siempre opuestos por la Iglesia, pero mantenidos y mejorados en los últimos años, incluso cuando gobierna la derecha.
La libertad de culto se extiende, obviamente, a cualquier otra religión. Lo cual no es tan sencillo de materializar como debiera, como demostró la lucha del Estado en España contra la secta de la Cienciología. ¿Qué diferencia a una religión de una secta? Pues eso, cualquiera que quiera fundar su propia religión puede hacerlo y convertirse en flautista de una legión de embaucados si consigue convencerlos. Y ahí tenemos a los evangélicos, los testigos y qué se yo. Pero son pocos y no pretenden cambiar el sistema si bien en algunos sitios – EE.UU., América Latina – tienen a veces una fuerza electoral considerable. Sigue leyendo →