Verónica Ugarte
Entras a una estación de metro en la Ciudad de México. El tercero más importante del mundo. Esquivas varios puestos de comida callejera, venta de artículos varios, niños, mujeres y ancianos pidiendo limosna. A estos últimos tratas de no mirarlos, te duele pero no puedes hacer nada, te lo repites varias veces durante el día, cada día del mes que entras al Metro.
Una vez en el vagón, si has logrado entrar, se repiten las escenas de cada día: hombres mayores cantando, niños de menos de cinco años con un instrumento que pesa más que sus cuerpos, mujeres suplicando ayuda. Tratas de salvar tu conciencia y sacas algunos pesos de tu cartera. Esta vez no quieres ignorarlos. El dolor te puede. Esta pobreza solo pasa en México
Si no usas el metro entonces tu viaje es peor porque es más largo. Debes de hacer uso de la mafia que tiene montada algún político de alto rango porque su negocio es intocable: los microbuses. Hay cientos de rutas, cada una te lleva a diversos destinos con paradas aleatorias, porque en la Ciudad de México el semáforo es ornamental. Para quien va en vehículo un rojo no es señal de detenerse, y un peatón debe mirar varias veces y esperar que nadie pase a una velocidad de 150 km/h en una calle estrecha. Pero es normal. Debe ir rápido o no llegas a tu destino. Solo es un incordio si se atropella alguien. Bajas del vehículo sin inmutarte. Esto solo pasa en México. Sigue leyendo