Catecolaminas electorales

Frans van den Broek

Como podrán atestiguar quienes me conocieron durante mis primeros años de universidad en España (algunos de ellos, asiduos de este blog), por entonces andaba medio obcecado con las catecolaminas. Acababa de graduarme de biÃóogo, sin pena ni gloria, y ya estaba en proceso de olvidar lo que había aprendido, mucho de lo cual había perdido interés para mí, pero si algo jamás dejé de tenerlo desde el momento en que supe de ello, fueron las mentadas catecolaminas y su importancia para la neurofisiología. No solo es una palabra sonora e intrigante «catecolamina» cuyo valor retórico no puede escapársele a quien guste de adornar su discurso con tecnicismos que sugieren un conocimiento mayor que el que se tiene (algo que me gustaba hacer entonces, mea culpa), sino que poseen una dinámica bioqí­mica muy compleja y han adquirido una posición causal fascinante si se consideran sus efectos en niveles más altos de realidad. Las catecolaminas a las que me refiero son las que operan como neurotransmisores, esto es, como mensajeros químicos en las sinapsis neuronales, bien sea inhibiendo o estimulando la acción de las neuronas conectadas, y se conocen con nombres no menos sugerentes, como dopamina, serotonina o acetilcolina (con lo que valga decir que la ciencia ha concebido o se ha apoderado de alguna de las palabras más bellas procedentes de las lenguas clásicas, poniéndolas al servicio de dominios de actividad no pocas veces más prosaicos que lo que la palabra haría suponer: piénsese sino en palabras como ginecología, o el logos femenino, cuya promesa filosófica o sacra o al menos dilecta se convierte en atención exclusiva al aparato sexual de la hembra del homo sapiens). Pero las catecolaminas son otra cosa, pues la promesa sonora de horizontes misteriosos se cumple más allá de las expectativas de cualquiera. A decir verdad, quizá se cumple demasiado.

Pues ahora resulta que las catecolaminas son responsables hasta de su voto, el suyo y el mío, si debemos creer lo que dicen algunos estudios de politología bioquímica. Como sabrán quienes hayan leído los libros de Oliver Sacks o visto la película Awakenings basada en un libro suyo, sustancias como la dopamina o la serotonina pueden tener un efecto dramático en el funcionamiento cerebral y significar la diferencia entre parálisis o hiperactividad, entre depresión o manía. De hecho, los tratamientos con fármacos se basan en estos efectos y uno de los modos más comunes de aliviar la depresión consiste en inhibir la enzima encargada de metabolizar la serotonina, de modo que su presencia sináptica aumente, por mencionar solo uno de los tratamientos posibles. Pero ahora se ha encontrado una cierta correlación entre el nivel de dopamina y la tendencia de voto. Niveles altos de dopamina se correlacionan con comportamientos más inquisitivos y exploratorios, los cuales a su vez suelen ser encontrados en personas de tendencias liberales o progresistas. Ahora bien, los niveles de catecolaminas tienen también una base genética, con lo que podría derivarse de ello una determinación biológica de nuestra tendencia de voto.

Pero ¿adónde nos llevan estos desarrollos de la psicología evolutiva y la neuroquímica? A lugares no tan agradables, sin duda. La política -y tantas otras ramas de las ciencias humanas- suponen la deliberación racional sin trabas del individuo, el libre albedrío y la capacidad de persuasión. La ciencia, sin embargo, nos indica que esta imagen aristotélica es falsa, que el hombre no solo es siervo de sus emociones, sino de sus  catecolaminas y de sus genes, y que las opciones ideológicas son ejercicios racionales a  posteriori, narrativas que justifican las tendencias primarias con las que, en el fondo, se nace. ¿Por qué reprocharle a Rajoy los recortes o a Zapatero sus gastos, si no se podía ser de otra manera? Quizá las opciones políticas fundamentales de derecha o izquierda no expresen sino un orden evolutivo primario, cuyo desarrollo está sujeto a leyes cósmicas fuera de nuestro control.

Y sin embargo la ciencia misma reconoce que esta imagen tampoco es del todo completa y que hay tantos factores involucrados que la reducción es sencillamente imposible, si bien viable en niveles y contextos específicos. Además, el problema es tan antiguo como la reflexión humana, de lo que dan prueba la religión y la filosofía, cuando no la simple perplejidad humana. Para el hombre antiguo la libertad estaba coartada no solo por lo que se entendiera entonces por los genes, sino por todos los dioses del Olimpo o del Panteón que se tuviera, sin que ello haya impedido que se crea, a mansalva, en algo así como el libre albedrío. Bien sabe la ciencia, por lo demás, que existen los caminos epigenéticos y sociales para modificar lo que la madre naturaleza nos dio, como un trayecto embrionario lleno de vitaminas o de heroína, una educación a varazos o a caricias, las cirugías plásticas e inyecciones de botox o los inhibidores de la monoaminooxidasa, por nombrar solo algunas alternativas al destino natural. Esta última opción se encarga de aumentar los niveles de dopamina cerebral, y bien valdría considerarla como corrector político en tiempos de crisis. Si es verdad que uno nació predispuesto al socialismo o al conservadurismo, como uno nació con una nariz de nabo o unos dientes discordantes, no es menos verdad que la nariz se opera y los dientes se armonizan, por lo que podríamos considerar tal vez la distribución masiva de dopamina o agentes promotores de la misma para contrarrestar la actual ola de recortes, el resurgimiento del anti-semitismo, el temple anti-migratorio de las Europas y el clima general de depresión en que se ha sumido la mitad del continente (la otra mitad es constitutivamente dopamínica, por lo que no le hace mella ni una hecatombe). Sería más barato que intervenciones monetarias, préstamos inmarcesibles, déficits cero o las transferencias futbolísticas, y nos aseguraríamos de sonrisas perennes y mañanas alegres, aun cuando la nevera bostece y los bolsillos se suman. Después de todo, mi vieja obsesión por las catecolaminas no fue tan desacertada, dados los tiempos que corren y los avances tecnológicos, y ya me veo vendiendo caramelos de serotonina y helados de dopa, porque esto de ser profesor no promete y si no, que le pregunten a Rajoy o a la Merkel, que tanto monta, monta tanto, Rajoy como Merkelando.

7 comentarios en “Catecolaminas electorales

  1. Hace tiempo leí que los mejores lugares donde curarse un cancer de próstata eran el País Vasco y Girona. Así a bote pronte puedo señalar que existe una relación entre una baja proporcion de votantes del PP (Girona no tupo parlamentario del PP en legislaturas) y las posibilidades de curarse dicho cancer.
    No sé, soy escéptico al respecto. Desde que tengo uso de razón recuerdo al menos 5 estudios que explicaban la homosexualidad masculina. Todos concluyentes y todos diferentes.
    ¿Que nivel de dopaminas hay que inyectarse para pasar de eurocomunista a trotskista?

  2. De ayer:

    las ineficiencias de gasto propiciadas por el Estado de las autonomías

    Efectivamente no puede ser que haya un Banco de Catalunya, un Banco de Madrid, el Banco de la Comunidad Valenciana que han permitido que la banca y el sector financiero español esten llenos de activos tóxicos del ladrillo. Hay que recentralizar. hace falta un Banco de España que fiscalice la acción delos ejecutivos de la banca española…

    http://www.lapaginadefinitiva.com/weblogs/popota/2012/04/13/la-hora-de-la-tecnocracia/

  3. Muy original artículo de Frans. Nos explica la importancia psicológica de las catecolaminas. De ahí pasa a decir que «el hombre no solo es siervo de sus emociones, sino de sus catecolaminas y de sus genes, y que las opciones ideológicas son ejercicios racionales a posteriori, narrativas que justifican las tendencias primarias con las que, en el fondo, se nace.» Pero, si bien es cierto que estos neurotransmisores pueden influir en nuestros actos psicológicos primarios, dudo que influyan en nuestra elección ideológica. Creo que es en gran parte verdad que al nacer somos una «tabula rasa» sobre cuestiones culturales, religiosas o morales. Son nuestros sucesivos educadores durante todo el periodo que va desde el nacimiento hasta que somos una «tábula plena» ,es decir, los padres, profesores, curas, demagógos, divulgadores científicos, líderes políticos, etc. los que van formando nuestras opiniones y, por tanto, influyendo en nuestras acciones. Pero también es verdad que de 2 personas de la misma edad, clase social y entorno educacional, una puede salir mucho mas activo – radical- y otro mucho mas pasivo -moderado-. Es aqui donde actúan el higado, los jugos gastricos, las hormonas y, por supuesto, las catecolaminas. Como dijo alguien en una película: menos prosac y mas Aristoteles. Pero, obviamente, tampoco puede creerse que la razón explica nuestro comportamiento. Me conformo con pensar que influye en un 30% de nuestro comportamiento.

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