Cantinero de Cuba, Cuba, Cuba

MCEC

Pocos españoles habrá que no tengan opinión propia sobre la situación en Cuba. Como sobre lo que España debería hacer al respecto, tema más peliagudo sobre el que me temo que no hay una respuesta correcta puesto que todas presentan serios pros y contras. Como buen español tengo mi propia opinión sobre Cuba según la cual la dictadura cubana lleva décadas combinando puño de hierro represivo contra cualquier atisbo de disidencia amenazadora para el régimen con solidaridad social en forma de sanidad y educación universales para los isleños. Más allá de la isla, su apoyo a diferentes causas de pueblos oprimidos del planeta (Angola, Sudáfrica) ha venido de la mano de su injerencia en los asuntos internos de los países vecinos.

La caída de la Unión Soviética, que subsidiaba su economía a mansalva, la hundió hasta casi provocar el desmoronamiento del sistema pero, ahora, el panorama es prometedor dada la ingente inversión china, la ayuda de Chavez y las perspectivas de encontrar hidrocarburos en sus aguas territoriales. Aún más prometedor sería si el sistema económico cubano no fuera tan anquilosado e incentivador de la corrupción y la ineficacia.

Creo, asimismo, que España tiene un deber moral de intentar ayudar a los países latinoamericanos en su difícil transcurrir hacia la democracia y la prosperidad bien repartida, así como un interés propio en preservar su influencia privilegiada en un área geográfica de la que en buena medida depende nuestra capacidad de ser un actor global. Y pienso que Cuba no debería ser una excepción.

Pero lo es. Lo es porque a día de hoy la democracia – más o menos defectuosa – impera en el resto de Latinoamérica. Y también porque Cuba es el único país de la región sometido al embargo norteamericano, tan viejo y tan ineficaz como la dictadura de Fidel.

Simplificando, creo que no es descabellado encuadrar las diferentes escuelas de pensamiento hispanas sobre lo que debe hacer España sobre Cuba en cuatro grupos: los izquierdistas pro-castristas (liderados por Sabina), los neo-con pro embargo (Aznar), los nacionalistas (españoles) que anteponen los vínculos imperiales a la ideología (Fraga) y los posibilistas (ahora liderados por Moratinos), que abogan por taparse la nariz para contribuir lentamente a que mejoren las cosas.

Yo me encuadraría claramente en el último grupo. Si no fuera porque hace tres años llegué a la conclusión de que Fidel tenía un interés directo en frustrar cualquier aproximación constructiva a sabiendas de que a la larga acabaría con su dominio personal de la isla y de su gente.

Contra la denuncia del PP de la supuesta ruptura del consenso en política exterior que ha perpetrado el Gobierno de Zapatero, conviene recordar que una de las primeras medidas de Aznar cuando llegó al Gobierno fue promover en el seno de la Unión Europea un cambio radical de la política seguida hasta entonces con Cuba. Consiguió su propósito y la UE fijó unos parámetros objetivos de los que pasaron a depender la interlocución política y la cooperación económica oficial a partir de entonces. Cuba reaccionó negativamente y las relaciones se enfriaron unos años.

Pero a principios de esta década Cuba dio algunos pasos positivos y la Unión empezó a relajar su posición, abriéndose una oficina de la Comisión Europea e invitando a Cuba a sumarse a la Convención de Lomé por la que, a cambio de un diálogo político, Cuba pasaría a beneficiarse de las ingentes ayudas que la UE destina a las antiguas colonias franco-británicas, Caribe incluido.

¿Qué hizo Fidel? Tumbar dos avionetas civiles de «Cubanos al rescate» que orientaban a los balseros, ejecutar a unos balseros frustrados y detener a 75 disidentes, la mayoría de los cuales aún se pudre en la cárcel. A la Unión no le quedó más remedio que volver a su posición anterior y Castro pudo así organizar un sinfín de manifestaciones en las que dominaban los retratos de Aznar y Berlusconi.

Aviso para navegantes. Sería completamente absurdo que el régimen cubano reaccionara a la visita de Moratinos con medidas de corte similar, pero no descartable, como no lo es tampoco que reaccione tomando medidas de gracia para con los disidentes. El periodista Raúl Rivero puede dar fe, desde España, de que Moratinos tiene ya algunos logros tangibles en su hoja de resultados.

La esperanza de que en esta ocasión no se frustren las esperanzas, valga la redundancia, radica quizás en la enfermedad de Fidel y la perspectiva de su reemplazo. No creo que la vieja guardia ni los jóvenes cachorros tengan mayor apego a la democracia que el Guía Supremo de la Revolución, por utilizar terminología iraní perfectamente homologable. Pero tengo la sospecha de que no tienen la confianza en si mismos que le sobra a Fidel. Al contrario, seguramente todos estarán encantados de presentar su mejor faz a los posibles aliados que les ayuden a posicionarse con vistas a la inevitable transición y, en su caso, les brinden asilo político si algún día el pueblo se decide a correrles a gorrazos.

La perspectiva de un conflicto civil azuzado por el extremismo revanchista que aún pervive en Miami y la pobreza y hartazgo imperantes en la isla hace, a mi juicio, aconsejable intentar de nuevo ahora «mantener, defender y desarrollar toda una política intensa, constructiva, dialogante con las autoridades cubanas» como ha declarado Moratinos en La Habana.

No hay garantías de que vaya a funcionar y, en el mejor de los casos, dará resultados muy lentamente. Pero, francamente, no hay nadie que esté en mejor posición de intentarlo que España. Así que vuelvo al redil posibilista. Al fin y al cabo ya tengo la nariz tapada desde que empezó el proceso para un fin dialogado de la violencia etarra.

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