Xabier Arkabuz
José MarÃa Calleja, cuando vivÃa y trabajaba en San Sebastián, siempre tenÃa la costumbre de hablar en voz alta de temas que no eran polÃticamente correctos. En una sociedad en donde el miedo, la indecencia y la hipocresÃa han hecho, hacen y harán estragos, la gente no suele hablar de otros temas que del tiempo que hace o, según los barrios, del Athletic o de la Real Sociedad. Lo sorprendente es que, con ese repertorio tan limitado, en Euskadi no hayan salido más meteorólogos o periodistas futboleros.
Calleja solÃa y suele hablar de temas que molestaban en una sociedad cobarde, incapaz de asimilar que los chicos de ETA no eran otra cosa que pistoleros con coartada ideológica. La malo de Calleja, para los boinamitas bien o malpensantes, era que esa costumbre de decir en voz alta lo que pensaba sobre el terrorismo abertzale también la mantenÃa en el trabajo, algo a lo que nadie estaba acostumbrado en un tÃo de izquierdas que habÃa conocido las cárceles franquistas por dentro.
A Calleja su costumbre de hablar claro, alto y en mayúscula le granjeó amistades y enemistades, de esas que están con uno a muerte o que a uno sólo le desean la muerte.
Entre las amistades que se revelaron más Ãntimas e incondicionales predominaban los periodistas, los polÃticos y los docentes de enseñanza media y universitaria. Todos o casi todos eran de izquierdas o procedÃan de una izquierda acentuada que se hacÃa vieja en las paredes y las bibliotecas. Algunos eran de los que a principios de los ochenta todavÃa dudaban en condenar los atentados de ETA y a principios de los noventa todavÃa dudaban en ir a las manifestaciones silenciosas de Gesto por la Paz.
Todas esas amistades admiraban a Calleja porque era capaz de decir en voz alta lo que muchos pensaban o sólo se atrevÃan a expresar en determinados cÃrculos después de tomar muchas precauciones. Calleja siguió manteniendo la voz en alto contra el terrorismo de txapela y goma 2, y, en su terquedad democrática, le dio por escribir sobre las vÃctimas del terrorismo, los grandes perdedores de esta última carlistada. Primero artÃculos, luego tertulias radiofónicas, asà hasta el primer libro, asà hasta que tomó buena nota de ello toda la red de aprendices, predicadores y voceros de ETA.
Y la sombra del fascismo armado se cruzó de nuevo en la vida de José Mari Calleja. Antes se pasearon cerca los Guerrilleros de Cristo Rey, ahora lo hacÃan los guerrilleros de Pepe Rei. Pancartas, camisetas, pegatinas y otros productos del merchandising proetarra con la cara o el nombre de Calleja comenzaron a distribuirse por los pueblos y barrios de Euskadi hasta que, por prescripción facultativa policial, a Calleja no le quedó más remedio que convertirse en un exiliado más. En el PaÃs Vasco, cuando uno se juega la vida por convicciones es porque lo tiene muy claro o porque tiene más cojones que cerebro.
Después de todo esto, ahora resulta que, entre los supuestos amigos de Calleja, salen los demócratas y antietarras de toda la vida y comienzan a dejar de saludarle, a pedirle explicaciones o a reñirle por desviarse de unos principios que ellos defienden a ultranza desde ayer por la tarde. No estarÃa mal que quiénes hoy critican, apartan o insultan a Calleja hicieran una pequeña revisión de su biografÃa con un poquito de memoria histórica y, mirándonos a los ojos, fueran capaces de decirnos que siempre han pensado igual. PodrÃamos repasar las hemerotecas para descubrir que a algún furibundo antietarra de los últimos tiempos, cuando la momia ya estaba debajo de la losa en el Valle de los CaÃdos, le costaba mucho utilizar conceptos como asesinato, terrorista o pistolero.
PodrÃamos recordar que a ciertos pacifistas de nuevo cuño les indignaban los crÃmenes de ETA militar pero miraban para otra parte cuando sus amigos de ETA p-m se dedicaban a secuestros exprés para fines privados, tiros en la rodilla o asesinatos de dirigentes de UCD imitando a las Brigadas Rojas. ¿Sigo? No, que me canso.
El problema se acentúa cuando entre los admiradores y seguidores de Calleja habÃa algunos que se definÃan hasta hace poco como amigos suyos. Es difÃcil entender la amistad cuando esta se reduce a un miserable maniqueÃsmo en el que sólo puedes ser de los grupos más ultras del Real Madrid o del Barça. Los que no tienen fines conocidos nos marcan los principios y en la vida, su vida, todo se reduce a estar contra ETA como ellos están o a estar fuera de su vida. Esto me suena a comunidad amish o a cosas peores. Me recuerda a los hermanos Izquierdo de Puerto Hurraco o a Paulino Fernández el matarife de Chantada y Taboada. Lo único que me queda claro es que, quiénes hoy cuestionan su amistad con Calleja porque está de acuerdo con el Gobierno de RodrÃguez Zapatero en cómo terminar con ETA, han mantenido una amistad con él un tanto mercantilista, algo parecido a una unión temporal de empresas o un joint venture.
A estos que nos dan lecciones de moral y ética, de convicciones democráticas, de principios incuestionables, les digo que en la vida lo más importante, además de la familia, son los amigos. La amistad, en mi opinión, se basa en el respeto, la confianza, la comunicación, pero sobre todo en la aceptación del otro. Cuando del otro no se acepta una opinión, un enfoque u otro punto de vista es que estamos enloqueciendo o nos estamos convirtiendo en unos intolerantes de manual.
Todas las personas que he conocido en la vida son superiores a mà en algo. De esto deduzco que de todos se puede aprender algo, sobre todo si son amigos. Yo quiero a Calleja como un amigo. Cómo piense o deje de pensar sobre el proceso de paz me la suda. Le quiero porque para mà es una persona extraordinaria, un modelo a seguir en muchas cosas, un referente al que me une más que lo que me puede separar. Y si tengo algún problema o diferencia con él lo arreglo por teléfono o quedando. Esto que escribo parece de primero de catequesis o de segundo de guarderÃa dirigido a personas aparentemente adultas y maduras un tanto enfadadas con la vida o su destino personal.
En fin, que la frustración siempre produce radicalidad y resentimiento y, tras ese desprecio repentino a Calleja, sólo hay complejos, envidias y otras muestras de encabronamiento vital.
Calleja, me quedo contigo porque siempre eres el mismo y porque eres persona, gran persona. Y eso es más importante que el proceso de paz.