Balance (I): política exterior

Mimo Titos

Una semana tan marcada por la actualidad internacional (declaración de independencia de Kosovo, derrota electoral de Musharraf en Pakistán, retirada de Fidel Castro…) ofrece una buena excusa para hacer balance de la política exterior del primer Gobierno de Zapatero, pese a que todo apunte a que la cuestión no será en absoluto decisiva durante la campaña electoral que comienza formalmente mañana. No fue así hace cuatro años, cuando tanto el envío de tropas a Irak como la amenaza del terrorismo yihadista irrumpieron con fuerza y dramatismo los últimos días de campaña, posiblemente acabando de dar la victoria al PSOE por la pésima gestión que Aznar hizo del atentado, cuando menos equivocándose empecinadamente sobre su autoría.

La política exterior marcó también el inicio de la Legislatura, con la retirada de Irak como primera decisión del nuevo Presidente del Gobierno, deseada por la abrumadora mayoría de la población y promesa incluida en el programa electoral por mucho que tantos observadores extranjeros la interpretaran como un intento de mitigar la amenaza yihadista. La retirada supuso en verdad la mejor visualización del cambio en política exterior que se avecinaba, de la recuperación de la política exterior tradicional de la democracia española frente a las innovaciones introducidas por Aznar en sus ocho años de Gobierno. Zapatero trocó el énfasis en la relación con Estados Unidos por el apoyo a las Naciones Unidas, dio prioridad al multilateralismo frente a las relaciones bilaterales y optó por el diálogo constructivo, incluso con los socios más incómodos, frente a la dureza que caracterizó a los Gobiernos de Aznar, no sólo frente a las dictaduras sino también en el seno de la Unión Europea.

Desde el principio, el Partido Popular, apoyado por el numeroso colectivo de comentaristas políticos afines, criticó con inusitada dureza los principios rectores de la nueva política exterior socialista. Pero frecuentemente el PP ha traspasado los límites de la discrepancia ideológica legítima, entrando en el terreno de la calumnia y la ridiculización: Zapatero y Moratinos han sido denostados por ser supuestamente débiles frente a las amenazas, condescendientes ante las dictaduras y adolecer de ingenuidad y voluntarismo en grado máximo.

Francamente, semejante ensañamiento es difícil de entender teniendo en cuenta que, en general, la opinión pública española no muestra demasiado interés por las relaciones exteriores, que acostumbra a delegar tranquilamente en el Gobierno de turno. En efecto, por mucho que haya conseguido desprestigiar la política exterior del Gobierno, pocos serán los votantes que se inclinen por votar al PP por esta razón.

El ahínco del PP contra la política exterior socialista es todavía más difícil de entender cuando se echa un vistazo somero a los datos – repito, datos – de los últimos cuatro años. En este tiempo, el Presidente del Gobierno ha hecho 81 viajes internacionales y ha participado en 57 Cumbres, habiéndose reunido con un total de 152 Jefes de Estado y de Gobierno, además de con otros 85 líderes internacionales (Ministros, cargos internacionales, ex Presidentes, etc.). No está mal para un Zapatero al que se le supone un desinterés casi completo por la política exterior.

En una de esas Cumbres, el Consejo Europeo informal de Hampton Court en octubre de 2005, Zapatero planteó la necesidad de que la UE adoptara urgentemente una política de inmigración común. Parece increíble pero hasta ese momento ningún otro líder había planteado propuestas concretas a sus colegas, propuestas que pocos meses después se materializaron en el FRONTEX que ayuda a España a mitigar los flujos migratorios irregulares.

Algunos meses antes, en febrero de ese mismo año, Zapatero puso toda la carne en el asador haciendo que España fuera el primer país de la Unión en ratificar por referéndum la luego malograda Constitución Europea. Todo el proceso de ratificación país por país estaba diseñado para crear un ambiente que permitiera que los más reacios se vieran compelidos a elegir entre ratificar o abandonar la Unión. Pues bien, Zapatero arriesgó capital político para que España hiciera más de lo que le correspondía y el posterior fracaso de Francia y Países Bajos no empaña la valía de su gesto europeísta.

Más arriesgada fue su apuesta anterior, en septiembre de 2004, ante la Asamblea General de Naciones Unidas cuando se arriesgó a proponer la creación de una Alianza de Civilizaciones para poner coto a la creciente brecha de entendimiento entre Occidente y el mundo árabo-musulmán. Todo el que conozca la lenta mecánica de la diplomacia multilateral no pudo sino temer que por mucha voluntad política aquello tenía vocación de quedarse en un brindis al sol. Pero no fue así en absoluto. La ONU asumió la propuesta como propia y creó un Grupo de Alto Nivel que, tras cinco reuniones copatrocinadas al alimón por Turquía y España, presentó un informe y un plan de acción dando contenido a la propuesta inicial y cuya ejecución está ahora a cargo del Alto Representante para la Alianza, el ex Presidente Sampaio, y del Grupo de más de cuarenta Países Amigos de la Alianza en la ONU. En lo que respecta a España el Gobierno ha aprobado recientemente un Plan Nacional y organizó en enero el primer Foro de la Alianza al que asistieron en Madrid un par de centenares de líderes y representantes oficiales y de la sociedad civil.

Los que prefieran cosas más tangibles pueden centrarse en la promesa electoral de situar a España gradualmente en el escasísimo grupo de países desarrollados que cumplen con el compromiso de destinar el 0.7% del PIB a la cooperación al desarrollo. Del 0.24% del PIB cuando Zapatero llegó al Gobierno, hemos pasado al prometido 0.5% en 2008: de 2.000 millones de € a 5.300, habiéndose multiplicado por cuatro las contribuciones voluntarias a organismos de las Naciones Unidas como el PNUD o el ACNUR y por cinco la ayuda al África subsahariana, en la que España ha abierto, además, 6 nuevas embajadas y varios consulados.

También ha cumplido Zapatero su promesa de revitalizar las relaciones con América Latina. En octubre de 2005 la Cumbre de Salamanca sirvió para crear la Secretaría General para Iberoamérica, un primer embrión de supranacionalidad. Y en noviembre del año pasado, en la Cumbre de Santiago que será recordada por el “por qué no te callas” y por la defensa institucional que Zapatero hizo de Aznar, España propuso la creación de un Fondo del Agua para los millones de iberoamericanos que no tienen acceso a agua potable y anunció el establecimiento de una base operativa en Panamá para reaccionar más rápidamente a las emergencias humanitarias en aquel continente.

Otra de las prioridades eran las relaciones con los países vecinos. Perejil es ahora impensable con un Marruecos que coopera intensamente con España para evitar la inmigración irregular, luchar contra el terrorismo yihadista e incrementar la inversión española. Las relaciones con Portugal eran ya buenas pero seguro que con Aznar en el poder a Saramago jamás se le habría ocurrido sugerir a sus compatriotas fusionarse con España. La amistad singular con Chirac se ha mantenido con su sucesor y adversario Sarkozy, habiendo mejorado si cabe la cooperación contra ETA y avanzando sustancialmente en cuestiones tan importantes y complejas como la interconexión eléctrica. Schroeder también pasó pero las relaciones con Merkel van viento en popa pese a las dificultades que encontró E.oN en su intento de comprar Endesa. Lo mismo cabe decir de las relaciones fluidas con Reino Unido, primero con Blair y ahora con Brown, o con Italia, primero con Berlusconi, después con Prodi y con quienquiera le suceda en un futuro.

Zapatero también ha cumplido con el objetivo de situar a Asia entre las prioridades de nuestra política exterior. Ha sido el primer Presidente del Gobierno en hacer dos viajes a ese lejano continente en una misma Legislatura (China en julio de 2005 e India en junio de 2006) y presentó personalmente el Plan Asia-Pacífico, que ha servido para abrir 6 Institutos Cervantes, 2 embajadas, 2 Consulados Generales y lanzar 4 Planes Integrales de Mercado para incentivar nuestra presencia comercial en China, India, Japón y Corea del Sur. Además, España asumió el mando de la misión humanitaria de la OTAN en Pakistán tras el terremoto de Cachemira e incrementó nuestra contribución a la reconstrucción física e institucional de Afganistán, que Zapatero llevó al Congreso para su pertinente aprobación parlamentaria.

Los críticos subrayarán que lo anterior no compensa la falta de interlocución al máximo nivel con EEUU. Sí, Zapatero no ha visitado Washington o el rancho de Crawford y Bush no ha visitado España. Las inversiones españolas en EEUU han aumentado, las visitas ministeriales recíprocas han sido frecuentes, Gasol ha fichado por los Lakers y a Bardem seguramente le van a dar un oscar; pero es innegable que Bush no le ha perdonado a Zapatero que se atreviera a retirar las tropas de Irak. Claro que, considerando la cantidad de países que han hecho lo mismo posteriormente, la buena salud de las relaciones económicas y sociales entre ambos países y, last but not least, el descrédito de Bush en EEUU, es posible que dentro de poco tiempo sea un mérito haber limitado el trato con el que muchos ya califican abiertamente como uno de los peores Presidentes norteamericanos de la historia.

En el peor de los casos no cabe acusar a Zapatero de incoherencia en política exterior. Desde el principio anunció lo que se proponía hacer y lo ha hecho. Los datos expuestos vienen a demostrar que lejos de una política meramente declarativa, Zapatero y Moratinos han desplegado una política exterior de principios pero trufada de iniciativas tangibles.

No es buenismo sino realismo ser consciente de que para contribuir a una transición hacia una democracia en Cuba, España precisa de interlocución y diálogo. Es más fácil y más cómodo denunciar la falta de libertad en la isla y mantenerse al margen pero en absoluto está claro que sea más eficaz para el objetivo perseguido. Como tampoco está claro que la opinión pública española prefiera la dureza retórica frente a la interlocución continuada con Siria, Irán o Hugo Chávez, por citar los ejemplos más incómodos.

España no tiene la capacidad ni la voluntad de convertirse en una potencia mundial que base su poder en la fuerza. Por mucho que figuremos figure en el club de los países más ricos, no dejamos de ser una potencia media, con recursos materiales y humanos limitados, cuyo mayor activo es el denominado “poder blando” o capacidad de atracción antes que de imposición. Contamos con instrumentos muy valiosos como el idioma, el dinamismo de nuestra economía o la pujanza de nuestra sociedad civil.

Gracias a Zapatero contamos también con la autoestima que se deriva del respeto a los principios frente a las presiones diplomáticas del momento, por fuertes que sean. Desde la retirada de las tropas de Irak hasta la negativa a reconocer la declaración unilateral de independencia de Kosovo, nuestra política exterior se ha regido sobre todo por el exquisito respeto a la legalidad internacional. No está mal para un Presidente acusado de no saber nada y preocuparle menos lo que pasa allende nuestras fronteras.

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