José S. Martínez
Cuando se debate sobre los problemas de la Universidad creo que se omiten las contradicciones sobre las tensiones de cuál debe ser el papel de la universidad, más allá de polémicas puntuales. Las tres funciones que se atribuye a la Universidad son la humanista (de preservación de la Cultura), la científica y la formación profesional. Quienes defienden la función humanista suelen ser académicos de disciplinas con escasa inserción laboral, pero con alto prestigio cultural, como la filosofía o las filologías clásicas. Otro sector de universitarios lo marcan los científicos, que, a diferencia de los humanistas, no tratan de preservar y profundizar los legados culturales, sino que se mueven por la búsqueda permanente de innovación. Para este sector, lo importante es producir novedades que sean consideradas relevantes por grupos de pares, es decir, por otros científicos. En cuanto a quienes buscan formación profesional superior, se encuentran tanto numerosos estudiantes, que esperan que la Universidad se oriente a la integración laboral como los empresarios.
Más allá de los conflictos en torno a la financiación universitaria, de cómo debe enseñarse en la universidad, los rankings… etc., cabe esperar que la universidad española esté en crisis permanente debido a que en cada universidad hay tensiones entre los tres colectivos. A cuento de Bolonia parte del profesorado y el alumnado protestaban en contra de que la Universidad prepare para el mercado de trabajo… justo lo que otros muchos estudiantes y empresarios esperan que haga. Obviamente, orientar la Universidad hacia la integración laboral es una condena a los humanistas, pues la Universidad es prácticamente la única institución que les da cobijo.
Por otro lado, hay familias universitarias en las que las funciones se han ido estableciendo con claridad, pero no en otras. Me atrevería a decir que en las disciplinas con más tradición universitaria hace tiempo que quedó claro por parte del profesorado en particular y del conjunto de la sociedad en general para qué preparan, si para el humanismo, la ciencia o la inserción laboral. En humanidades es más o menos claro que los estudiantes deben enfrentarse a textos clásicos, si me permiten exagerar, con casi los mismos autores en el temario ahora que hace mil años. Así debe ser para preservar la tradición cultural y reinterpretarla según las polémicas del presente. En ingenierías, también tienen claro que se debe preparar para la inserción en el mercado laboral, es lo que siempre se ha esperado de los ingenieros. Medicina o Derecho, titulaciones de las más antiguas, de forma autónoma, a lo largo del tiempo, han ido configurando una formación profesional de alto nivel. En Medicina, son médicos en ejercicio quienes enseñan la profesión a futuros médicos, con un gran peso de las clases prácticas. En Derecho es un poco distinto, debido a que el perfil profesional no es tan claro como el del médico. Probablemente, en España la carrera prepara bien para formar funcionarios de alto nivel, o por lo menos cuando yo estudiaba, pues estaba muy enfocada a la memorización. Pero no prepara tan bien para el ejercicio profesional, y posiblemente la memorización cada vez sea menos necesaria, gracias al Aranzadi y similares…
El lío gordo se da en carreras que no cuentan con siglos de presencia en la universidad. Aquí hay dos perfiles diferentes, titulaciones que no saben qué son (si humanidades, ciencias o FP superior) y profesiones ya asentadas que buscan el prestigio del título de la universidad. Entre las carreras con crisis de identidad está la mía, la Sociología. Entre los sociólogos, pero también en otras titulaciones de ciencias sociales, no nos hemos de puesto de acuerdo en si debemos preservar a los grandes autores, si formar para la ciencia o si formar profesionales liberales. Esto genera tensiones entre el profesorado, y desazón entre el alumnado, el cual viene la mayor parte de las veces a la Universidad pensando en su promoción profesional y no en leer a sesudos señores que murieron hace más de un siglo.
Problema distinto es el de las profesiones que no eran universitarias, pero decidieron hacerse universitarias para mejorar su prestigio, en lo que algunos sociólogos llaman una estrategia de cierre social. Trabajo Social, Pedagogía Social o Periodismo son titulaciones de este tipo. Veamos el caso de periodismo. Durante mucho tiempo ha existido este oficio, pero no la titulación universitaria de periodista. Ejercían esta profesión desde «jornaleros de la pluma», muy bien alfabetizados y con cultura mundana, pero sin estudios superiores, hasta escritores en su proceso de consagración. Pensaba el gremio, que con un título universitario conseguirían más prestigio social, y mejores salarios… pero parece que no ha sido así. Las redacciones de los medios de comunicación están plagadas de jóvenes y no tan jóvenes con salarios muy bajos, y el resto de profesionales tendemos a escandalizarnos por la falta de conocimiento de muchos de ellos ante los problemas en los que somos expertos, como siempre ha pasado. En mi modesta opinión, creo que lo razonable es que hubiese dos tipos de titulación de periodista. Por un lado, una FP superior, orientada al trabajo práctico del periodista, y por otro una titulación de máster, para conseguir periodistas que realmente sean expertos en algo, en lo que estudiaron en el grado. Al no haber solucionado así el problema, nos encontramos con situaciones paradójicas, como profesores preocupados por las teorías de la comunicación, que se remontan a la caverna de Platón, con alumnos que lo que quieren es aprender a manejar una cámara de televisión, pero que no fueron a FP porque querían el prestigio de la universidad. Les recuerdo que Amenábar no puede dar clases en Comunicación Audiovisual porque no terminó la carrera.
A mi entender, parte de la devaluación de los títulos universitarios tiene que ver con estos recién llegados a la enseñanza superior, profesiones que no saben muy bien cuál es su perfil y profesiones de prestigio medio o medio bajo, que esperaban subir de estatus gracias a la universidad. En las filas de los mileuristas abundan más sociólogos, antropólogos o periodistas que ingenieros, médicos o abogados.
Creo que la solución a las tensiones entre las tres funciones de la universidad se puede lograr mediante la flexibilidad para transitar entre las instituciones de formación superior así como mediante su mayor especialización. Por ejemplo, parece bien orientada una de las actuales propuestas del Ministerio de Educación, que consiste en la mayor integración entre FP superior y Universidad. Esto podría ir deshaciendo la tensión entre la función de formación profesional y las otras dos (que creo que es la más importante), permitiendo que el paso entre ambas ramas educativas sea fluido. Así se conseguiría que los jóvenes se formen a la carta. Ha habido quejas de parte del profesorado de FP, pero me huelo que son puramente gremiales, ante el miedo a la «usurpación» de sus tareas por parte de la universidad, institución más prestigiosa.
Esta flexibilidad entre ramas educativas debe combinarse con una mayor especialización. Que los jóvenes sepan que, si les interesa ejercer como abogados de las finanzas, la universidad X es muy buena, pero que, si prefieren prepararse para funcionarios, deberían atender a las clases de la universidad Y. Un sociólogo también debería poder elegir entre titulaciones de sociología más orientadas hacia el perfil de humanidades, y otras como FP de grado superior. En EEUU los dos mejores departamentos de Sociología tienen orientaciones muy diferentes. En Wisconsin entienden la Sociología como una ciencia “natural” mientras que en Berkeley el estilo de trabajo es el de humanidades.
Esta especialización me parece más difícil de lograr, pues las inercias institucionales no permiten afinar tanto, pero si sabemos que es una de las soluciones, nos podremos ir ajustando. En resumen, las tres universidades son necesarias, y debemos diseñar la educación superior para que las tres coexistan.