Ansiedad y explotación laboral

Alfonso Salmerón

Hace unas semanas corría por las redes un post del psicólogo Ramón Nogueras, en el que denunciaba que a su consulta acudían muchos trabajadores con un diagnóstico de trastorno de ansiedad como consecuencia de unas condiciones laborales injustas.Me parece muy importante que se empiece a dar visibilidad a cómo la superestructura económica acaba afectando a la salud de las personas, porque bajo el genérico epígrafe de Trastorno de ansiedad se esconden en muchas ocasiones las condiciones de explotación en las que vive la clase trabajadora de nuestros días.

Es ésta una cuestión que podemos analizar desde diferentes perspectivas. Desde el pensamiento marxista, hemos de tener siempre presente el factor económico como determinante de todas las condiciones materiales que afectan directa e indirectamente a la salud de las personas.

Ésa me parece la mirada fundamental a tener cuenta en tiempos de los tratamientos antiaging, y de estilos de vida healthy diseñados para blanquear la rudeza de unas relaciones laborales cada vez más inestables, condensadores de un Superyó colectivo y alienante, por cuanto tiene de tiránico e inalcanzable, con el que nos bombardean diariamente con el tierra, mar y aire de todas las redes sociales, sin otro objeto que el de generar nuevos nichos de mercado.

En ese contexto, me parece fundamental la posición, clínica, científica y ética en el que debe situarse el profesional de la salud. Todo un tema éste que requeriría de un congreso monográfico sobre salud, economía y bioética que tratara de responder de manera valiente a la pregunta: ¿Al servicio de quién trabaja el profesional de la salud?

Porque ésa me parece que es la pregunta que subyace al post que motiva este artículo. Dicho de otra manera, ¿el profesional de la salud siempre orienta su intervención atendiendo a la máxima hipocrática de actuar siempre en beneficio del enfermo? Parece evidente que no es esto lo que sucede siempre de manera más menos consciente en la práctica clínica cotidiana.

Si partimos de la concepción tridimensional del ser humano, mayoritariamente asumida por nuestro actual paradigma científico, en tanto que ser biológico, psicológico y social, toda exploración diagnóstica debería ser integral, y por tanto realizar una evaluación del enfermo que contemplara esas tres dimensiones, y en consecuencia, elabore un plan de intervención para cada una de ellas.

Nuestro sistema público de salud y las leyes que lo articulan está diseñado bajo estos principios fundamentales. Sin embargo, la falta de dotación de recursos públicos, erosionados gravemente por las políticas de recortes sociales y la progresiva privatización de los servicios públicos llevada a cabo por los gobiernos en la última década, entre otras causas de orden más estructural, hacen que la praxis cotidiana quede muy lejos de una atención integral del enfermo.

Si podríamos afirmar que esto ocurre en el conjunto de las disciplinas, en el campo de la salud mental, y de la Psicología en particular la situación es aún más dramática. El falso debate sobre diferentes escuelas y corrientes teóricas nos distrae de la cuestión fundamental a la que debe orientarse toda disciplina sanitaria. Esto es, el diseño de intervenciones terapéuticas encaminadas a resolver la causa que genera el trastorno, siempre y cuando ello sea posible desde un punto de vista clínico, o, cuando menos, a mitigar y/o paliar el sufrimiento del enfermo.

Creo que no exagero al afirmar que la infradotación de la asistencia primaria en salud mental de nuestro sistema público, hace muy difícil, cuando no imposible, un abordaje integral bajo las premisas planteadas más arriba. Por el contrario, se hace recaer sobre las espaldas de los profesionales la responsabilidad de no poder cumplir ni con las expectativas de los pacientes, ni con las prerrogativas teóricas de un sistema que se comporta de manera perversa al marcar unas líneas de actuación determinadas que después no dota con los recursos necesarios.

Si retomamos ahora el post sobre el trastorno de ansiedad, como categoría diagnóstica que recogen los dos manuales de clasificación diagnóstica utilizados mayoritariamente, pero sobre todo y principalmente, una de los motivos de consulta más frecuentes en las consultas de Psicología, podemos hacer el ejercicio de tratar de analizarlo bajo la perspectiva integral y tridimensional que aquí hemos comentado.

En ese sentido, no podemos quedarnos en un mero diagnóstico descriptivo de los síntomas que presenta el paciente, si no tratar de averiguar en qué medida, las dificultades observadas responden a aspectos constitucionales o biológicos, tales como posibles alteraciones neurológicas, a la organización psicológica del paciente o bien a condicionantes o estresores sociales, con el objetivo de poder diseñar la intervención terapéutica más adecuada.

Es de éste último grupo de factores del que me voy a ocupar aquí, por cuanto son la expresión individualizada de las condiciones de explotación de nuestro sistema económico, que quedan interiorizadas e invisibilizadas en la sintomatología del paciente.

Por consiguiente, cuando después de un adecuado proceso diagnóstico se concluye que los síntomas de carácter ansioso-depresivo presentados por el paciente se deben fundamentalmente a causas de orden objetivo, la tarea del profesional debiera ser la de ayudar al paciente a identificarlas de manera adecuada. Es aquí, donde, en mi opinión, la posición ideológica del profesional juega un papel fundamental, a la vez que su fidelidad al juramento hipocrático, real o simbólico, se pone a prueba.

Ayudar al paciente a identificar las causas objetivas de su ansiedad, y acompañarlo en un proceso de toma de conciencia de los procesos internos de sometimiento e identificación con el agresor han generado una respuesta de ansiedad acompañada generalmente de severos sentimientos de culpa, impotencia, falta de autoestima, irascibilidad y cambios de humor.

Es evidente, que actuar sobre las causas objetivas se escapa al ámbito de la consulta del psicólogo. Sin embargo, el hecho de tomar conciencia de las mismas, tiene un efecto sobre el rearme psicológico del paciente y sobre sus capacidades y recursos para hacerles frente, a la vez que permiten poner las acciones legales que fueran necesarias.

De no actuar así, respondiendo en muchas ocasiones a la demanda del paciente, de manera acrítica, consciente o inconscientemente y centrando la intervención exclusivamente sobre las manifestaciones sintomáticas, el profesional puede entrar en colusión con los agentes estresores que motivaron la consulta y actuar en contra los intereses del propio paciente, comportándose, en definitiva como parte del engranaje de un sofisticado sistema de explotación capitalista.

Quisiera aquí, describir brevemente el caso de un paciente varón de mediana edad al que atendí en la consulta aquejado de un cuadro de ansiedad con depresión. Trabajaba como cuadro intermedio de una importante multinacional. Había sido sometido a un estrés laboral a partir del nombramiento de un nuevo jefe de departamento, que se correspondía con todas las características de un mobbing laboral. La demanda inicial del paciente era la de poder adaptarse a las exigencias de su nueva situación laboral. En su demanda, pedía, de manera desesperada, hacerse inmune a las continuas humillaciones a las que le sometía su nuevo jefe. Una vez reformulada la demanda de manera adecuada, identificando las causas objetivas que motivaban su malestar y dejando clara una posición terapéutica, de “no alianza” con el agresor, el trabajo terapéutico consistió en un progresiva identificación y toma de conciencia que se tradujo en un aumento de la autoestima y la movilización de sus propios recursos, que en su caso particular, le llevó a implicarse colectivamente, pasando a formar parte, meses más tarde del comité de empresa.

Si lo comparamos con otros tipos de intervenciones, en las que otros agentes externos son también los responsables del sufrimiento psicológico del paciente, el encuadre de la intervención debería ser parecido, salvando las distancias, a la que se realiza en situaciones de maltrato o violencia machista, todas ellas expresiones de dominación capitalista que provocan situaciones de sometimiento más o menos sofisticadas.

Todas ellas son episodios traumáticos, que se encuentran también con notable frecuencia detrás de muchos cuadros clínicos, a poco que se realice un pormenorizado análisis anamnésico de la persona. Cuadros que van desde el trastorno de ansiedad y los cuadros depresivos a trastornes de personalidad severos y cuadros psicóticos, de mayor o menor gravedad dependiendo de múltiples factores como la intensidad y frecuencia del trauma infringido, la edad en la que se inició y la capacidad de resiliencia de la persona.

Llegados a este punto, y como apunte final, cabe reflexionar acerca de cómo las políticas de recortes de la sanidad pública, en el contexto del conjunto de políticas de desmantelamiento del estado del bienestar, y el peso cada vez mayor de los tratamientos farmacológicos en el abordaje de los llamados trastornos psicológicos tiene un efecto en la invisibilización de las causas objetivas que causan sufrimiento psicológico, tendentes a la normalización efectiva de algunas condiciones laborales de flagrante explotación.

Un comentario en «Ansiedad y explotación laboral»

  1. Es muy interesante su aproximación. Yo he visto otras q van en la linea de q para ser fices casi casi hay q ser liberales, y buscar tu realización, no preocuparye de lo q no puedes controlar etc. (lo anterior es una simplificación burda de lo oido) también esta la vena coaching ( tema aparte) y po ultimo los Pinker y lapuente q sostienen q si mo eres optimista es q estas taradito porque los datos edtan ahi. La psicologia se convierte en otra fisciplina, ya era hora, para explicar la posición de lo himano ante el mundo, la evolución de las sociedades y el fenomeno economíco ( Thalerr, psicologo el, fue premio nobel de economia el año pasdo)

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