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En unas pocas semanas el Parlamento Europeo, la Comisión Europea, la Corte de Justica y el Consejo Europeo, las cuatro instituciones de la Unión Europea, han puesto en jaque a la Hungría del autoritario Orban, a la Italia hipnotizada por el xenófobo Salvini, a la Polonia gobernada por el conspiranoico Kaczinsky y al Reino Unido de la desnortada May. Al primero, autoproclamado líder de la democracia “iliberal”, por su cruzada contra la universidad de Soros, judío globalizante, en Budapest y por su falta de solidaridad. Al segundo, por saltarse a la torera los límites presupuestarios comunmente acordados. Al tercero, que maneja el Gobierno polaco desde bambalinas, por jubilar forzosamente a los jueces del Tribunal Supremo que limitaban su capacidad de maniobra. Y a la cuarta, manteniendo sin titubeos el órdago sobre la indivisibilidad del mercado interior europeo. Polonia lo tiene fatal porque las medidas cautelares del Tribunal de Luxemburgo son inapelables. Italia tiene algo de margen para presentar un nuevo presupuesto con explicaciones y negociar concesiones. Parecería que Hungría podría irse de rositas porque Polonia vetará cualquier sanción, pero pagará – ya está pagando – y mucho en términos de transferencias presupuestarias. Y la que peor lo tiene es May, con el reloj en contra y una oposición que amenaza con no consentirle las concesiones necesarias para evitar el desastre que supondría para el Reino Unido un Brexit sin acuerdo.
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