Carlos Hidalgo
Cuando me han llamado para decirme que nos había dejado Gonzalo López Alba, vino a mi cabeza su voz, entre socarrona y triste, saludándome al teléfono: “hola, Glauco”. Y es que Gonzalo estaba tan bien informado que sabía cómo me apodaba mi amigo Julio Embid. Hablé con él la semana pasada. Me avisaba de un posible trabajo para mí y es que, desde que salí de Ferraz por segunda vez, Gonzalo trataba de devolverme a una redacción. Porque Gonzalo, que era de esa clase de periodistas que crees que sólo existe en las películas, quería que yo volviera a escribir y que volviera a ser periodista. Porque además me había leído y creía en mí. Y que un tipo como Gonzalo crea en ti te anima a ser mejor de lo que eres. Sigue leyendo