La recuperación

LBNL

Será de la crisis porque tras los datos de la EPA de ayer, de la recuperación económica que tan eufóricamente cacarean el Gobierno y el PP (crecimiento del PIB, de las exportaciones, España modelo de reformas eficaces en Europa, se acabó el riesgo de rescate…), nada de nada. Muy al contrario. Es unánime la opinión de que el principal problema económico – además de drama humano – de España es su elevadísimo índice de desempleo que si en términos absolutos ya es suficientemente grave, todavía lo es más en términos cualitativos teniendo en cuenta los elevados porcentajes de paro juvenil, de larga duración y de empleo temporal.

Desde que fue designado (es el término más apropiado) candidato del PP a las elecciones europeas, no dejo de escucharle a Arias Cañete cargar contra la herencia económica del anterior Gobierno socialista, que arruinó España. Es de suponer que se refiere a la segunda legislatura y no a la primera en la que se redujo la deuda pública casi 20 puntos básicos, España creaba 3 de cada 4 puestos de trabajo de los que se creaban en Europa (la tasa de paro bajó a un dígito) y tuvimos superávit presupuestario por primera vez en la historia, todo ello con baja inflación. Todo lo anterior es cierto como también que el estallido de la crisis financiera mundial, aderezado con nuestra propia burbuja inmobiliaria, revertió la situación radicalmente, incrementándose el déficit público y el desempleo muy intensamente.

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Un poco de optimismo

Lobisón

 El penúltimo libro de Ignacio Sánchez-Cuenca, La impotencia democrática, sigue dos líneas de razonamiento. Por una parte intenta mostrar que la demanda de reformas institucionales —provocada por la crisis económica y los recortes sociales, y azuzada por la percepción de los escándalos de corrupción— no es una respuesta adecuada o suficiente para las causas del malestar ciudadano. Por otra, razona que los males que sufrimos son consecuencia de una deriva indeseable de la democracia que puede reducir ésta sólo a formas locales o sectoriales de autogobierno, pero dejaría la toma de las decisiones fundamentales en manos de organismos no electos (contramayoritarios y tecnocráticos). Con notable optimismo, sin embargo, Sánchez-Cuenca cree que esto sería compatible con el mantenimiento de los derechos y libertades de los ciudadanos.

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