De ritos y fuegos artificiales

Frans van den Broek

En uno de los libros más famosos de la antropología, ‘La Rama Dorada’, Frazer nos recuerda que las formas que se nos presentan hoy en día como pertenecientes a determinada tradición, dígase el cristianismo, son en realidad comunes a formas mucho más primitivas de religiosidad, y solo hace falta escarbar la superficie para encontrar los elementos comunes. En el fondo, los viejos mitos de fertilidad se repiten a lo largo de la historia, asumiendo otros nombres y bajo otras circunstancias, pero esencialmente iguales a mitos cuyo origen se pierde en la memoria de la humanidad. Lo que no pudo predecir, aunque está implicado en su obra, es que la tendencia ritual de la humanidad persistiría incluso en sociedades en principio seculares, en las que el estado está separado de la religión en cualquiera de sus manifestaciones, pues dicha ritualidad se incorpora a las costumbres mismas de las sociedades en cuestión, incluso de manera institucional. Y es así que los seres humanos celebramos el paso de los años organizando grandes fiestas de noche vieja o de año nuevo, y que el día primero de nuestro medio torcido calendario es día festivo, que seguimos recordando a un Cristo en cuya divinidad no creemos, que no nos podemos librar de los cumpleaños y que las naciones escogen un día para celebrarse a sí mismas cantando himnos y marchando por las calles agitando banderitas. Según la antropología, dichas banderitas no se diferencian en esencia de los telúricos diseños con que algunas tribus se pintan el cuerpo para indicar ciertos pasajes iniciáticos, los himnos no han sobrepasado el nivel de los cantos pastoriles, y los ritos seculares las celebraciones de fertilidad de hace milenios de milenios.

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