Las clases medias

Lobisón

En El País del día 29 aparecía un artículo cuyo titular era Las protestas agitan los países más pujantes de Latinoamérica: tras Chile y Brasil, Perú vive nuevas movilizaciones de jóvenes de clase media. Para más inri, en la portada de la edición digital el titular se ilustraba con el forcejeo entre un policía y un indígena o mestizo peruano con muy poco aspecto de clase media y no demasiado joven. Pero aun así es bastante probable que los jóvenes de clase media sean el núcleo de esos movimientos de protesta: nada que objetar en este sentido.

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Las cosas suelen ser como parecen

Barañain

Desde el primer momento tras el accidente ferroviario de Santiago se empezó a extender por nuestro país  el temor a que tras la rápida sospecha sobre la actuación del maquinista -precozmente confirmada por el conocimiento de sus conversaciones telefónicas tras el descarrilamiento-, se pretendiera, en realidad,  esconder las “verdaderas” causas de lo ocurrido y salvar a los “auténticos” responsables del desastre. Debe ser  algo consustancial a nuestra forma de ser. Por un lado, nos encanta ese dicho tan popular de que las apariencias engañan, lo que, en realidad, sólo ocurre pocas veces; si no pudiéramos fiarnos de lo aparente, de lo que registran nuestros sentidos, la vida sería imposible.

Somos desconfiados, y tratándose de lo público asumimos con comodidad la premisa de que desde el poder se intenta siempre engañarnos. Por eso nos encanta especular sobre problemas estructurales de fondo o decisiones políticas que, desvirtuando las responsabilidades personales, puedan explicar los accidentes. Aunque tengamos acumulada una enorme experiencia para saber que es el factor humano el que explica los accidentes en la inmensa mayoría de los casos, que en la carretera nos mata el exceso de velocidad y en el trabajo la imprudencia o el abuso de sustancias tóxicas, preferimos suponer que el sujeto particular involucrado en tales sucesos es casi siempre inocente o al menos que su conducta está siempre condicionada por  elementos ajenos a su propia responsabilidad.

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Vaya fin de curso

LBNL

Por supuesto, la tragedia ferroviaria de anoche hace palidecer todo lo demás. Muchas decenas de muertos, ingente cantidad de heridos, muchísimas familias rotas para siempre… Estas cosas pasan, por errores humanos o mecánicos. Las primeras hipótesis apuntan a un gran exceso de velocidad en una curva particularmente abrupta tras largos kilómetros de recta de trazado AVE. La curva no se suavizó para no aumentar la necesidad de expropiaciones. Los maquinistas se habrán distraído. Quizás los sistemas de alarma fallaran. Sabremos más en los próximos días y semanas. Las explicaciones no devolverán la vida o la salud a los muertos y heridos pero son necesarias, también para evitar accidentes futuros. Que Moncloa haya cometido un error en el comunicado de condolencias no es importante. Lo esencial es que las autoridades no incurran en la actitud fraudulenta que desplegaron tras la tragedia del metro de Valencia.

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La justicia

Lobisón

Puede que me deje llevar por los prejuicios, pero me preocupa que el juez Elpidio Silva se haya convertido en el héroe del sindicato Manos Limpias, esa extraña agrupación en la estela de Blas Piñar que parece haber descubierto una mina de demagogia en la corrupción ambiente. En todo caso parece haber consenso en que hoy por hoy no existe un ‘caso Blesa’, y que sin embargo hay quienes están tratando de crearlo, aprovechando el clima de irritación disparado por la crisis y la aparente invulnerabilidad de quienes han gestionado los grandes centros de poder financiero en los años de la burbuja.

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Viejos de la medianoche

Frans van den Broek 

Sin duda, una de las tragedias más espantosas del siglo viente, tan pródigo en horrores, fue la partición de India y Pakistán tras la independencia de India de la colonia británica. La historia es compleja y es difícil atribuir responsabilidades, pero es inevitable afirmar que fueran quienes fueron los responsables, dieron muestra de una monumental -diríase hasta criminal- estupidez, de lo que no se salva nadie, ni el mismísimo Ghandi y con los británicos a la cabeza. Hasta el más ignorante campesino hubiera podido predecir lo que sucedería al crear un país bajo premisas religiosas en una región como aquella, donde conviven la tolerancia y la intransigencia, la espiritualidad y la miseria moral. Quizá nunca se sepa cuántas personas murieron a raíz de la partición, pero se cuentan en decenas de millones, sin contar las que morirían después por las guerras entre Pakistán e India. Desde este punto de vista debiera considerarse la independencia de India y la creación de Pakistán, aquella medianoche de agosto de 1947, como una fecha de luto, no de celebración. Las naciones, sin embargo, se nutren de victorias, de héroes y de triunfos míticos, de mentiras, en suma, y es así que aquel día es celebrado como un día de libertad, esperanza y consumación. Es en esta encrucijada que se centra la película que quisiera comentar, basada en el libro homónimo de Salman Rushdie, «Midnight’s children», con colaboración del mismo autor.

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Naturaleza de nuestro periquito azul

Senyor_G

A sabiendas de la amenaza sombría
De los de siempre:
De que el último pensamiento
Es cielo,
O es infierno.
La sombra, la amenaza
Que no celebra
Las horas,
Los días,
Las semanas:
La vida.
No sabiendo cuando
Perder la esperanza
De que el último minuto
Sea de nuevo el primero.
Quieto y parado
Fallé el minuto en el periquito verde.
Ahora haré blanco en el azul.

Nota sobre la traición y el mestizaje

Alberto Penadés

«Esta tierra que mira al oriente

cuna fue del primer mestizaje

que nació del amor sin ultraje

de Gonzalo Guerrero y Za’asil.»

(Himno del estado de Quintana Roo, México)

Los amantes de los mitos nos señalan que Gonzalo Guerrero (Palos de Moguer, ca 1470-Punta Caballos, Honduras, 1536) fue el padre, en pleno sentido de la palabra, del primer mestizo de la tierra que, con licencia, podemos llamar México (por cierto, fue mestiza, pues fue niña). En un tiempo en el que a nadie reparó en esa primicia, que atentos historiadores establecieron más de tres siglos después, simplemente pasó por renegado, por malo o por traidor. Mucho mejor conocida es la figura histórica de Malintzin o Doña Marina (1502-1529), normalmente llamada La Malinche (aunque Malinche también decían a Cortés), la princesa cautiva (ya antes de servir a Cortés) que contribuyó a la conquista con su capacidad de traducir de las lenguas maya a la lengua nauahtl de los aztecas. El malinchismo es, en el lenguaje de los mexicanos de hoy -simplificando mucho- el desdén por lo propio y la reverencia hacia lo foráneo. Un cosa tan humana, con la sombra de la traición. Jerónimo Aguilar (Écija 1489-Nueva España 1531), menos famoso, fue tan importante como Malintzin en la conquista, pues él traducía el castellano de Cortés a una lengua maya que esta comprendía y, a su vez, traducía. Fue el leal a “los suyos”, aunque no parece haberse sentido mal con los demás.

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Explicaciones y asunción de responsabilidades

LBNL

Urgen. Sobre todo lo que rodea al caso Bárcenas, obviamente. Rajoy dice que el Presidente del Gobierno no puede estar todo el día saliendo a desmentir o a responder a todo lo que se dice, y menos cuando lo dice un chantajista. Tiene razón. Excepto cuando el Presidente del Gobierno está implicado personalmente en el asunto y no ha dado una explicación coherente y mínimamente creíble sobre el asunto.

En cualquiera de las democracias liberales de nuestro entorno con las que nos gusta compararnos –léase Reino Unido, Francia, Alemania, EEUU o incluso Italia- en términos de historia, cultura y libertades, el escándalo Bárcenas habría propiciado ya –van más de dos años- un cataclismo de asunción de responsabilidades políticas. No en España donde Rajoy y varios de sus ministros y de los más altos cargos de su partido –presentes y pasados- son sospechosos de varios delitos, además de haber falseado la realidad repetida y continuadamente.

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Ilusiones de la distancia

Frans van den Broek

El día dura hasta bien entrada la noche en Escandinavia y confiere una sensación de irrealidad al largo atardecer, iridiscente y mágico. Si la experiencia es matriz de nuestra comprensión afectiva del mundo, ¿qué tipo de comprensión del mismo poseen los escandinavos? ¿Es posible que la belleza natural contribuya a mejorarnos como seres humanos? No faltará quien lo afirme, aludiendo quizá a la conocida relación entre lo bello y lo bueno, debatida desde la antiguedad, como no faltará quien lo niegue, recordándonos la existencia de seres humanos miserables, aunque educados en los más sofisticados refinamientos estéticos, capaces de llorar de emoción ante un atardecer mediterráneo y de torturar a quienes consideren indignos de respeto. La verdad se encuentra quizá, como tantas veces, en algún lugar intermedio: la sola belleza no puede embellecer un alma ni la depravación moral impide disfrutarla. La belleza, quiero creer, produce estados psíquicos más afines con la moralidad que con la depravación moral, pero es incapaz de elevarnos por encima de nuestra condición si no es coadyuvada por muchos otros factores que se encuentran allende el juicio estético o el placer natural ante lo bello. Al final, nuestra vida interior es cualquier cosa, menos de una sola pieza. Para bien y para mal.

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