Memoria y sosiego

Millán Gómez

En esta sociedad que vivimos, tan ensimismada y corta de miras, pedir disculpas es una excepción. Un caso extraordinario cuando realmente debería ser algo ordinario. Deberíamos, en muchas ocasiones, recordar que es fundamental normalizar lo anormal. El Rey Juan Carlos, en un caso sin precedentes, demandó perdón público. Con gesto sentido y transmitiendo bonhomía, se dirigió a los medios a la salida del hospital donde le intervinieron quirúrgicamente tras romperse la cadera en una cacerí­a de elefantes en Botswana.

Santiago Carrillo se autodefine como «republicano juancarlista». Como tantos otros españoles. La Monarquía como institución es algo arcaico y añejo. No rezuma futuro. Durante los últimos meses, diferentes actuaciones de la Casa Real y su entorno han provocado honda preocupación en la opinión pública. Su imagen se está deteriorando. Juan Carlos, en su discurso de Navidad, fue contundente con la actuación de su yerno. Se había ganado aún más respeto del que ya tiene por su papel histórico y su carácter enternecedor. Entiendo el gesto del miércoles como algo que le honra, le humaniza y demuestra una mayor humildad que muchos otros políticos que son incapaces de pedir disculpas. Deberí­an muchos dirigentes públicos aprender de su gesto. Si bien otras actuaciones polémicas fueron protagonizadas por dos sujetos que son conocidos por sus relaciones de pareja con dos infantas, en este caso sí­ vincula directamente a la Casa Real.

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