De la humildad y otros vicios

Frans van den Broek 

¿Desde cuándo se convirtió la humildad en un defecto y la vanidad en requerimiento esencial de buena vida? ¿Es una consecuencia de la secularización, de la cultura de las celebridades, del largo período de prosperidad que han experimentado las sociedades que influyen con más aplomo en nuestras costumbres modernas? ¿De todo lo anterior más muchas otras cosas que o desconocemos o sería largo mencionar? Francamente, no lo sé. Sospecho, no obstante, que nuestra sociedad pierde mucho al relegar a la humildad al cajón de los trastos en desuso. Y más aun al colocar a la vanidad en el pedestal sagrado que parecemos haberle designado.

 Es fácil, sin embargo, malinterpretar estos términos -humildad, vanidad- y atribuirles significados dispares y contradictorios, lo cual es parte del problema. Con justificada satisfacción nos hemos deshecho de aquella interpretación de la humildad que la ponía al servicio de los intereses de patrones e iglesias, como obediencia ciega y actitud humillada. Cada quien tendrá su propia experiencia de este sentido debilitante de la humildad, pero a mí me tocó verlo expresado de la manera más tangible en el comportamiento que se esperaba de los indios en el Perú en que tuve que crecer para mi bien y para mi mal. La humildad no significaba entonces sólo reconocer la primacía de un ser absoluto, sino humillarse ante los retentores del poder, seglares o clericales, casi siempre de raza blanca. Esta humildad -y otros sentidos de la misma, quepa decirlo- los retrató de modo magistral José María Arguedas en sus novelas y cuentos, para denunciarlo y exorcizarlo, describiendo la situación feudal de la provincia peruana expoliada y olvidada. Ante esta situación, ¿cómo no agradecer las páginas de Nietzsche que hacen del cristianismo una religión de esclavos que sustrae a la vida su sustancia más íntima, la afirmación de la corporalidad, la necesidad de creación y de autonomía? ¿Cómo no ponderar necesarias las páginas de Marx o de Mariátegui, las diatribas de Cioran, los insultos de la vanguardia? Si la moralidad convencional hacía de la humildad una actitud de borregos, bien se hizo al rechazarla y rescatar la afirmación individual y la auto-estima.

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