Impedir o aceptar un Irán nuclear, esa es la cuestión

Barañain

Parece que ahora sí va en serio. En los próximos meses puede que asistamos a un conflicto militar  con  Irán bien porque, ante la ineficacia de las presiones diplomáticas y las sanciones económicas, el progreso de su programa nuclear no deje otra opción que destruir sus instalaciones más sospechosas, o bien porque la eficacia de esas presiones excite a la bestia y sea Irán la que desencadene el conflicto militar, lo que ocurriría sin duda si, en represalia frente a las sanciones económicas, intentara bloquear el paso del petróleo por el estrecho de Ormuz, tal y como vienen amenazando últimamente.  En cualquiera de los dos casos, hay que contar con la posibilidad, cada vez más real, de un nuevo conflicto armado en aquella región del mundo.

Desde hace unos años, desde que fueron evidentes los planes del régimen iraní para hacerse con armas nucleares, viene especulándose con la posibilidad de que Israel, el país más amenazado (de hecho, el único expresamente amenazado) por el fascismo teocrático de Teherán, aborte por medio de un ataque militar esa posibilidad. Durante ese período de tiempo, la comunidad internacional ha intentado -de manera no siempre coherente, con vacilaciones y contradicciones-, que Irán desistiera de sus planes nucleares, mientras vigilaba con el rabillo del ojo que el estéril  tira y afloja diplomático no agotara la paciencia de Israel. La negociación educada dio paso, lentamente, a la presión en forma de sanciones comerciales, con el petróleo de Irán en el punto de mira, mientras en Israel y en EEUU empezaba a ser objeto recurrente de debate la posibilidad, conveniencia y dificultades del ataque a las instalaciones nucleares de ese país (con los antecedentes de ataques similares a Irak en 1981 y a Siria en 2007, pero que no tenían la envergadura del que sería preciso contra Irán).

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