Esperando el fin del mundo

Lobisón

De vez en cuando uno cree atisbar almas hermanas con las que podría sintonizar fácilmente: la premio nacional de historia, Isabel Burdiel, recomienda a los líderes políticos la lectura de Algo va mal, del desaparecido Tony Judt, junto con las columnas de Krugman y Stiglitz; el economista jefe de Intermoney, José Carlos Díez, se lamenta en la tertulia nocturna de TVE de que las concepciones económicas supersticiosas de Angela Merkel son unánimemente compartidas por la academia alemana; Frans van der Broek muestra su desolación ante un invierno finés sin nieve.

Pero la orquesta sigue tocando en la cubierta de primera clase del Titanic. Los ejecutivos del Ibex ganan en un mes lo que el Rey en un año, la desigualdad crece y los empresarios ya han logrado su primer objetivo para la creación de empleo: congelar el salario mínimo, mira tú por dónde. ¿Qué dirán los ministros del Eurogrupo si Europa entra en recesión? ¿Qué es un problema de falta de austeridad? El pobre José Carlos Díez insistía en que Alemania sólo tiene un voto en el Consejo Europeo —podrían ser cuatro o cinco contando con sus aliados luteranos—, pero nadie se atreve a imaginar una votación sobre la emisión de eurobonos, por si se rompe Europa. Que la rompan los mercados si quieren, pero nada de enojosas peleas políticas o enfrentamientos de Merkel con el Tribunal Constitucional de Karlsruhe.

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