A la tumba o a la obra

Frans van den Broek

Quien iría a pensar que un movimiento cuyo inicio no auguraba más que una o dos demostraciones de irritación colectiva terminaría por extenderse a más de 80 ciudades en varios países del mundo. Hay que ser cuidadosos, sin embargo, al describir el fenómeno, pues es fácil caer en las simplificaciones a que nos acostumbran la prensa y los análisis en dos columnas. Hablar de movimiento, en primer lugar, es si no falaz, al menos exagerado, por la naturaleza dispar de las organizaciones que coordinan sus actividades y la imprecisión o vaguedad de sus demandas. Hablar de indignados, empero, parece acomodarse bastante mejor a la naturaleza de los hechos, pues se trata más de un estado de ánimo y de una actitud que de una plataforma política viable, al menos por ahora, como no estaría desencaminado quien cualificara al movimiento de viral, esto es, extendido siguiendo un patrón de difusión epidémico, gracias en buena medida al internet y los media. El economista Paul Krugman cree, en todo caso -se lo acabo de escuchar en la CNN-, que se trata de un movimiento necesario, pues vuelve la atención del debate social a los problemas esenciales que dieron origen a la crisis actual, en lugar de dejarlos en manos de políticos y economistas que buscan causas subalternas o inexistentes, así­ como soluciones inadecuadas. Ignorante como soy, me declaro más bien incapacitado de juzgar a los indignados, si bien no puedo sino compartir parte de su indignación para con quienes hicieron de la codicia ilimitada sancón de vida libre. Un movimiento como este (que se ha rebautizado en otras partes como de los ocupadores de plazas o de bolsas, o algo parecido) está destinado a atraer a demagogos, desequilibrados, aprovechadores, adolescentes perpetuos u ociosos sin rumbo, pero tambiénn a seres nobles e idealistas que están hasta el copete de sentirse en manos de poderes ajenos al proceso democrático o eximidos de sus responsabilidades. O simplemente a personas afectadas por el desempleo, la carencia, la preocupación por el futuro o la ineficacia del estamento polí­tico.

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