Política y tabú (una nota sobre el catalán en España)

 Alberto Penadés

En ciencia no puede haber dogmas ni tabúes, creo que todos coincidimos en eso. Hasta el enunciado más fundamental puede someterse a crítica o revisión (otra cosa es que sirva de algo, que la crítica sea ridícula, etc; pero nadie lo defenderá como intangible). Al pasar a la ciencia social es fácil encontrar tropiezos. Por ejemplo, la existencia del holocausto es un dogma para muchos, y está legalmente consagrado en Alemania, Israel, y no sé si algún sitio más, donde negarlo es delito. Si alguien se presenta y dice que como resultado de una investigación el número de asesinados fue el 10% de lo que se considera aceptado (de hecho, la cifra exacta funciona también como dogma), y que lo convierte en un fenómeno comparable a otros 27 casos documentados de matanzas de civiles en las guerras, esa persona será considerada un delincuente. Es un caso extremo, pero el simple hecho de que se denostara a un historiador sin demostrar sus errores o explicar sus mentiras, mostraría dogmatismo anticientífico. ¿No? 

Cuando se trata de cuestiones menos fáciles de definir que en el ejemplo, como a menudo es el caso en la sociología y la ciencia política, o mecanismos causales más intrincados, como típicamente sucede en la economía, el problema mayor no suele ser de dogmatismo, sino de inacabable discusión, de inseguridad en las conclusiones. Sin embargo, a veces algo escapa del tumulto, se adhiere tal vez a un interés político reconocible, quizá a un grupo bien situado, y observamos cómo se va convirtiendo en dogma. Se reconocerá, operativamente, por la estridencia de silbato con el que nos pitarán falta hasta nuestros mejores amigos, por el modo en que incluso quienes son capaces de las más hondas indagaciones y los más complejos análisis de datos dan por buena la evidencia más sospechosa o la generalización más vulgar. Los ejemplos que conozco mejor provienen de ciertos ámbitos en los que la coalición de intereses entre los especialistas en estudios de género y algunas organizaciones no gubernamentales (dos ámbitos donde los datos a veces se manejan con mucha alegría) proponen, a menudo con éxito, sus dogmas en el debate público: cierta visión de la violencia de género, el tráfico de personas, la explotación sexual… Puede que finalmente tengan razón, pero, por si acaso, a quien señala que sus argumentos son paracientíficos, homeopáticos, se le despacha con un pescozón.

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