De tinieblas y tigres blancos

Frans van den Broek

En la excelente primera novela del autor Indio Aravind Adiga, una larga carta al premier chino antes de su visita a la India, el personaje principal le cuenta la historia de cómo llegó a hacerse empresario en el equivalente de Sillicon Valley de su país, Bangalore, a pesar de sus orígenes humildes en un pueblecito perdido del interior. India, le informa, está dividida en dos zonas, separadas por fronteras más agudas y minadas que la que le separa de Pakistán en el Kashmir (comparación que él no usa, pero que supongo no le disgustaría demasiado): la Luz y las Tinieblas (The Darkness, para ser exactos). La India de la Luz es la India que alaba el Occidente cuando se refiere a su crecimiento económico, a su enorme democracia, a sus empresas que compiten mundialmente, a Bollywood, a sus bombas atómicas. Es la India occidentalizada y rica, cuya principal motivación es enriquecerse e insertarse en la dinámica comercial y cultural que moviliza al mundo globalizado. La India que prefiere hablar inglés, conducir coches caros, beber alcohol y olvidarse que alguno de sus ancestros fue hindú o musulmán y tuvo que quebrarse el lomo en algún lugar olvidado del inmenso subcontinente. La India que dice admirar a Ghandi y a Nehru, pero que no tiene empacho en armarse hasta los dientes, tirar bombas si fuera necesario y utilizar a la policía de cualquier manera, con sobornos o prebendas, para conseguir sus objetivos. La India poderosa y reluciente, de ciudades modernas y exotismo administrado, y que mira con desprecio o lástima a la otra India que constituye la mayoría del país, la que se suele llamar Las Tinieblas.

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