En el bosque ruso

Frans van den Broek

De manera fortuita llegaron a mis manos algunas novelas cuya característica común es tener como tema a Rusia, pero estar escritas por escritores de habla inglesa. Hace poco un escritor que pertenece a este grupo, A.D. Snow, reflexionaba sobre este fenómeno y su conclusión era simple: la historia de Rusia es tan dramática y ha llevado a los seres humanos a tales límites existenciales que cualquier escritor no puede sino sentirse hipnotizado por la misma. Como diría Andre Gide alguna vez: es con los buenos sentimientos que se hace la mala literatura, y si algo no faltó el siglo pasado en Rusia fueron sentimientos de un tipo que desafía incluso la categorización de maldad, casi a par con las grandes catástrofes naturales, con los terremotos o las erupciones volcánicas, con las pestes o los tsunamis. Todo escritor plantea de algún modo un dilema ético, pero ha de hacerlo evitando el maniqueísmo y las polaridades fáciles, lo que requiere una voz adecuada y la pertinente pericia técnica. Al confrontar la historia rusa, sin embargo, el escritor –o cualquiera de nosotros, para tal caso- corre el peligro contrario, de siendo demasiado fiel a la verdad objetiva incurrir en lo fantasioso o lo increíble, pues la realidad supera con creces lo que la imaginación de cualquier ser humano decente pueda concebir. Quizá por ello han recurrido muchos escritores rusos a las memorias, pues aunque lo narrado sea inconcebible, tiene al menos el merito de la concordancia. Y los dilemas éticos que se encuentran vendrían a formar más parte de la historia natural que de la civilización. Dicho en pocas palabras: Rusia es una mina de oro para los escritores, pues casi nada en su historia reciente es maniqueo, débil, insustancial o irrelevante. Lo cual no exime al escritor de la obligación compositiva o estructural, pero casi lo releva de la dilucidación moral.

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