Y el pueblo ganó

Millán Gómez

Dieciocho días después de que comenzaran las protestas, el presidente Mubarak se rindió. Esta noticia no se hubiese producido de no haberse llevado a cabo una rebelión en las calles. Estas manifestaciones han sido de tal calibre que han provocado que un dirigente agarrado al caluroso sillón del poder durante prácticamente tres largas décadas se haya dado cuenta de que su tiempo ha terminado. Se ha visto obligado a dimitir. Sí, no ha presentado su dimisión porque considere que su ejercicio público haya llegado a su fin sino porque la sociedad a la que representa se deshizo de sus miedos y complejos echándose a la calle dando lugar a lo que ya conocemos como “Revolución Egipcia”. Las protestas se han focalizado en la Plaza de la Liberación de El Cairo. La plaza no podía tener mejor nombre. Egipto se ha liberado de un dictador. La democracia ha triunfado en la primera revolución del siglo XXI.

La moraleja de lo ocurrido está meridianamente clara: cuando una sociedad rompe con su pasado y decide movilizarse espontánea pero unitariamente se consiguen los objetivos. Es una verdadera pena que el franquismo finalizara a causa de la muerte del dictador y no por una movilización ciudadana cual Egipto. Además, este tipo de revoluciones sientan un precedente notablemente positivo para otros países. Los expertos ya hablan de que naciones como Argelia o Marruecos pueden seguir el mismo camino trazado por Egipto y anteriormente por Túnez. Y no solo en el mundo árabe, ojalá la democracia triunfe en todos y cada uno de los países fascistas que aún sufrimos dentro de la comunidad internacional. Cuba, por ejemplo, aunque haya un cierto sector de la izquierda española que se congratula de las conquistas democráticas en Egipto y silbe cuando le hablan de Cuba.

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