El Senado y el sentido común

Antesala

En ocasiones, el apasionamiento que impregna los debates nos lleva a ceder a la tentación de banalizar la propuesta del oponente, de descalificar los argumentos del contrario desde la atalaya más fácil de escalar para las audiencias, de entregarnos al cultivo de las pasiones más elementales para ganarnos el crédito de la opinión pública. No es extraño que nuestro desdén hacia las posiciones contrarias a las nuestras, nuestra incapacidad para escuchar un argumento que contradiga nuestras convicciones sin interponer una sordina, o el dogmatismo del prisma del que nos servimos para filtrar las tesis que nos incomodan, mane de una aptitud limitada para entender la complejidad de un mundo que entendemos como suma de pedazos estanco que agrupamos en algún lugar en el que se forja nuestra identidad. Aunque, en general, esa ineptitud surge de una voluntad previa de desdeñar cualquier cuestión que interrumpa la armonía de los discursos que reafirman nuestros prejuicios, en los que se mezclan argumentos con sentimientos.

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