Solipsistas, solitarios, solteros, solos

Sicilia 

Dice la Biblia “no es bueno que el hombre esté solo” -de la mujer no dice nada-, dice Lorca algo de “mi soledad sin descanso”, se dice aquello de “al fin solos”, o lo de “yo me entiendo y bailo solo”, o “mejor solo que mal acompañado” -esta frase deja al menos abierta la opción a acompañarse bien-. Se habla de la soledad como opción, como paraíso de libertades y se habla de la soledad como caldo de cultivo ideal para  rumiaciones, manías, depresiones y cosas peores.

El ser humano es social, nuestras identidades se conforman atendiendo al entorno, necesitamos a los demás aunque sea de vez en cuando, algunas veces los sufrimos -véanse atascos de tráfico, fiestas populares masivas o reuniones de vecinos-, y en muchas ocasiones, afortunadamente, también se disfruta de la compañía o de ver gente. ¿Qué tiene esta cosa con tan conspicuo doble filo? A ello desde la teoría y la praxis han dedicado mucho tiempo psicólogos, psiquiatras, sociólogos, médicos, filósofos, literatos, eremitas, fareros y serenos, por citar algunos ejemplos.

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