Obama: entre la ira de unos y la desilusión de otros

Barañain

El ambiente político que recientemente he podido percibir,  recorriendo como turista California, desde la liberal San Francisco hasta la conservadora San Diego, dista mucho de la ilusión progresista que palpaba hace un par de años en Nueva York cuando encontrar algún signo de activismo prorepublicano era francamente difícil y la “obamamanía” parecía imparable. Aquel entusiasmo por el cambio se ha transmutado en una cierta desilusión entre el electorado demócrata, quizá  más escéptico que contrariado y, en todo caso, bastante pasivo en contraste con el histérico activismo de la base más ultraconservadora de los republicanos. Muchos de los candidatos oficiales de este partido han sido desplazados por los del Tea Party en sus primarias. En las librerías, por ejemplo, es desolador asomarse a los títulos que llenan sus escaparates y listas de bestsellers. Lo más pacífico resultan ser las biografías o los compendios de ocurrencias de la inefable  Sarah Palin. Por doquier, libros sobre los peligros que se ciernen sobre América en manos de Obama, tiranía y colectivismo incluidos. Y eso por no hablar de los programas y anuncios en algunas cadenas de TV especialmente incendiarias.

Lo de nuestros ultras de Intereconomía y compañía resulta un juego de niños al lado del ambiente allí desatado por la extrema derecha. Uno casi puede respirar aliviado al ver que despunta como posible estrella republicana para 2012 el candidato por Florida Marco Rubio, oriundo cubano y casado con una colombiana y, pese a ello, partidario de la línea dura con la inmigración y contrario a la cooficialidad de la lengua española; podría ser peor si llega a presentarse en un Estado más grande la candidata Christine O´Donell que, en el pequeño Delaware, se impuso a un “tibio” correligionario republicano en sus primarias, a base de propuestas extremistas abogando por las armas,  el fin de los impuestos, la liquidación de todo el aparato estatal y la abstinencia sexual, llegando a preconizar el  castigo penal de la masturbación como una forma de adulterio.  Reconozcamos que ni nuestro Rouco habría sido  capaz de igualar algo así.

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