“The thousand autumns of Jacob de Zoet”, de David Mitchell

Frans van den Broek 

Libros como el de Edward Said, “Orientalismo” (para mencionar sólo uno, de cuya calidad puede dudarse, pero no de su cantidad de lectores), y una larga historia de descolonización, comercio global y posmodernismo militante nos han habituado a la suspicacia a la hora de juzgar obras como la tratada aquí. Dondequiera que una novela procure representar el encuentro de dos o más culturas diferentes, sobre todo cuando una de ellas es la cultura blanca y occidental, el crítico –o el lector así inclinado- se siente casi en la obligación de descubrir tejidos jerárquicos de poder, o narrativas de la opresión tácita o flagrante del Otro, o una idealización exótica y denigrante del habitante del mundo no occidental; en general, signos de una actitud prejuiciosa para con quien no comparta la cultura superior de la Ilustración. No siempre esta suspicacia estará justificada, por supuesto, y no faltan casos en los que el lector permanecerá en la duda sin remedio.

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Hastío y desorientación

Lobisón

En la opinión pública española —y entre los participantes en DC— se advierte un clima de hastío y desorientación. Esto se traduce en discusiones un tanto reiterativas sobre los acontecimientos políticos inmediatos y en búsquedas de soluciones milagrosas para los fallos de la política. Periódicamente reaparece el eterno Guadiana: más elecciones primarias, listas abiertas, mayor proporcionalidad, libertad de voto. De nada sirve recordar que en casi todos los países existe una insatisfacción similar sobre la representación política, y que las soluciones propuestas aumentan la impredecibilidad de los mecanismos parlamentarios pero no mejoran sus resultados. O queremos más espectáculo o queremos mejor política, y no hay ninguna razón para creer que podamos tener las dos cosas a la vez.

Por definición, mejor política sería aquella en la que los ciudadanos sintieran que podían elegir las opciones que más les convienen o que consideran mejores para el país. ¿Cuál es la razón de que en muchos países los ciudadanos sientan que no pueden realizar esa elección? Supongamos que la clave no son las reglas bajo las que funciona la representación política sino las limitaciones de la ‘oferta política’: muchas personas —no necesariamente la mayoría, pero sí muchas— no encuentran en el ‘mercado político’ propuestas que respondan a sus ideas o a sus intereses.

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Las cuentas de la Universidad

 Ricardo Parellada

 Como viene señalando la prensa desde hace meses, la situación económica de la universidad más grande de España es crítica. No sé qué parte de culpa tendrá la crisis financiera mundial, pero no es la primera vez que se produce una situación así: tanto Hacienda como la Comunidad de Madrid han tenido en algún momento que condonarle deudas importantes para que pudiera seguir existiendo. Yo aquí sólo quiero señalar uno de los factores que han contribuido a la situación presente.

 De acuerdo con el sistema actual, el rector es elegido por sufragio universal ponderado por los diferentes sectores que componen la comunidad universitaria: personal docente e investigador, personal de administración y servicios y estudiantes. Como era de esperar, el personal de administración es el más cohesionado por la actividad sindical y el que puede plantear unas reivindicaciones más claras. Cuando la elección está reñida, este colectivo puede arrancar compromisos importantes a quien desea llegar a lo más alto. 

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Responsabilidad versus inmovilismo

Millán Gómez

El PSOE sacará adelante los próximos Presupuestos Generales del Estado (PGE) tras un acuerdo con el PNV y, con ello, agotará muy probablemente la legislatura. Buena noticia para los socialistas y también para los nacionalistas vascos se pongan como se pongan las luminarias de guardia. El PSOE demuestra que tiene escasa capacidad de llegar a acuerdos con otras formaciones por causa de la crisis económica pero le resulta suficiente para pactar con los jetzales. Por su parte, la derecha nacionalista vasca consigue un botín suculento para el autogobierno vasco. Es obligación del Gobierno buscar acuerdos con otras formaciones y lo es también para el PNV y más cuando está en juego el autogobierno de Euskadi, la principal prioridad del ideario nacionalista. No se entiende dónde está el error. Ya hay que ser enrevesado para encontrar problemas donde no los hay.

Hay quien piensa que con este acuerdo el PSOE deja en una posición delicada al Lehendakari Patxi López. En este país ni el deporte nacional es el fútbol ni la fiesta nacional son los toros, lo que más gusta en España es criticar destructivamente. Eso sí, sin mover un dedo. La política es pacto y negociación y ambos partidos han sellado un pacto. Ni más ni menos. Buscarle peras al olmo en esta cuestión está bien porque se entretienen un rato cuando hayan terminado el sudoku del periódico. Pero nada más. Patxi López tiene un acuerdo con el PP para sacar adelante su programa en Euskadi pero eso no significa que en Madrid llegar a acuerdos con el PNV sea pecado. Es más, los propios socialistas vascos apoyaron las cuentas presupuestarias de Ibarretxe y los jetzales han hecho lo mismo, como perfectamente desconocen los “intelectuales” más destacados del panorama mediático.

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A vueltas con la caja única de la Seguridad Social

Barañain 

El gobierno está a punto de asegurarse la continuidad y la tranquilidad en el difícil debate sobre los presupuestos para 2011. Aunque precisará aún de un voto más para garantizarse la mayoría (con toda probabilidad, el de Coalición Canaria), el paso dado ayer para conseguir la complicidad del PNV es fundamental. Al acordar con los nacionalistas vascos el traspaso a Euskadi de las políticas activas de empleo, Zapatero gana un socio y el PNV por su parte se apunta un tanto en Euskadi al conseguir ese acuerdo, en general bajo sus condiciones, pese a estar en la oposición.

Este pacto con  el PNV  evidencia una vez más la capacidad de acuerdo (la famosa “geometría variable”) y de supervivencia política que ha venido exhibiendo Zapatero a lo largo de esta legislatura incluso en los momentos en que más parecía acentuarse su soledad parlamentaria, pareja al desgaste político creciente.

Quizás por eso, la oposición ha encajado mal esta nueva jugada de la que se beneficia además un gobierno autónomo, el vasco -Euskadi dejará de ser la única comunidad autónoma sin las competencias de las políticas activas de empleo-, que han apoyado mediante un pacto singular.

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Detrás del horizonte

Sicilia 

Es perfectamente lógico que el debate económico de los dos últimos años haya estado centrado en torno a las causas de la crisis que vivimos y en cuándo ésta iba a finalizar, al menos nominalmente. Una vez llegado a un frágil consenso en torno a unas expectativas anodinas, esto es, nadie es demasiado optimista en torno a nada en el corto plazo, parece que estaría bien mirar un poco más lejos, aunque sea como ejercicio de imaginación, aunque sea como evasión de lo cotidiano, aunque sea por tener estrategias de largo plazo, aunque se sepa que el futuro es esquivo y nebuloso. ¿Y después qué? ¿Cómo será el mundo que viviremos?

Porque hay ciertos procesos ya en marcha y conocidos, cuya resultante es sumamente distinta del escenario mundial donde hemos crecido y que solemos dar por descontado, como base, cuando pensamos en futuros hipotéticos. Estos procesos no tomarán forma ni hoy ni mañana, ni antes de las siguientes elecciones ni de las que vengan después. Nos movemos en otros calendarios, que no obstante, no son los geológicos, sino que están más o menos en el entorno de 10-20 años, es decir, un plazo incómodamente largo para que pertenezca al campo de la gestión, e incómodamente corto para dejarlo en manos de los autores de ciencia-ficción.

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Amistad

Lope Agirre

Montaigne en una isla de ese conjunto de libros titulado Ensayos, afirma, cuando habla de la amistad, lo siguiente: «Por otra parte, lo que llamamos generalmente amigos y amistades, no son más que relaciones y conocimientos entablados por alguna casualidad o conveniencia, con lo que se ocupan nuestras almas. En la amistad de la que hablo se mezclan y confunden una con otra en unión tan universal, que borran la sutura que las ha unido para no volverla a encontrar. Si me obligan a decir por qué le quería, siento que sólo puedo expresarlo contestando: Porque era él; porque era yo».

En el francés antiguo de Montaigne, estas son las últimas palabras: «Par ce que c’estoit luy, parce que c’estoit moy». Podemos pasar media vida analizando las palabras, intentando desentrañar el sentido oculto de las mismas, más allá de la propia apariencia externa. Se puede entender como que cada cual es cada cual, y siendo así (o sólo siendo así) puede la amistad durar en el tiempo. Porque la amistad no borra los rasgos particulares de los participantes en la comunión, ni los difumina, ni los iguala.

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Algo va mal

Lobisón

 A comienzos de agosto murió Tony Judt, un historiador británico asentado en la New York University desde 1988. Llevaba dos años paralizado por una esclerosis lateral amiotrófica, y en los últimos meses había escrito lúcidas reflexiones sobre lo que suponía sobrevivir con esta enfermedad, unos textos bastante impactantes que en España publicó El País.

Judt adquirió notoriedad en España con la publicación de Posguerra (Taurus, 2006), una monumental historia de la Europa posterior a 1945 en la que superaba la habitual tendencia a pensar tan solo en términos de Europa occidental. A diferencia de buena parte de su generación Judt había establecido contactos con la oposición de Europa oriental, lo que entre otras cosas le permite poner en evidencia las limitaciones de la nueva izquierda (occidental) de los años sesenta, que no supo asumir como propia la lucha por la libertad en los países comunistas, pese al espectacular ejemplo de la Primavera de Praga de 1968.

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Así, tampoco

Millán Gómez

La crisis diplomática de Melilla se ha atajado ya hace unas semanas. Recordarán que en pleno agosto, en el paso fronterizo de Beni-Enzar, nueve mujeres policía españolas sufrieron el trato vejatorio por parte de ciudadanos marroquíes con la connivencia y el apoyo implícito de la autoridades marroquíes. Estas mujeres fueron atacadas verbalmente y su rostro fue publicado en carteles que trataban de denigrarlas e intentar, de este modo, que optaran por cambiar de destino para así apuntarse una victoria moral. No lo consiguieron. De hecho, ninguna de ellas pidió cambiar su puesto de trabajo para otro destino. Su actitud fue de una profesionalidad ejemplar e intachable.

Pues bien, ese político de digestión lenta llamado Mariano Rajoy se ha enterado ahora que allí había un problema de más o menos envergadura, quizás de menor importancia que la que le dio Esteban González-Pons y mayor de la que consideró el Gobierno central. Era pleno agosto y la mayoría de los políticos estaban de vacaciones. No hubiese estado de más una visita o alguna declaración más clara por parte de algún miembro del Gobierno. Por parte de la oposición, la actitud fue de gran demagogia ya que visitaron más Melilla en unos días que en varios años. Pons, Aznar y Rajoy se han ido sustituyendo para hacerse la foto y quedar ante los melillenses como los salvadores de las esencias patrias aunque cuando estuvieron en La Moncloa no movieron un dedo, como reconoció implícitamente Pons en una rueda de prensa en el mes de agosto.

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Notas al margen de una visita al Perú (2)

Frans van den Broek

Hasta hace no muchos años la palabra ‘revisionista’ tenía un franco sentido peyorativo, al menos en el Perú. Como recordará cualquiera que haya frecuentado grupos de orientación izquierdista en el siglo veinte, el término se utilizaba para acusar a alguien o a alguna corriente política de desviarse de una interpretación correcta del legado marxista. A decir verdad, casi todos los grupos y grupúsculos se acusaban uno al otro, ya que la interpretación correcta solía ser siempre la propia, salvo que el acusado hubiera asumido conscientemente el camino de la revisión herética, con lo cual se hacía merecedor del más grave membrete de ‘reaccionario’ o, peor aún, de lacayo de la burguesía. Debo confesar que todos estos términos me fueron arrojados a la cara más de una vez, no siempre sin orgullo por mi parte. El caso es que era mejor no verse envuelto en situaciones en las que a uno le pudieran acusar de revisionista, so pena de morir de aburrimiento o de recibir un balazo en el cerebro, dependiendo de lo fehaciente que fuera el acusador.

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