Frans van den Broek
La colega que tendrÃa a Rafiri en su grupo pidió conversar con Fernando, para saber algo del cliente, como era habitual antes del inicio de un curso. Normalmente disponÃa el consultor de un informe previo, pero en este caso se habÃa retrasado por la misma carga de trabajo y tendrÃa que pedirle información a Fernando de manera personal. Fernando no vio esta perspectiva con buenos ojos, pues la colega era atractiva, y a él le perturbaba hablar con mujeres guapas con las que sabÃa no tenÃa la más mÃnima posibilidad de seducción. Además, la mujer tenÃa un carácter dominante que asustaba al hombre más terciado. Pero cumplió con su deber de modo estoico, advirtiendo a Jacqueline que Rafiri tenÃa problemas, contándole más o menos su historia, sin exagerar o dar demasiados detalles, y recomendándole hacer uso de un trato paciente y poco directivo, aún a sabiendas de que esto último era poco menos que imposible para ella.      Â
Llegó el lunes y Rafiri apareció para el curso, que tomaba todo un dÃa entero por semana en el local, durante ocho semanas. Las sesiones del entrenamiento se sucedieron sin problemas, y Fernando pudo ver a Rafiri por la tarde sentado en el cuarto de computadoras, buscando vacantes, y hasta se saludaron, pero Fernando no se detuvo, cauteloso por su reacción del otro dÃa, y también algo herido, debÃa reconocerlo, porque él se habÃa portado bien con Rafiri, mientras que este lo habÃa acusado de negligencia laboral. Al dÃa siguiente le preguntó a Jacqueline cómo se habÃa comportado Rafiri, y ella le dijo que bien, aunque de modo muy retraÃdo. No habÃa dicho nada, no habÃa conversado con sus compañeros de curso, si bien habÃa hecho todos los ejercicios con facilidad. Todo el tiempo habÃa estado serio y callado.