Lope Agirre
Dios, en un principio, dudó de la necesidad de crear al hombre a su imagen y semejanza. No sabÃa; no podÃa saber, quizá porque no estuviese seguro de que fuese bueno colocar al hombre en medio y al mando de su mundo sin parangón como un igual. Y cuando estaba en medio de una clamorosa discusión con su conciencia (la conciencia de Dios es una luna de Saturno), acercósele el diablo, disfrazado de payaso, y con palabras engañosas y dulces como la miel le dijo que si el hombre estaba hecho a su imagen y semejanza gobernarÃa magnÃficamente el mundo, y que no se arrepentirÃa. Dios, henchido de divina vanidad, engrandecido de orgullo divino, se creyó las palabras del diablo, porque eran hermosas a sus oÃdos, y creó al hombre, a su imagen y semejanza. Se arrepintió, enseguida, del acto en sÃ; pero por no quedar en ridÃculo ante el diablo burlón, se calló, se escondió y luego desapareció. Lo demás es conocido. Es más fácil ver al diablo que al propio Dios.