Antesala
Uno de los ejes centrales de las campañas de Obama, tanto en las primarias demócratas frente a Hillary Clinton, como en la carrera presidencial ante John McCain, fue la reforma sanitaria. El paÃs más rico del mundo emplea en torno al 15% de su Producto Interior Bruto en gastos médicos. Sin embargo, 40 millones de ciudadanos carecen de cobertura sanitaria. Son éstos dos de los elementos más llamativos de un sistema que cada dÃa aparece en las portadas de los periódicos en forma de alguna tragedia, como la muerte de alguna persona a la que se le denegó atención por carecer de seguro médico, o la de alguna familia ejemplar de clase media llevada a la ruina por la enfermedad de alguno de sus miembros.
Durante los últimos meses hemos podido asistir, de un lado, a manifestaciones en las que detractores de Obama le acusaban de pretender reducir la cobertura de millones de ancianos hasta llevarlos a la muerte, asà como de sentar las bases de una sociedad socialista; de otro, a campañas en las que partidarios del presidente se lanzaban a llamar a los senadores de su Estado para pedirles que apoyaran una reforma cuyos términos desconocÃan. En el caso de la reforma sanitaria, como en otras iniciativas del presidente Obama, la calle se ha llenado de un ruido de pancartas, cuya única melodÃa audible ha sido un apoyo u oposición sin fisuras al Presidente. Los medios de comunicación, por su parte, nos han servido cada mañana el mismo alboroto de silbatos y carracas alabando o demonizando la reforma, aunque disfrazado de impolutos argumentos académicos.