Frans van den BroekÂ
El mundo cultural peruano –minoritario, huelga decirlo- y el mundo mediático –que no es lo mismo, también huelga decirlo- han recibido con natural alborozo la premiación de la pelÃcula de la compatriota Claudia Llosa, “La teta asustadaâ€, con el prestigioso Oso de Plata del Festival de Cine de BerlÃn en su última edición. Hasta donde puedo saberlo, jamás le habÃa tocado a alguna pelÃcula peruana semejante honor, por lo que el acontecimiento ha adquirido la cualificación de histórico nada más ocurrir, razón por la que escojo dedicarle un comentario más bien deslabazado a la pelÃcula, pues me ha suscitado impresiones que trascienden su calidad propiamente fÃlmica, de la que se ocuparán los especialistas.
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Claudia Llosa –como sospechará el lector, pariente del escritor Vargas Llosa- habÃa concitado ya la atención crÃtica por su primera pelÃcula, “Madeinusaâ€, que explora una curiosa costumbre indÃgena en cierto pueblo de la sierra peruana durante los dÃas de Semana Santa, y sus consecuencias en una serie de personajes. Al parecer, existe todavÃa algún pueblo marginal de los Andes, donde una bizantina conclusión teológica ha dado origen a la tradición que estipula que, dado que Jesucristo ha muerto en Viernes Santo, y por tanto Dios también, durante los dÃas siguientes y hasta su resurrección el dÃa domingo, todo está permitido, incluido el incesto de un padre con su hija, o la entrega carnal de una nativa a un forastero capitalino de paso por el pueblo que le ha resultado atractivo. Además, dichos dÃas los embriagados esposos del pueblo pueden intercambiar esposas sin temor a machetazos o excomuniones, y todo el pueblo se sumerge en una especie de orgÃa carnavalesca donde toda frontera social o moral se ha desvanecido. Resucitado el Verbo, todo vuelve a su lugar y todo se olvida piadosamente.