El arte del desgarro

Lope Agirre 

“El infierno es ahora todo mi vicio”. Son las únicas palabras que escribió Camus, como parte de una canción que Sartre quería incluir en su obra. Lo cuenta Simone de Beauvoir y añade que, cuando Sartre le propuso la ejecución de la canción, Camus iba acompañado de una cantante en la que estaba interesado. La cantante era Juliette Gréco, el año el de 1947, la ciudad París, y todavía no se había consumado la ruptura entre ambos escritores. Pero se veía venir. Albert Camus conoció a Arthur Koestler, desencantado entonces del comunismo. A Camus le atraía Koestler en la medida en que su teoría se sustentaba en la experiencia. Koestler había sido dirigente comunista, combatió en España, durante la Guerra Civil y, como otros muchos, vio que la revolución por la que él había luchado se transformaba, con y bajo Stalin, en una tiránica y sangrienta dictadura. Koestler había vivido en su propia carne la sinrazón de aquella deriva, y eso era precisamente lo que Camus admiraba en un intelectual. En sus primeros escritos hay una frase, certera como una flecha y afilada como el puñal de un sicario: “Algunos de nosotros no soportamos que se hable de la desdicha, si no es con conocimiento de causa”. Dicha frase traería como consecuencia la enemistad con parte de la  izquierda francesa, tan dada a la teoría y a la abstracción. Merleau-Ponty había justificado los Procesos de Moscú, con el argumento de que era la reacción de una revolución asediada. Para Camus comunismo y asesinato eran sinónimos. Sartre justificó y defendió a Merleau-Ponty y la amistad se resintió.

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