Sancho en Pamplona

Lope Agirre

 

Estando solo Sancho Panza, una vez que feneciese su amo y amigo Don Quijote, el de la Mancha, mas no baldón, marchó a Granada, y allí se quedó prendado de unas coplillas que cantaban las mozas y que decían:

 

“Dale limosna, mujer, que no hay en la vida nada

como la pena de ser ciego en Granada”.

 

Le gustaron los versos tanto que las cantaba a muchas horas, por la mañana al despertar y por la noche al acostar, sobre todo. Pero como no era ciego, de cuerpo afuera al menos, porque sabía que no hay peor ciego que el no quiere ver, veía y miraba aquellas maravillas que la naturaleza y el cuidado del hombre habían creado y multiplicado y se asombraba.

 

–Gran ciudad es Granada, la bella. Y gran desgracia ser ciego entre las hermosuras que encierra.

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