Cartas fiñolesas (2)

Frans van den Broek 

                                                                      I

 

Siempre voy a Finlandia como quien emprende un peregrinaje. Utilizo esta palabra con la cautela que requieren los préstamos de términos religiosos, pero es difícil encontrar otra palabra que concentre la riqueza semántica que quisiera evocar al describir las visitas que hago a mi hija cada tres o cuatro meses. Esta riqueza supone la existencia en nuestra vida de aspectos a los que no cabe sino cualificar de sagrados y quiero creer que uno de los ámbitos que más merecen esta cualificación tiene que ser el amor paterno-filial, por lo menos en lo que atiene a sus características más esenciales, aquellas que nos comprometen de modo más intenso y que afectan aquella zona de nuestro ser, cualquiera que fuera, que es responsable de nuestras virtudes más nobles y nuestras aspiraciones más humanas, allende las imperfecciones a las que este tipo de relación también es susceptible. Es difícil imaginar qué otro tipo de relación humana se podría acercar a esta cualidad cuasi numinosa, aunque soy parcial en este juicio y sé que la abnegación y la entrega se dan en todas partes y en mucha mayor medida de la que reconocemos de modo cotidiano. La miseria moral también existe, sin embargo, y en medidas que nadie puede exagerar, pero la comprobación de estos polos de experiencia primaria es quizá la base para la distinción que se ha hecho desde tiempos inmemoriales entre un ámbito de lo sagrado y otro de lo profano. Nuestro mundo moderno es un mundo desacralizado, y con muy buenas razones, si pensamos en el avance de la ciencia y en el antiguo monopolio ilegítimo de lo sagrado por instituciones de poder, como la Iglesia o los estados teocráticos, que hicieron de lo sagrado letra muerta y simple instrumento de condicionamiento y opresión. Pero es propio de toda vida humana, al menos de toda vida humana que ha podido acceder a un normal desarrollo psico-social -que no ha sido abotargada por la indigencia, la injusticia, el totalitarismo-, el reconocer en este universo profano ciertos ámbitos de experiencia que se distinguen del común por una mayor intensidad, o profundidad, o fulgencia interior (las palabras padecerán siempre cortedad ante estos fenómenos) y que nos impelen a considerarlos superiores, pertenecientes a otra dimensión de existencia y que quisiéramos que funjan de referencia o de marco mnémico con el que orientarnos en medio de la confusión o grisura de los hechos. Habrá quienes consideren al arte y sus emociones el mejor candidato para merecer reemplazar lo sagrado religioso, otros han visto en ciertas ideas políticas la expresión del destino más sagrado del hombre, como el marxismo o el nacionalismo, y habrá muchos que han concedido a la tarea científica el honor de esta denominación, si bien usando términos distintos al de lo sagrado. Como fuera, siempre he preferido mitologías más humildes y experiencias más elementales, y es por ello que reservo el término para mi simple amor paternal, para las fugitivas risas de mi niña, para sus abrazos y cantos, para mis cortos días cerca del círculo polar ártico. No sólo para ellos, pero recién llegado de nuevo a su tierra no puedo evitar la comparación y recordar que son pocas las experiencias que nos hacen sentir que la vida no es sólo una labor farragosa que se acaba demasiado pronto y en la que es poco lo que podemos hacer para encontrar significación o altura, sino un viaje también, una peregrinación hacia nuestros lugares sagrados, que pueden estar donde uno menos lo esperaba o tan cerca como el aire que uno respira.

Sigue leyendo