Alberto Penadés
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Los fascistas no hicieron demasiados esfuerzos por ocultar sus crÃmenes, salvo tal vez en el caso de Gernika. Cuando al general Yagüe, que tiene calle en Madrid, le preguntó un periodista si era cierto que habÃa fusilado a dos mil personas en Badajoz espetó un “no habrán sido tantosâ€. Incluso hay fotografÃas de las hileras de cadáveres. Y es al menos verosÃmil que Franco subrayara en público que no se detendrÃa ante nada al ser preguntado si no habrÃa que fusilar a media España para poder cumplir sus planes: “he dicho ante nadaâ€.
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Otros no han sido tan francos. Muchos de quienes se adhirieron al movimiento comunista internacional, supongo que la inmensa mayorÃa, necesitaban poder negar sus crÃmenes, en España como en la URSS. AsÃ, lo más frecuente es que los asesinatos cometidos en la retaguardia republicana, además de combinarse con acusaciones pseudo-justificatorias que no se detienen ante el ridÃculo,  se atribuyan sobre todo a los anarquistas o a turbas incontroladas.  De todo eso hubo, naturalmente, pero también escuadrones de la muerte tan bien organizados como cabe esperarse, y con vÃnculos de obediencia con organizaciones polÃticas tan disciplinadas como el partido comunista. El ejemplo más extremo son las matanzas de Paracuellos.