Buena suerte, Tzipi, por la cuenta que nos trae

Mimo Titos

 

(Me niego a seguir el diktat de ETA. Están acabados; que terminen la faena las fuerzas de seguridad, con la menor interferencia política posible, y nosotros a seguir construyendo un país normal)

 

Poco antes de que un palestino de Jerusalén Este arrollara anoche a varios viandantes con su coche, el Presidente israelí Shimon Peres (sí, sigue vivo) encargó ayer a la Ministra de Exteriores en funciones, Tzipi Livni, la formación de un nuevo Gobierno tras su triunfo en las primarias del partido centrista Kadima, liderado por Ehud Olmert desde el infarto cerebral que incapacitó a su fundador, Ariel Sharon.

 

Al igual que estos últimos, Livni procede del derechista Likud: su padre era uno de los líderes del extremista movimiento de resistencia Irgun, dirigido por Menachem Begin contra la ocupación británica. Y al igual que ellos, en los últimos años la ex agente del Mossad ha llegado a la misma conclusión a la que ya habían llegado el malogrado Rabin y el propio Peres a primeros de los años noventa: si Israel quiere seguir siendo un Estado democrático de mayoría judía (bases de su establecimiento), tiene que renunciar a Gaza (ya desocupada) y Cisjordania.

 

Hasta el propio líder actual del Likud, Bibi Netanyahu, acepta en buena parte el argumento, o por lo menos dio muestra de ello cuando evacuó el 80% de la simbólica ciudad bíblica de Hebrón tras el acuerdo de Wye River, firmado con Arafat. La retórica de Netanyahu frente a los palestinos es hoy día considerablemente más contundente, pero basada en la continuación del terror palestino, o de la resistencia, como ustedes prefieran, y no tanto ya en los derechos del pueblo judío sobre la tierra ocupada.

 

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Caridad, solidaridad, justicia

Andrés Gastey

 

Entre los integrantes de mi generación, los de mayor fortuna capilar peinan canas desde hace muchos años. Ello significa que nacimos y crecimos en tiempos aciagos para el país. Aquellos fueron, sin embargo, nuestros tiempos, y es preciso reconocer que, en esa España pobre e inhóspita estragada por la dictadura, la mediocridad y la emigración, algunos fuimos entonces niños y jóvenes felices. No hay felicidad sin ciertas dosis de ignorancia e inconsciencia: de ambas andábamos sobrados.

 

Las reglas y los principios que regían la existencia eran claros. Nos habían fabricado una realidad estrecha, ordenada y simple, de dualidades perfectas: Dios y el Caudillo premiaban a los buenos y castigaban a los malos, así de simple. El régimen desbarataba las incertidumbres a bastonazos, desde los púlpitos se nos indicaba dónde residía el bien y desde dónde acechaba el mal, y a nosotros sólo nos quedaba la opción entre obedecer para llevar una vida tranquila o transgredir y afrontar las consecuencias del pecado o la infracción.

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